viernes, 30 de enero de 2009

NORTE-SUR, UNA COSTURA MAL HECHA

Con la muerte del rey Salomón, el pueblo suplicó a Roboam, heredero del trono: “Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tu aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1R 12,4) Pero él les dijo: “Mi dedo meñique es mas grueso que los lomos de mi padre. Un yugo pesado cargó mi padre, pero yo haré más pesado su yugo, mi padre los azotaba con azotes, peor yo los azotaré con escorpiones” (1R 12,10-11). El Reino de Salomón se dividió en dos.


La causas de la división del Reino después de Salomón

En el cuarto bloque temático, las familias se organizan para sobrevivir, vimos que, muy posiblemente, Israel y Judá existían como dos grupos distintos, en Canaán, incluso antes de la confederación de las tribus (cerca del 1200 a.C.). Israel, en el Norte, podía ser formado por la coalición de otras tribus menores, aunque no podamos afirmar que esta coalición haya recibido el nombre de “Israel” ya que desde aquella época. La unión de las tribus del Norte con las del Sur, encabezadas por Judá, puede haberse dado por necesidad de ayuda mutua, sobre todo en la defensa contra los ataques de los pueblos vecinos. A esta unión, que resultó en la confederación de tribus, contribuyó en gran medida el hecho de tener una fe común en un Dios único (el Señor, identificado con Él), una misma lengua, una manera semejante de organizar la sociedad y el deseo de liberarse de los reyes de las ciudades-estados de Canaán.


Pero parece que las divergencias no se superaron del todo. La línea que unía al Norte y al Sur era muy frágil y la separación entre ellos parecía más bien camuflada. David habría conseguido una cierta unidad durante su reinado, pero conviene saber que sólo después de siete años de reinado en Hebrón, en el Sur, él fue reconocido por las tribus del Norte. Fue el gobierno de Salomón el que abrió profundas heridas en la aparente unidad del Reino.


No todo fue pompa y celebración

El Reino de Salomón es descrito en el primer libro de los Reyes con una buena dosis de aprobación (1R 3-10). Salomón es el ejemplo del hombre sabio, emprendedor, que ejecuta con diligencia y buen gusto los deseos del Señor acerca de la construcción del Templo, es un eximio comerciante, que consigue mucha riqueza y prestigio. Pero el libro no esconde las fallas de su reinado. Con una franqueza (¿o ingenuidad?) increíble, nos revela los defectos de la tan propalada gloria de Salomón (1R 11). Vamos a estudiar los más notables.


Violencia y opresión

Desde el punto de vista histórico, encontramos una explicación para la separación del Norte: la política de Salomón, tan cruel y opresora como la de los faraones. Ya no había diferencia entre el tiempo en que los hebreos estaban esclavizados en Egipto y los tiempos de Salomón, Este se había convertido en un gran “faraón”, con sus construcciones gigantescas, el excesivo lujo de los palacios y del templo, un poderoso ejército y la dura explotación económica de los trabajadores para sostener todo esto. Cada vez eran más pesados los impuestos y los trabajos forzados y se abrió paso la conveniencia de una religión centralizada en Jerusalén, que legitimara el poder central de la riqueza de Salomón.


La política violenta y opresora de Salomón hizo surgir dos grandes enemigos. Edom y Damasco, que justificarían siempre la existencia de un ejército fuerte en Israel, pues eran amenazas constantes “a la seguridad nacional” (1R 11,14-25). Esta política generó el descontento de las tribus del Norte. La riqueza del rey era sinónimo de la pobreza de la mayoría del pueblo. Su gloria y fama significaban miseria y sufrimiento para los pobres.


Influencia del paganismo

El número exagerado de mujeres con las que Salomón se casó marca el inicio de la desaprobación. No se trata de una forma de elogio a su virililidad ni de ostentación de su poder y riqueza (el hombre podía tener cuantas mujeres pudiera sostener). Aunque esto fuera útil para aumentar su prestigio, para el rey estos matrimonios eran más necesarios, por que, a través de ellos, se hacían pactos comerciales y políticos con los reyes de la localidad de donde venían las mujeres. Generalmente, aquellos reyes entregaban a una de sus hijas como princesa o concubina de Salomón, a cambio de algún beneficio o incluso sumisión.


Con la venida de estas mujeres al país, llegó también el culto a sus dioses, y esto tenía que respetarse para no molestar al rey de aquel lugar. Así, por influencia de sus mujeres, Salomón acabó haciendo concesiones peligrosas a los cultos idolátricos (1R 11,1-13). Sin duda, esto no agradó al pueblo, pues representaba la fidelidad religiosa que Dios reprueba, suscitando enemigos en el exterior (1R 11,14ss) y en el interior (1R 11,26ss).


Desde el punto de vista teológico, por tanto, la división del Reino es el castigo del Señor porque Salomón cedió a la idolatría, rompiendo la alianza (1R 11,11): abandonó al Señor, no anduvo en sus caminos ni observó sus mandamientos (1R 11,33). El “glorioso” Salomón, presentado como el rey más sabio del mundo, es equiparado aquí a los peores reyes de Judá e Israel, porque hizo todo lo que no debía. Por lo menos ésta es la opinión de los autores deuteronomistas, una corriente teológica surgida más tarde, que se propuso contar toda la historia de la monarquía de Israel.


¿Esclavos de nuevo? ¡NO!

El descontento frente a la política de Salomón por parte de las antiguas tribus del Norte venía de lejos. Él ya las había explotado para los trabajos forzados de construcción (1R 5,27; 11,26). Pero la gota que derramó el vaso fue cuando Salomón no pudo pagar la deuda externa contraída con el rey Hiram de Tiro, que le suministraba las maderas finas para los palacios y el templo, y entregó a cambio veinte ciudades del Norte, en Galilea (1R 5,20-25; 9,10-14) El pueblo del Norte se vio de repente apartado del pueblo de Israel, reducido a mercancía de remate.


La reacción: los descontentos se rebelan

El pueblo no se quedó quieto. Presentó sus quejas a Jeroboam, un norteño que estaba al servicio del rey. Era “valiente y fuerte” (1R 11,28) y demostraba aptitudes para el trabajo. Estas prerrogativas le ganaron el puesto, dado por el rey, de superintendente de los trabajadores del Norte (una especie de presidente de sindicato en nuestros días). Convenía a Salomón aprovechar el liderazgo local para llevar adelante el asunto de los trabajos forzados.


No sabemos si el puesto de Jeroboam era remunerado, como el de los oficiales, o si era también un trabajo obligatorio y gratuito para el rey. Ciertamente Jeroboam no estaba feliz de la vida “sirviendo a su amada patria”… De todos modos, se convirtió en el máximo representante de los norteños descontentos y su liderazgo fue confirmado después (1R 12,20). Jeroboam asumió el dolor del pueblo y lideró una rebelión contra la política opresora de Salomón.


Un profeta apoya la rebelión

En el contexto de la revuelta, Ajías de Silo, un profeta del Norte, anuncia, por medio de una acción simbólica- rasga una manto nuevo en doce pedazos-, que Dios dividirá el Reino. Manda que Jeroboam tome diez. Este fue el número de tribus que se quedaron con Jeroboam, mientras el hijo de Salomón se quedó con dos (1R 11,29-32). Jeroboam se convirtió, así, en una amenaza para la estabilidad del Reino de Salomón que, lógicamente, intentó matarlo. El rey logró reprimir la rebelión, y Jeroboam tuvo que huir a Egipto (1R 11,26-40). Allí se quedó hasta la muerte de Salomón (11,40). Ciertamente el rey quería matar a Jeroboam no sólo por este acto aislado, sino también porque él, con seguridad, ya estaba liderando una multitud de descontentos. La lógica del poder consiste en eliminar toda posible oposición al régimen.


Saltar de la sartén y caer en las brasas

Con la muerte de Salomón, los habitantes del Norte esperaban una política más favorable de parte de Roboam, su hijo sucesor en el trono. Éste fue a Siquem par recibir el aval de los representantes del pueblo del Norte, como nuevo rey. De nuevo liderados por Jeroboam, que había vuelto de Egipto, le expusieron claramente: “Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tu aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1R 12,4). Roboam consultó a sus consejeros más experimentados, que le sugirieron acceder a las peticiones del pueblo. Pero él rechazó la propuesta y prefirió oír a sus amigos más jóvenes, compañeros de infancia. Estos le aconsejaron responder al pueblo insatisfecho: “Un yugo pesado cargo mi padre, pero yo haré más pesado su yugo; mi padre los azotaba con azotes, peor yo los azotaré con escorpiones” (1R 12,11).


Antes estas intransigencias del nuevo monarca, las tribus del Norte se rehusaron a reconocer al hijo de Salomón como rey, y se separaron política, religiosa y afectivamente de la dinastía de David (1R 12,16-33). La ineptitud política de Roboam, sucesor de Salomón, que anunciaba un gobierno aún más represivo y explotador, provocó la separación de los norteños y la consiguiente división del Reino. Era en el año 931 a. C. La ilusión de un Reino se rompía en pedazos, como en el gesto simbólico del profeta Ajías de Silo (1R 11,27b-32). A partir de entonces, comenzaron a existir dos reinos en la tierra de Israel: uno en el Sur, conocido como “Reino de Judá”, que abarcaba el antiguo territorio de la tribu de Judá y parte del territorio de la tribu de Benjamín. Este reino mantuvo su capital en Jerusalén y a un descendiente de David como rey. En el Norte, se formó el otro reino conocido como "Reino de Israel", constituido por las otras diez tribus. Este reino fijará más tarde su capital en la ciudad de Samaría. Jeroboam, el líder de la rebelión, será aclamado primero rey del nuevo reino, pero no conseguirá consolidar una dinastía en el trono de Israel.


De la independencia a la muerte

La rebelión política de las tribus del Norte no significó una aproximación teológica al ideal de la alianza. El profeta Ajías de Silo transmitió un mensaje del Señor, semejante al del profeta Natán a David: "Te tomaré a ti y te haré reinar sobre cuanto desee tu alma, y serás rey de Israel. Si escuchas todo cuanto yo te ordene, y andas por mi camino, y haces lo recto a mis ojos guardando mis decretos y mandamientos como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré una casa estable como se la edifiqué a David" (1 Re 11, 37-38).


Esta promesa pone a Jeroboam en el nivel de un "David del Norte", y al reino de Israel en las mismas condiciones que Judá. Sin embargo, ni Jeroboam ni su hijo Nadab, que le sucedió en el trono, realizaron este ideal. La gran crítica de la historia deuteronomista a todos los reyes del Norte, que se convirtió en un refrán, fue ésta: "Hicieron el mal a los ojos de Dios". Por eso, ninguno de ellos conseguirá establecer una dinastía perenne, como sucedió en el Sur. El Reino de Israel pasará por manos de cinco familias o dinastías distintas, y diecinueve reyes, de los cuales siete fueron asesinados y uno se suicidó. La violencia, la injusticia, la explotación, el soborno, la ambición, el lujo de alguno a costa del empobrecimiento de muchos y la "baalización" del Señor, asociada a una farsa religiosa basada en el ritualismo, hicieron de Reino del Norte un ejemplo del "efecto dominó" en los desastres políticos.


Fueron 209 años de constantes rebeliones contra el Señor Dios. El punto final de esta historia fue la destrucción definitiva del Reino de Israel con la toma de la capital Samaría por parte del Imperio Asirio, en el 722 a. C. El Reino de Israel desapareció del mapa, para nunca más volver a constituirse como Estado autónomo.