sábado, 29 de noviembre de 2008

EN BUSCA DE LA VIDA, EL PUEBLO CAMBIA LA HISTORIA.

Reino de Israel

Introducción.
Ahora comenzamos el sexto capítulo de la formación. En él se aborda el período en que el pueblo del norte formo un reino aparte, después de la muerte del rey Salomón. El capítulo esta organizado en cuatro bloques temáticos.

El tema “El estado: del servicio al pueblo a la esclavitud del pueblo” estudia el paso que Israel dio de la organización tribal al estado monárquico. Analiza como el Estado del rey Salomón, que debería estar al servicio de todos, comenzó a cobrar impuestos y exigir cosas cada vez más difíciles, dejando al pueblo en una situación semejante a aquella en que sus antepasados vivían en Egipto.

El segundo tema “Norte-Sur, una costura mal hecha”, muestra las consecuencias de la política opresora de Salomón: con su muerte, su hijo Roboam pierde las diez tribus del norte, que habían sido muy maltratadas y no lo reconocieron como nuevo rey. Se forma así el reino de Israel del Norte, bajo el liderazgo de Jeroboam.

“Cuando cada uno participa, el pueblo construye la historia” es el tercer tema. Por un lado, retrata los personajes de la historia oficial del reino, los reyes y sus cortes. Por otro, muestra la historia del pueblo que, liderado por los profetas, escribe su versión de los hechos y ve la acción de Dios que interviene y conduce todo.

El tema “Buscar a Dios por los caminos tortuosos” aborda la idolatría del reino del norte y la infidelidad a la alianza con Dios que lleva al pueblo a la ruina y al reino a la destrucción definitiva.

El estudio de este capítulo arrojará una nueva luz sobre el sentido de las contradicciones que existieron y existen aún en la historia, y dejará clara la presencia de Dios que se comunica constantemente e invita a escribir una historia nueva, por medio de personas y gestos proféticos.

1. EL ESTADO: DEL SERVICIO DEL PUEBLO A LA ESCLAVITUD DEL PUEBLO.

Los impuestos, las tarifas o contribuciones hacen parte de la vida diaria de todos los seres humanos constituidos en sociedad desde tiempos remotos. Todas las instituciones estatales o religiosas reciben contribuciones por su servicio. El problema surge cuando estas son superiores y/o no atienden a las necesidades de la sociedad.

Retomando el camino hecho: En el estudio anterior, profundizamos el origen de la monarquía en Israel con Saúl, su ampliación y restructuración con David y la consolidación del reino con Salomón. Estudiamos también las consecuencias de la política de estos reyes para el pueblo de Israel. Quedó claro que la monarquía trajo algunos beneficios, pero causó muchos daños a la vida del pueblo. Entre estos daños están: la pérdida de la organización que el pueblo tenía antes, la explotación del trabajo y la opresión económica sobre los productores. La misma fe también quedo lesionada porque el culto fue centralizado en el Templo de Jerusalén, causando problemas para la gente que vivía en regiones distantes de la capital.

En este estudio profundizaremos lo que sucedió a la muerte de Salomón en el 931 a.C. El Norte proclama su independencia del Sur, y el reino se divide en dos. Comenzaremos por el estudio del reino de Norte, llamado Israel, el cual duró poco: del 931 al 722 a.C. Estudiaremos los acontecimientos que desembocaron en la independencia del Norte, lo que pasó después y como este intento de autonomía fue muriendo hasta la extinción del reino. Este es un período turbulento y complejo, pero de fundamental importancia para la Biblia, pues en sus dos siglos de existencia, el reino de Israel fue palco de grandes acontecimientos y de personajes bíblicos, como los reyes y los profetas. Lo que se produjo allí contribuyó enormemente a la elaboración y ampliación del material bíblico, como veremos más adelante.

La clave para comprender lo que está en el origen de la ascensión y caída del reino del Norte es la cuestión de los impuestos. Al analizar desde esta perspectiva la historia de este breve período del pueblo de la Biblia, podemos entender mejor los motivos que llevaron al Norte a separarse del Sur. Queda más clara también, para nosotros, la actuación de los profetas en este contexto y sus críticas al régimen. Comprenderemos, entonces, por que el Reino de Israel se hundió.

Nuestros impuestos de cada día: “Hay que pagar para nacer, hay que pagar para vivir, hay que pagar para morir”. Así resume una canción popular brasileña la realidad que afecta a todos los seres humanos, en cualquier país, desde los tiempos más remotos: los impuestos, las tarifas o contribuciones que cobran a los individuos las instituciones estatales o religiosas. En la tierra de Israel, el pueblo también tenía que pagar impuestos.

Una cosa es la teoría y otra la práctica: Desde el punto de vista teórico, el impuesto sería el pago por un servicio. Todos los individuos de una sociedad no pueden cuidar al mismo tiempo del trabajo, de la defensa, de las contribuciones públicas, etc. Por eso, pagan para obtener a cambio tales servicios que ellos mismos no pueden prestar con eficiencia. Este pago viene impuesto. Pero, ¿a quién pagan? Teóricamente, el impuesto se paga a quien esta en condiciones de realizar o garantizar los servicios que la sociedad requiere. Pero en la práctica la historia es más compleja. Para comprender el problema de los impuestos, vamos a tomar el ejemplo de la seguridad, de la defensa de la sociedad.

Del voluntario al soldado: A medida que las sociedades antiguas se van organizando, buscan soluciones para el problema de la seguridad. ¿Quién va a defender a la sociedad de los ataques enemigos, que ponen en riesgo su propia existencia? Cuanto mayor es el número de individuos en una sociedad, más difícil se hace defenderlos a todos. Dejar a los esfuerzos de cada uno el resultado sería la total disgregación de las sociedades. Alguien tiene que ser el responsable, mientras los demás se dedican a otras actividades vitales, como la agricultura, la caza y la producción. Un grupo especial de guerreros debe cuidar la defensa de la sociedad.

En las sociedades menores y más colectivizadas, este servicio es voluntario, movido por el sentido comunitario de solidaridad y defensa del bien común. No necesita ser permanente, porque en tiempos de paz no hacen falta guerreros. Estos pueden dedicarse a tareas comunes. El voluntario no exige un pago, por que todo el pueblo contribuye espontáneamente con los víveres para su sustento. Así lo hicieron y hacen hasta hoy las naciones indígenas. Igualmente lo hizo el pueblo de Israel en la época de la confederación de las doce tribus.

Poco a poco, sin embargo, nace la necesidad de un ejército permanente, bien equipado. Sobre todo, cuando el objetivo ya no es sólo defender la sociedad, especialmente los bienes de los más ricos, sino atacar a otros pueblos para conquistarlos y enriquecerse con el botín de la batalla, apropiándose de sus tierras, de su producción y de su mano de obra. Los vencidos se convierten en esclavos del vencedor. En este caso, el ejército pasa a ser un instrumento de poder en manos de los reyes. Entonces, el servicio ya no será voluntario sino obligatorio. Los guerreros pasan a ser soldados, a recibir un sueldo. El pueblo tendrá que pagar impuestos para mantener el ejército del rey. Esto sucedió también en Israel, a partir de la monarquía.

El estado: un intento de solución para los problemas del pueblo: A medida que las sociedades humanas se fueron articulando, creciendo y perfeccionando, también se hicieron cada vez más complejas. ¿Cómo organizar la sociedad para garantizar el bien común? Por una parte, el “voluntariado” se hizo ineficaz en ciertos casos. Por otra, el ejercicio del poder de liderazgo en una sociedad se especializó y se convirtió en un cargo disputado. La creación del “Estado” fue la salida para solucionar los problemas de organización de la sociedad. Este estaría compuesto por personas dedicadas a cuestiones de interés común. Poco a poco, el Estado pasó a ser responsable de la seguridad y la defensa de las personas y bienes (se crea un ejército permanente); por la administración de la producción (se organiza el comercio y acuña una moneda); por la administración de la justicia (se crea un tribunal); por la construcción de espacios comunes: murallas, edificios, silos, reservas de agua, caminos y vías públicas.

Al pasar del sistema tribal al régimen monárquico, Israel comenzó a organizarse como Estado, con un poder centralizado. El rey y su corte, amparados por el ejército, se convirtieron, en la sociedad israelita, en los responsables de diversos servicios a la nación. Para mantenerse, este Estado estableció impuestos. El pueblo esperaba obtener, a cambio, tales servicios.

El servicio público del Estado: Hoy día, con la evolución tecnológica, el Estado es la institución que cuida, o por menos debería cuidar, de la organización de casi todos los ámbitos de la vida social: alimentación, salud, educación, vivienda, trabajo, seguridad, comercio, industria, transporte, justicia, energía, comunicación, deportes, etc. Los Estados modernos dividen estas tareas en diversos ministerios: Agricultura, Educación, Salud, Trabajo, Transportes, etc.

El servicio prestado por el Estado a los ciudadanos se llama “servicio público”. En los Estados democráticos modernos, quien debe garantizar la prestación de este servicio es el poder ejecutivo, también conocido como “gobierno”. A cambio de este servicio, la población, incluso quienes trabajan para el Estado o en él (los funcionarios públicos y los políticos del ejecutivo), deben pagar al Estado. La forma de este pago es el impuesto. En tiempos de Israel, el encargado del servicio público era el rey. Este nombraba funcionarios para administrar las diversas áreas y regiones del reino. Toda esta “burocracia estatal” debería garantizar la prestación de servicios esenciales para el pueblo, con miras al bien común.

Los impuestos en Israel: En Israel se cobraban tasas por los santuarios, los impuestos pagados a los reyes y otros tributos según los imperios que dominaran.

Las tasas del santuario: El pueblo de la Biblia, naturalmente, también tuvo problemas con algunas tasas obligatorias. Inicialmente las tasas tenían un carácter sagrado, de contribución para el santuario, para el Señor. El que las recibía era Moisés, y luego los sacerdotes y los levitas. Básicamente eran cuatro tasas que los israelitas debían pagar al santuario. De estas, dos eran obligatorias (el diezmo y el tributo anual por persona) y dos se cobraban sólo en casos especiales (la multa por el pecado y el rescate de un voto hecho).

a. El tributo anual por persona: Todos los hombres a partir de los veinte años pagaban el valor de medio siclo, moneda de plata que pesaba 5,7 gramos, aproximadamente (Ex 30,13; 38,24-26). En el Nuevo Testamento el valor de este tributo era de un didracma, moneda de plata que pesaba unos 7 gramos (Mt 17,24). Este tributo era justificado como un “rescate” de la persona. En Israel, todos “pertenecían” al Señor, todos eran nazir, es decir, “consagrados”. Quien era consagrado debía cumplir con ciertas exigencias. Sin embargo, al pagar esta tasa al santuario, la persona pagaba su “rescate” y quedaba dispensada de tales observancias.

b. La tasa y la multa por el pecado: El que trasgredió la ley ha infringido el derecho del Señor y del prójimo (Lv 4, 5,15-16). Esto es pecado. El infractor queda “debiendo” al Señor. Entonces paga la tasa con el valor de un animal (novillo, buey, oveja, etc.), acrecentada por la multa de un quinto, es decir, un 20%. Esta penalidad es semejante a nuestras multas de tránsito o a las finanzas previstas para ciertos delitos.

c. Los diversos rescates de personas y bienes consagrados: Además de las personas, podían estar consagrados al Señor por un voto los animales, las casas, los campos y hasta una parte del diezmo (Lv 27,2-33; Nm 3,47; 18,16.21-32). Los valores de las tasas variaban según la edad, el sexo y la especie. A semejanza del impuesto por persona, todo lo consagrado al Señor podía ser “rescatado” mediante el pago de una tasa. Encontramos algo semejante hoy en las “conmutaciones” de votos y promesas de difícil realización, que a veces hacen los fieles para alcanzar una gracia y que luego no cumplen. El sacerdote “conmuta”, es decir, cambia la promesa hecha por otra mas difícil de cumplir.

d. El diezmo anual: El pueblo de Israel tiene el usufructo de la tierra, pero su verdadero dueño es el Señor. Por eso, la décima parte de todo lo que el suelo produce y de los rebaños, es entregado al Señor (Dt 14,22-29; Lv 27,30-33) El israelita debía ofrecerlo al Señor en el santuario, comiéndolo en la presencia del Señor (Dt 14,23-26). Por pertenecer al Señor, estos productos no podían ser incluidos en el voto de promesa. Pero si alguien lo hacía, podía rescatar el diezmo incluido en el voto pagando una multa del 20% de su valor. Esta regla valía solamente para el diezmo de los productos del suelo, no para el de los rebaños. Cada tres años, el diezmo debía dejarse para los pobres (Dt 14,28-19).

A estas tasas deben añadirse los diversos sacrificios estipulados por el santuario: sacrificio de reparación, de expiación por la impureza, de alabanza y comunión y de acción de gracias. Todo esto tiene para Israel un valor sagrado, pues de esta forma se ofrece culto a Dios. Otros significados tienen los impuestos estipulados por el rey. Vamos a estudiarlos a continuación.

Los impuestos del rey: Los reyes de Israel también fijaban impuestos para el pueblo. En el régimen monárquico, el rey concentra las funciones que en la república competen a los tres poderes. El pueblo queda sujeto a la benevolencia o capricho de su monarca. Muchas veces, llevados por la ambición de riqueza y del poder, los reyes del mundo se apoderaron de las tierras de sus súbditos, obligándolos a servir al ejército y a poner sus hijas al servicio del soberano.

Los reyes de Israel no escaparon a esta regla: apenas llegaron al poder, comenzaron a abusar del pueblo. A menudo el cobro de los impuestos era forzado, servía para enriquecer al rey y a su corte en vez de mejorar la vida del pueblo. Los impuestos eran, en verdad, una forma de expropiar los bienes de los súbditos. Tenían un amparo legal, eran oficiales, indiscutibles e irrevocables. ¡Ay de quien no los pagara!

Previendo esto, el líder popular Samuel, último de la época de la confederación de las tribus de Israel, alertó a sus compañeros que les pedían la institución de un rey: “El rey tomará a los hijos de ustedes y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro […]. Tomará a sus hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará sus campos, sus viñas y sus mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de sus cultivos y sus viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores. Tomará sus criados y criadas, y a los mejores bueyes y asnos y los hará trabajar para él. Sacará el diezmo de sus rebaños y ustedes mismos serán sus esclavos” (1 S 8,11-17).

El pueblo es el que paga los “platos rotos”: Estos son los impuestos más comunes que los reyes establecían, según las circunstancias y los intereses de cada uno.

a. El diezmo del rey: Se hizo público el dramático caso del agricultor Nabot, que perdió la tierra, la viña y la vida a causa de la ambición del rey Ajab (1R 21). Pero la explotación de los reyes sobre el pueblo no se mostraba siempre así, descarada. La forma más común de explotar era por medio de los impuestos. En el texto de 1S 8,11-17, trascrito anteriormente, vemos que el rey también cobraba un diezmo, es decir, la décima parte de toda la producción agrícola y pecuaria de cada ciudadano israelita (ver también Am 7,1). Este diezmo con seguridad también se extendía al comercio (1R 10,15).

b. Impuestos por vasallaje: Cuando era presionado por el rey de un país más poderoso, el rey exigía los impuestos a todos los israelitas. Tenemos dos ejemplos: Menajem, rey de Israel entre el 743 y el 738 a.C., cobró cerca de una libra de plata a cada notable del país, para pagar a Pul (Teglat-Falasar III), rey de Asiria, las treinta y cuatro toneladas de plata exigidas por este rey para dejar a Israel en paz (2R 15,19-20). También Joacaz, rey de Judá en el año 609 a.C., vencido por el faraón Nekó, creó mas impuestos para el pueblo con el fin de pagar las tres toneladas y media de plata y los treinta y cuatro kilos de oro exigidos por el rey de Egipto (2R 23,33-35).

Más adelante daremos otros ejemplos de estos impuestos y de sus efectos sobre la población.

c. Otros impuestos: En las sucesivas dominaciones extranjeras sobre Israel, los impuestos aumentaron. Los persas cobraban a Israel un tributo territorial, un impuesto por persona y hasta algunos peajes (Esd 4,13). Mas tarde, los seléucidas pasaron a cobrar, también, un impuesto sobre la sal y una “corona” o palma de oro como “ofrenda” (1M 10,29:13,37; 2M 14,4), además de los tradicionales impuestos sobre los productos de la tierra. Los romanos, hacia el final del período del Antiguo Testamento, cobraban los impuestos territoriales y personales (Rm 13,7; Mc 12,14), además de las tarifas de aduana (Rm 13,7; Mt 9,9). Los tributos podían ser pagados en dinero o en mercancías (animales, aceite, trigo) (2Cro 17,11). El “dinero” era inicialmente una cantidad pesada de oro o de plata. La acuñación de monedas (de oro, plata, cobre o latón) de diversos pesos y valores comenzó en el siglo VII a.C. en Grecia. Algunos emperadores a veces eximían a ciertas ciudades o personas de pagar impuestos. Por ejemplo, el rey de Persia dispenso de los tributos e impuestos al personal del Templo de Jerusalén (Esd 7,24). Mas tarde, de los seléucidas reconocen la independencia de la ciudad santa, dispensándola por entero de cualquier tributo (1M 15,5). Pero Pompeyo restableció este tributo en el 53 a.C. a partir de entonces, pasó a pagarse a los romanos.

Consecuencias de los impuestos en la vida del pueblo: Desde que Israel asumió el régimen monárquico y quiso “ser como las otras naciones”, el sistema tributario del Estado se convirtió en la forma consagrada de ejercicio del poder real en el país. Pero, cuando la carga tributaria es excesiva, el pueblo se rebela. ¿Quién aguantara vivir para pagar al Estado y nunca recibir a cambio un buen servicio público, además de ver a las personas que mandan en ese Estado cada vez más ricas y poderosas, mientras el pueblo se empobrece y debilita?

Fue principalmente por esto que el pueblo de las tribus del Norte acabó rebelándose y rompiendo con el hijo de Salomón. Pensaron que la creación de un reino independiente resolvería el problema. ¡Pobre pueblo! No entiende que la causa de los problemas no está en las personas, sino en el modelo sociopolítico.

El impuesto es también la forma en que una nación domina a otras: La dominación mediante el pago de impuestos o tributos era también la forma más común de imperialismo de una nación sobre otra. Mediante campañas militares, una nación más fuerte consigue someter a otra, imponiéndole el pago de tributos. A medida que una nación se fortalece en la política y en la economía y cuenta con un ejército numeroso y bien equipado, comienza a someter a las pequeñas y débiles naciones vecinas, constituyéndose poco a poco en un imperio. Algunas naciones no tan pequeñas intentan a veces enfrentar al imperio del momento, aliándose para resistir al invasor que amenaza su soberanía. Cuando esta medida no surte efecto, el imperio anexa a su territorio a estas naciones y somete a sus habitantes, convirtiéndolos en súbditos, o exige el pago de tributos a las naciones rebeldes, para eximirlas de la total anexión.

En el reino de Israel tenemos los dos casos en tiempos del rey Oseas (732-724 a.C.): en un primer momento Asiria, militarmente fuerte, bajo el gobierno de Salmanasar V (727-722 a.C.), impone un tributo al reino del Norte, para dejarlo en paz. Pero en un segundo momento el rey de Israel trama secretamente una rebelión, contando con el apoyo de Egipto, y deja de pagar el tributo. Entonces, Asiria invade Israel, desmantelando el gobierno de Samaría, destruyendo físicamente la ciudad, anexándola y deportando a su población (2R 17,1-6).

Además de estos casos y de los ejemplos ya citados de Menajem y Joacaz, encontramos en la Biblia otros casos de sumisión mediante el pago de impuestos. Podemos citar el caso de Moab, reino vecino de Israel, que somete a Israel al pago de tributos en el tiempo de los jueces (Jc 3,14-156). Mas tarde, David invierte la situación, imponiendo tributos a Moab y a otros pueblos vecinos, que quedaron sujetos al monarca israelita (2S 8,2-13). En tiempos del rey Joram, en el Norte, Moab intentó librarse de este tributo a Israel (2R 3,4-5).

sábado, 22 de noviembre de 2008

PROFETAS Y PRIMEROS TEXTOS BIBLICOS: DIOS ESCRIBE EN LAS LINEAS DE LA HISTORIA

La acción de los profetas para sacar el rey y al pueblo de la idolatría y conducirlo a la fidelidad de Dios es muy persistente y valerosa. Algunos escritos de este periodo y otros posteriores revelan tal preocupación.


El movimiento profético. Desde el comienzo de la monarquía, con Saúl y David, se manifiestan algunos profetas. En algunos textos son mencionados en episodios que anteceden a la monarquía y allí ellos aparecen como “videntes” (1 Sam 9, 9-11), o como “locos” o personas raras que danzan, se quitan la ropa y caen en trance (1 Sam 10,5-6; 19,24). En otros textos, son presentados mas positivamente, interpretando sueños (Dt 13,2-4) y consultando a Dios (1 Sam 8,6-7). Algunos personajes famosos anteriores a estos reyes recibieron el nombre de profetas: Abraham (Gn 20,7), Moses (Dt 18, 15; 34,10.17), Josue (Sir 46,1), Miriam o María (Ex 15.20), Devora (Jc 4,4) y otros. Peor se trata de una atribución posterior; en una época en la que la palabra “profeta” tal vez no tenía el sentido estricto usado para los profetas clásicos (Amos, Isaías, etc.).


El movimiento profético no era exclusivo de Israel. Era conocido también entre los pueblos vecinos, en Egipto, en Mesopotamia y en Canaán. Hay una estrecha relación entre los escritos de Mari, en Mesopotamia, y los de Israel. Ambos consideraban al profeta como a un ser humano que recibía una misión y era enviado generalmente al rey llevándole un mensaje oral, transmitido en tiempo de crisis, ya en los demás pueblos el profeta era visto como un mensajero del cielo. En Israel, el mensaje era dirigido también al pueblo. Además de llevar un mensaje, los profetas interpelaban al rey y al pueblo, exigiendo de ellos una transformación interior y exterior. Anunciaban y denunciaban, arriesgando frecuentemente su propia vida. Muchas veces el anuncio era hecho también con acciones simbólicas.


Los profetas o videntes eran buscados para resolver los mas diversos problemas de la vida del pueblo mediante una consulta a la divinidad (1 Sam 2,27-36). Motivos de salud (1 Rs 17,17-18), la perdida de unas asnas (1 Sam 9,3-10) o la defensa del territorio eran algunas de las razones para consultar a un profeta (Num22, 2-6). Los reyes y gobernantes trataban de tener el apoyo de los profetas o grupos de profetas, porque buscaban en la palabra de estos la legitimación divina de su poder. El apoyo de estos profetas representaba el apoyo divino y la garantía de sumisión y obediencia de los súbditos. También en la historia del pueblo de Israel sucedía lo mismo.


El cambio del sistema tribal al sistema monárquico ocurrió con el consentimiento del profeta Samuel (1 Sam 3,20; 9,9; 10,15). Este fue buscado por los jefes de las tribus que querían ese cambio (1 Sam 8,4-5). De hacho, Samuel atendió el pedido, aunque de mala gana, ungiendo a los primeros reyes de Israel: Saúl (1 Sam 10,1) y David (1 Sam 16,13). En el periodo de Saúl, se habla de un grupo de profetas (1 Sam 10,5.10), pero sus nombres y sus funciones nos son desconocidas.


El texto de Sam 10,5.9-13 solo deja clara la relación primitiva de los profetas con la música y el trance. Parece haber sido esta la manera como ellos contagiaban a la comunidad presente y expresaban acciones simbólicas por medio de mímicas, como en 1 Rs 22,11. Los grupos de profetas son mencionados únicamente en el tiempo de Samuel, Elías y Eliseo; después no se habla más de ellos. Natan no parece formar parte de los “hermanos profetas” o grupo de profetas; actúa en otra línea, integrado en la corte, junto a David (2 Sam 7,1 Crom 17) así como en la designación y unción de Salomón como sucesor de David (1 Rs 1,11-39).


Los profetas de Israel y los profetas de otros pueblos: Había una diferencia entre los profetas de Israel y los profetas de los otros pueblos. Los profetas siempre estaban ligados a Dios y a los líderes del pueblo. En la Biblia, el Dios del pueblo de Israel no existía para legitimar el poder del rey. Tal poder existía para servir a la alianza, al proyecto de Dios (Dt 7,14-20; Sam 8,1-22). Veremos mas adelante como, en los tiempos del rey Ajab y de otros, cuando los monarcas se oponían a la alianza y al proyecto de Dios, los profetas se volvían independientes, críticos y libres delante del poder, aun habiendo ungido a los reyes, como fue el caso de Saúl, Ajab y otros (1 Rs 19,10.14).


En los demás pueblos, los profetas no llegaron a ser un grupo independiente, critico del poder, por que la función de la divinidad era la de legitimar el poder del rey. No era posible, entonces, concebir a un profeta critico del poder del rey, pues este era el representante directo de la divinidad; en muchas culturas, era el hijo de dios en la tierra: todo lo que el dijese o hiciese era expresión de la voluntad de los dioses y no podía ser modificado ni cuestionado. Con esto, se consolidaba la posición de los reyes y se cometía muchas arbitrariedades.


Los profetas eran mensajeros de Dios para el pueblo: Hay muchas explicaciones validas acerca del origen y el significado de la palabra “profeta”. Lo más probable es que sea de origen acádica: “nabu”, traducida al griego en “profétes” y, en nuestra lengua, en “profeta”, significa “hablar en nombre de alguien”. En el sentido bíblico, el profeta es aquel que habla en nombre de Dios, por que se siente llamado por El a esta misión. Muchos profetas encontraron dificultades para aceptar esta difícil misión, porque incomodaba, reprochando por las injusticias, la explotación y la idolatría que andaban sueltas (cfr. Mlq 3,1-4 Jr 20,7-9).


Hay otras palabras que a veces son usadas para hablar del profeta: vidente, visionario, soñador, hombre de Dios, siervo de Yahvé, adivino, centinela. Todos estos nombres revelan algún aspecto del profeta, pero no expresan la totalidad de su esencia y misión. En el periodo de la monarquía unida había pocos profetas. Samuel, quien actúo en el cambio del régimen tribal hacia el monárquico, criticó la monarquía y se opuso a ella, pero termino aceptando la misión de ungir a Saúl y a David, aunque finalmente rechazo al primero (1 Sam 10; 15,10-23).


Natan comenzó su misión profética en la corte, durante el reinado de David. Aparece por primera vez en el segundo libro de Samuel, sin ninguna presentación (2 Sam7, 2). No conocemos su origen, ni como ocurrió su llamado a la misión profética. El aparece oyendo el desahogo de David: “Dijo el rey al profeta Natan: yo habito en una casa de cedro, mientras que el arca de Dios habita bajo pieles -. Respondió Natán al rey:- anda; haz todo lo que diga el corazón, porque Yahvé esta con tigo”. Mas adelante Natan confirmó en perpetuidad a la casa de David (2 Sam 7), recriminó su adulterio (2 Sam 12) e intervino en la designación de Salomón como sucesor (1 Rs 1). Se puede percibir un fuerte contenido ideológico en la profecía de Natán favorable a la dinastía davídica.


Gad fue otro profeta que actúo en la corte de David (2 Sam 24,11; 1 Cron 21,29; 29,9). Es llamado “vidente” de David, ordenó a David salir de la caverna de Adul-Lam (1Sam 22,5); fue muy severo con el rey, a causa del censo que este mandó realizar; proponiéndole escoger entre tres castigos (2 Sam 24,11-14. 18-19; 1 Cron 21,9-13. 18-19). En los textos anteriores, Gad y Natán aparecen como consejeros del rey para activar y resolver las implicancias religiosas de las decisiones políticas (2 Sam 7; 12; 24). A pesar de su severidad, eran escuchados por el rey.


La autosuficiencia del poder y la gloria de Salomón pueden ser percibidas por la ausencia de cualquier manifestación profética durante su reinado. Después de su unción efectuada por el profeta Natán. El templo parecería ser la garantía absoluta de su poder.


Escritos de la época de la monarquía. En el periodo de la monarquía unida (1030-931 a.C), surgen nuevos escritos bíblicos: la llamada tradición Yahvista, la historia de la sucesión dinástica de David, algunos proverbios y algunos salmos.


En la Biblia no conocemos ningún libro con el nombre de tradición Yahvista ni de historia de la sucesión dinástica. Estos textos están esparcidos en algunos libros de la Biblia. Los textos de la tradición Yahvista están esparcidos sobre todo en los cinco primeros libros de la Biblia: génesis, éxodo, levítico, números y Deuteronomio, conocidos también como la colección del Pentateuco o la Torah, atribuida a Moisés. Una afirmación explicita se encuentra en el evangelio de Marcos: “Maestro: Moisés nos dejó escrito…” (Mc 12,19) en la Torah…. La Torah comprende los cinco primeros libros de la Biblia. Al leer estos libros, los estudiosos percibieron que en los libros atribuidos a Moisés había nombres diferentes atribuidos al mismo Dios, bruscas interrupciones, algunas contracciones, etc. ¿Cómo era posible esto, si el autor era uno solo, Moisés? A partir de entonces, se comenzó a aceptar la idea de que varios eran los autores del Pentateuco, todos ellos de épocas, lugares y mentalidades diferentes. Al lado de la tradición Yahvista son conocidas otras tradiciones o escritos, como veremos mas adelante, que fueron reunidos poco a poco en un solo escrito y conformación el Pentateuco.


Tradición Yahvista: El grupo yahvista recogió tra­diciones orales antiguas y les dio una interpretación religiosa. Ellas se concentran principalmente en Génesis y Éxodo. Lea en su Biblia algunos textos: Gn 2, 4b - 4,26; 12-13; 18-19; 24; Ex 3, 1-5; 7­8; 16-20; 5,3-4.6-8. 10-22.l hay muchos otros; vamos a estudiar algunos de ellos en la segunda y tercera serie de la colección "Bi­blia en Comunidad". Observe, en la lectura de estos textos, el estilo narrativo y el modo de hablar de Dios, que son propios de esta tradición, que es una de las muchas fuentes usadas en la composición de la Biblia. Los autores de la Tra­dición Yahvista valoran las narra­ciones sobre los Patriarcas, la Pro­mesa, la Pascua, las bendiciones... Se interesan por las respuestas del pueblo de Dios y hacen una lectu­ra de la historia y de las huellas del pueblo de Dios en el pasado.


El grupo yahvista reúne mate­rial preexistente, de origen y fina­lidad diversos, proveniente sobre todo del Sur del país, insertándo­lo en el contexto de la monarquía unida con la intención de legitimar su institución que, en esa época, presentaba para Israel serios pro­blemas de naturaleza política, so­cial y sobre todo religiosa. Más tarde, la dinastía davídica es leída por otro grupo, como realización de las promesas hechas por Dios a los Patriarcas y a sus descen­dientes (1 Sam 7, 1-17)


Historia de la sucesión dinástica de David: rivalida­des y muertes. La historia de la sucesión di­nástica se halla en 2 Sam 9 - 20 Y en 1 Rs 1 - 2. Estas narraciones son muy antiguas y no sufrieron grandes retoques en el transcurso de los años desde su formación hasta la redacción final, alrededor del año 445 a. C. El prefacio de estos capítulos parece haber sido la profecía de Natán (2 Sam 7), que justificó la descendencia de David en el trono, y no así la del rey Saúl. Aunque Saúl fue el pri­mer rey de Israel, no estaba de­terminado aún que sería un hijo suyo quien tendría derecho al tro­no. La monarquía estaba todavía en una fase inicial, y la cuestión de la sucesión vino a ser definida sólo en el tiempo de David.


David hizo el empadronamien­to de los sobrevivientes de la fa­milia de Saúl. Descubrió a Meribbaal, hijo de Jonatan, su gran amigo, y nieto de Saúl, padre de Jonatan. Lo trató con bondad y generosidad, pero el derecho a la sucesión al trono cupo a Salomón. La dinastía de David se impuso mediante su hijo Salomón, a pe­sar de la supervivencia de Meribbaal (2 Sam 9), y a pesar de la oposición de Seba (2 Sam 20), el adulterio de David (2 Sam 10-12), la rebelión de Absalón (2 Sam 15-18) y las intrigas de Adonías, ambos pretendientes, estos últimos, al trono de David (1 Rs 1-2).

Proverbios: la educación popular. En este período surgen los pri­meros proverbios escritos, que luego fueron recogidos y juntados con otros (Prov 10, 1 - 22, 16). Estos capítulos son considerados la parte más antigua del libro. Tra­zan normas de conducta atribui­das a Salomón, en la forma de di­chos o máximas populares breves. Eran fáciles de ser memorizados y muy usados en la enseñanza oral. El padre y la madre los enseñaban a los hijos (Prov. 1,8; 4, 10). El libro de Proverbios forma parte de la literatura sapiencial que integra otros libros con enseñanzas seme­jantes.

Job: El libro de Job forma parte de la literatura sapiencia! Todo indi­ca que fue escrito en dos perío­dos históricos diferentes. Una pequeña parte del inicio y una del fi­nal del libro sugieren que probablemente fueron escritas durante el período de la monarquía unida. Si leemos seguido el prólogo (Job 1,1 - 2, 13) Y el epílogo (Job 42, 7-17), vamos a percibir una uni­dad de forma, contenido y visión teológica que difiere de la que se encuentra en la parte central (Job 3, 1-42, 6). Es muy probable que, en un comienzo, la parte inicial y la final hayan constituido una na­rración folklórica a parte, a la cual fueron añadidos los capítulos cen­trales de Job. Éstos son presenta­dos en poesía y son comúnmente colocados en el post-exilio. Cons­tituyen la parte más reciente de la obra. Quien lee solamente la in­troducción y la conclusión de la obra queda con la falsa idea de un Job paciente y resignado. Idea que hasta hoy permanece: "Que ten­ga la paciencia de Job!".

El prólogo y el epílogo del li­bro narran la paciencia ejemplar de un hombre de la tierra de Us, tal vez de la región de Edom (Job 1,1), próxima al Mar Muerto. Él era tenido en gran estima entre los "hijos del Oriente". Era un siervo de Dios rico y feliz. Dios permitió a Satán ponerlo a prueba en sus bienes, en sus hijos y, después, en su cuerpo; pero él seguía fiel. La mujer le aconseja rebelarse con­tra Dios, pero nada consigue. Job continúa paciente, aceptando todo como viniendo de Dios. Los ami­gos se solidarizan y luego entran en conflicto con la manera de pen­sar de Job. El epílogo en prosa concluye el libro, aprobando la actitud de Job, al que se le devuel­ve el doble de todo, como recom­pensa de su resignación.

Hay quien piensa que esta his­toria, imbuida de una piedad sin igual (Job 1, 1-8; Sant 5,11), cir­culara de forma oral entre los sa­bios del Oriente Medio, alrededor del año 1000 a. c., y haya sido narrada nuevamente en hebreo en la época de Samuel, David y Salomón; luego, con bastante cer­teza, le fue añadida, en el post-exilio, la parte en poesía (Job 3, 1 - 42,6), en la que el autor anóni­mo refuta los textos en prosa sobre la teología de la retribución y de la justicia divina.

Salmos 2; 15; 24; 51-110; 121-134: Muchos de estos Salmos son conocidos como "reales" (relati­vos al rey): los Salmos 2 y 110 son oráculos a favor del rey; el 61 y el 72 son oraciones por el rey; el 63 y el 101 son oraciones del rey; el 132 es un canto real de proce­sión. Los Salmos 2, 72 y 110 pue­den haber sido Salmos de entronización de un rey. Son poemas antiguos, probablemente de la épo­ca de la monarquía, porque refle­jan el lenguaje y el ceremonial de la corte. El rey es llamado hijo adoptivo de Dios; se afirma que su reino no tendrá fin; que su po­der se extenderá hasta los últimos confines de la Tierra; que hará triunfar la paz y la justicia; y que será el salvador del pueblo. Tales expresiones pueden parecer extra­ñas, pero reflejan lo que los pue­blos vecinos decían de sus sobe­ranos y lo que Israel esperaba de su rey.

En Israel, el rey recibía la unción que hacía de él un vasallo del Señor y su representante en la Tierra. Él es el ungido del Señor: en hebreo, un "Mesías" ("ungido"). Cuando los reyes se alejaron del ideal propuesto por el Señor, sur­gió en el pueblo la esperanza de un rey-mesías que, en el futuro, ejercería la justicia y salvaría a Is­rael. Los Salmos 120 al 134 son conocidos como "Canciones de las Subidas". Los peregrinos can­taban estos cánticos mientras se dirigían hacia el monte Sión, en Jerusalén (cfr. Is 30, 29).

Escritos sobre la época de la monarquía unida. Los escritos sobre la época de la monarquía son muy posteriores a ella; datan de los años 587 a 445 a. C. Retratan el período de la monarquía unida, e integran datos nuevos. Pertenecen a este grupo de escritos: Jc 19-21; 1-2Sam; 1 Rs 1-11; 1 Cron 11-21; 2 Cron 1-9; Sir47. La preocupación cen­tral que se esconde detrás de mu­chos de estos escritos conocidos como deuteronómicos (Je, Jos, 1­2 Sam y 1-2 Rs) es el reinado "justo", mientras que en otros, del gru­po sacerdotal (1-2 Cron), es la teocracia, o sea, el reinado de Dios. Vamos a ver un poco cada uno de ellos.

Jueces 19-21: Estos tres capítulos de Jueces fueron escritos alrededor del año 530 a. C., después del destierro; hacen una lectura del período an­terior a la monarquía. Constituyen el segundo apéndice de Jueces (el primero está constituido por los capítulos 17 y 18). Jueces 19-21 rela­ta la guerra contra la tribu de Ben­jamín, sus causas y consecuencias. El capítulo 19 presenta el motivo de la guerra: la trágica muerte de la concubina de un levita de Efraín. En Guibeá, en el territorio de Ben­jamín, el levita sólo encuentra hos­pitalidad en la casa de otro efrainita (v. 16).Los benjaminitas no cum­plen con las leyes de la hospitali­dad, además de cometer un acto abominable, al abusar de la con­cubina del levita efrainita, que lle­gó a morir. El hecho causó una in­dignación general en las otras tri­bus. El capítulo 20 habla de la con­vocatoria de las tribus para ven­garse de los benjaminitas, y habla de las operaciones militares, las emboscadas y la victoria final de los israelitas. El capítulo 21 des­cribe la rehabilitación de la tribu de Benjamín, abriéndole la posi­bilidad de unirse en matrimonio con mujeres de otras tribus.

Los textos presentan una críti­ca a la tribu de Benjamín, cuya capital era Guibeá, ciudad de ori­gen de Saúl, el primer rey de Is­rael. Los estudiosos creen que es­tos textos reflejan una rancia tra­dición contraria a Saúl y traen ele­mentos que se encontraban en la narración de Lot en Sodoma (Gn 19,1-11). En la época de Saúl la tribu de Benjamín ejerció una fun­ción importante; es poco proba­ble que haya habido un decline de la tribu en el período de la monar­quía de Saúl, como aparece en Jc 21.

1-2 Samuel: Los dos libros que llevan el nombre de Samuel no se llamaban así desde el comienzo. En algunas Biblias hasta hoy llevan el nombre de primero y segundo de los Re­yes, pues la Vulgata habla de los cuatro libros de los Reyes. Reci­bieron el nombre de Samuel por­que una antigua tradición de los rabinos consideraba a Samuel como autor de estos escritos. 1 Sam narra el nacimiento del niño Samuel, su vocación profética y su misión como Juez y libertador del pueblo (1 Sam 1-7). Is­rael enfrentó guerras sobre todo contra los filisteos, que en Silo le arrebataron el Arca de la Alianza. Frente a las dificultades creadas por los países vecinos, Israel sin­tió la necesidad de un rey. Enfrentó la resistencia de Samuel, quien atendió de mala gana el pedido del pueblo y constituyó a Saúl como primer rey de Israel (1 Sam 8-12).

Desde un comienzo Saúl en­frentó guerras contra los filisteos y contra los amalecitas (1 Sam 13­15). Estando aún en el trono Saúl, David fue ungido rey por Samuel. Llegó a la corte y allí, después, se proyectó en razón de su habilidad política y guerrera. Provocó los celos de Saúl, quien lo veía como a un rival y lo perseguía. David huyó frente a sus amenazas. Final­mente Saúl murió en el monte Gelboé, mientras David marcha­ba hacia Hebrón (1 Sam 16-31).

Al comienzo de 2 Sam, David se enteró de la muerte de Saúl. El texto habla de su proclamación como rey de las tribus del Sur, en Hebrón (2 Sam 2, 1-4) y, siete años después, como rey de las tribus del Norte (2 Sam 5,1-5).

1 Reyes 3-11: La redacción final de las narra­ciones de 1 Rs 3-11 es del perío­do posterior al destierro. Allí se relata la llegada de Salomón al tro­no con la eliminación de sus her­manos y de los opositores al tro­no de David. Salomón, en su rei­nado, es presentado como rey sa­bio, constructor y comerciante.

1 Crónicas 10-20: Estos capítulos de 1 Crónicas comienzan recordando la muerte de Saúl en el monte Gelboé. Presentan a David como al fundador del culto del Templo. Recuerdan su unción y su realeza. Hablan del traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén, y de la profecía de Natán respecto de la casa de Da­vid, así como de sus campañas militares.

El autor cronista no habla de la vida privada de David, y tampoco de las rivalidades ocurridas en ocasión de su sucesión, tal vez para confirmar la justificación que el propio autor presenta en 1 Cron 22, 8: "Tú has derramado mucha sangre y hecho grandes guerras; no podrás edificar tú la Casa a mi nombre". David emprendió mu­chas batallas y tuvo éxito (1 Cron 18,1-13). Ofreció para la construcción del Templo el botín de las guerras (1 Cron 29,1-5).

2 Crónicas 1-9: El segundo libro de las Cróni­cas recuerda, en los capítulos 1 al 9, la mayor obra de Salomón: la construcción del Templo de Jeru­salén. El texto ignora los pecados del monarca (l Rs 2, 13 - 3, 3), pero resalta su riqueza y su gloria como fruto de la bendición divina.


Eclesiástico o Sirácida 47: El Eclesiástico, en el capítulo 47, recuerda la actuación del pro­feta Natán junto al rey David, la designación de éste entre los hijos de Israel, remembrando sus gestas, y recuerda a Salomón, quien le sucedió en el trono, pero no fue tan fiel como su padre. Re­cuerda finalmente a Roboam como "al más loco del pueblo, fal­to de inteligencia" (Sir 47, 23) y a Jeroboam, quien "hizo pecar a Is­rael y señaló a Efraín el camino del pecado" (Sir 47, 24).


Conclusión

El final del período de la Confederación de las Tribus en Israel favo­reció el surgimiento de la monarquía. Muchas amenazas de los pueblos vecinos ponían en riesgo la supervivencia y el espacio territorial de las tribus, así como la producción de las tribus más prósperas. Esto hizo que una parte del pueblo, siguiendo el ejemplo de los demás pueblos, pidiera un rey a Samuel, el último Juez.

Saúl fue el primer rey escogido por Samuel. Hizo la transición del sistema de gobierno tribal al sistema monárquico. Aun así, no podemos decir que Saúl haya dejado un Estado burocrático con una organización estatal centralizada, con un ejército permanente, un palacio, un cuerpo de funcionarios estables, y un santuario con un culto propio. Nada de esto había. Tal vez él tenía apenas una cierta autoridad en el reclutamiento de las tribus, con poderes permanentes para mantener una tropa defensiva. Terminó su vida en una batalla contra los filisteos, en el monte Gelboé.

Con David, la monarquía recibió un nuevo impulso. David era un hábil político, exitoso en sus campañas militares, y tenía muchas cuali­dades personales que favorecieron su liderazgo, inicialmente sobre las tribus del Sur y, después, sobre las tribus del Norte. Conquistó Jerusa­lén y compró la colina sobre la cual edificó su palacio. Constituyó un ejército permanente y organizó un Estado burocrático y autónomo, en el cual ya aparecen funciones y listas de funcionarios. En su reinado, las tribus llegaron al máximo de su expansión territorial. Hubo muchas dis­putas en la sucesión al trono de David, con la subida final de Salomón.

Salomón se hizo conocido como rey sabio. A él fueron atribuidos varios libros del Antiguo Testamento. Pero su sabiduría está ligada a la habilidad comercial y política. Salomón se hizo famoso por la construc­ción del Templo de Jerusalén, donde se celebraba el culto al Señor. Pero Salomón fue recriminado por su infidelidad al Señor, pues se casó con mujeres extranjeras que introdujeron el culto a otros dioses y des­viaron el corazón del rey. Ya en la fase final del reinado de Salomón aparecen rebeliones sobre todo en las tribus del Norte, que reclama­ban por los pesados impuestos. Con su muerte, de hecho el reino se dividió en dos: el reino de Judá, en el Sur, con Roboam; y el reino de Israel en el Norte, con Jeroboam.

También se menciona la actuación de algunos profetas en el período de Saúl y de David. El mayor resalte le es dado al profeta Samuel, quien apoya la transición del régimen tribal hacia la realeza, y al profeta Natán, quien da el carácter de elección divina a la dinastía davídica. Hay también una mención al profeta Ajías de Silo, que apoya la rebe­lión de Jeroboam (1 Rs 11,29-30).

viernes, 14 de noviembre de 2008

LUCES Y SOMBRAS DEL REINO DE SALOMÓN (970-931)

Después de muchas disputas entre los pretendientes al trono de David, Salomón llega al poder. Las narraciones sobre su reinado resaltan su sabiduría y su espíritu emprendedor en diversos campos: religioso, comercial y cultural. Pero es necesario poner atención para leer entre líneas los textos que se refieren a él, para descubrir astucia y mucha opresión en lo que él emprendió.


Salomón: hijo de David con Betsabé: Los textos que hablan especí­ficamente sobre el reinado de Salomón se encuentran en 1 Rs 3-11. El nombre "Salomón" le fue dado por David, su padre (2 Sam 12,24), Y el nombre "Yedidías" (amado de Yahvé) le fue dado por el profeta Natán, "según la palabra de Yahvé" (2 Sam 12, 25). Su nacimiento fue interpreta­do como la certeza del perdón de Dios, pues había muerto el primer hijo nacido del adulterio de David con Betsabé. El nombre "Salomón" viene de la palabra "Shalom", que en hebreo significa "paz, ple­nitud, prosperidad, perfección" y que es usada como fórmula de saludo. David le dio este nombre a su hijo tal vez porque se sintió en paz con Dios.


Las narraciones sobre Salomón inician con los conflictos de la su­cesión (1 Rs 1-2); después lo presentan como un rey sabio (1 Rs 3, 1 - 5, 14), como constructor (1 Rs 5,15 - 9,25) Y como comerciante (1 Rs 9,26 -10,29); Y ter­minan evidenciando las sombras de su reinado (1 Rs 11, 1-43).


Los conflictos de la subida al trono de Salomón: 1 Rs 1-2: Las narraciones bíblicas sobre la subida al trono de Salomón no dicen que éste ha sido escogido por Dios como sucesor de David. (cfr. 1 R 1,48; 2, 24) In­cluso antes de tener la aprobación de David, hubo una mediación del profeta Natán y de Betsabé (1 Rs 1, 11 ss.). Pero él es señalado y aprobado por la voluntad expresa de David (1 Rs 1, 32-40) y es aclamado por el pueblo (1 Rs 1, 39). Los versículos que siguen re­velan que su subida al trono resul­tó de un contragolpe en el que los adversarios fueron tomados por sorpresa (1 Rs 1,41-53).


La justificación religiosa del gobierno de Salomón es presentada en el texto que habla de una peregrinación que él hace al prin­cipal "lugar alto" de Gabaón, don­de el Señor le aparece en sueños durante la noche. En esta expe­riencia, Salomón le dirige una sú­plica pidiendo la gracia de gober­nar al pueblo con sabiduría (1 Rs 3,4-15). Según los libros de las Crónicas, el "lugar alto" donde sucede este encuentro con Dios parece ser un antiguo santuario israelita (1 Cron 21, 29; 2 Cron 1, 3-5).


Salomón, rey sabio: 1 Rs 3, 1 - 5, 14: Salomón es conocido por mu­chos como rey sabio. Las narra­ciones enaltecen su sabiduría prác­tica (1 Rs 5, 9-14), que está liga­da a la habilidad política y comer­cial. Algunos libros bíblicos son atribuidos a él -como parte de Pro­verbios (Pr 1, 1), Sabiduría (Sb 9, 7-8.12), Cantar de los Canta­res (Ct 1, 1) Y algunos Salmos (Sal 72; 127)


La atribución de un texto a al­guien es frecuente en el mundo bí­blico. Por eso, muchos escritos sapienciales son atribuidos a Salomón, pero no necesariamen­te son de su autoría. Este modo de proceder recibe el nombre de "pseudonimia". En la corte había escribas que registraban los Ana­les de la Casa de Salomón. Tal vez por esta razón di versos libros han sido atribuidos a él.


Salomón, rey constructor: 1 Rs 5, 15 - 9, 25: Una de las mayores obras de Salomón fue la construcción del Templo de Jerusalén. Su descrip­ción es pormenorizada, comen­zando desde los preparativos (1 Rs 5, 15-32) hasta la construcción y la decoración (1 Rs 6). En el Templo Salomón introdujo el Arca de la Alianza (1 Rs 8,1-13), ben­dijo la asamblea de Israel (1 Rs 8, 14); hizo sus plegarias (1 Rs 8,15­52); bendijo nuevamente la asam­blea (1 Rs 8, 54-61), y ofreció sacrificios con todo el pueblo, ejer­ciendo las funciones sacerdotal es (1 Rs 8, 62-66).


Salomón desarrolló y estimuló una tradición cultual en el santua­rio estatal, aunque no era una tradición "judía" o "israelita". Proba­blemente sufrió influencias de Egipto y de otros países. Todo in­dica que, de hecho, el Templo de Jerusalén podría haber sido un santuario estatal, en el cual los sacerdotes eran también funcionarios del rey.


El Templo de Jerusalén era una empresa "regia", el lugar de la re­presentación del rey y de Dios, venerado por él; pero eran los san­tuarios menores los que daban ple­na garantía de fidelidad a las tra­diciones religiosas de Israel. En realidad no se conocería el rumbo de la religión en Israel si las tribus, en sus santuarios, no hubiesen ve­lado con celo, desde el inicio, por la conservación de las tradiciones de la fe en el Dios de Israel con interrumpida continuidad y ori­ginalidad. Estas tradiciones se ex­tendieron a todos los israelitas, con una cierta tensión con el Estado. De ahí resultaron dos tradiciones que fueron concluidas en el período del exilio y del post-exilio: la tradición deuteronómica, y la sacerdotal, que aportaron muchos escritos del Antiguo Testamento.


Salomón mandó construir su palacio (1 Rs 7,1-51), igualmen­te descrito en sus mínimos deta­lles: origen, mobiliario, naturaleza del material de construcción, equipo de trabajo, etc. 1 Rs 9, 15-24 habla de otras construcciones, como el terraplén llamado Millo, donde se hallaban el palacio y el Templo; la muralla de Jerusalén; y la fortificación de las ciudades de Jasor, Meguiddó y otras.


Las noticias sobre el recluta­miento para el trabajo son contra­dictorias. Según 1 Rs 5, 27 todo Israel era reclutado como mano de obra esclava.


Más adelante, 1 Rs 9, 20-22 dice que la mano de obra era reclutada entre la población no is­raelita de las Ciudades-Estado de Canaán. Sin embargo, la primera versión es más verosímil, porque será una de las causas de la pos­terior ruptura entre Israel y Judá (1 Rs 12,3-4. 14-16). Salomón creó 12 distritos administrativos para sustentar la corte durante los 12 meses del año (1 Rs 4,7-9).


Salomón, rey comerciante: 1 Rs 9, 26 -10, 29: Salomón no fue tan hábil y po­lítico como David. Se caracterizó mayormente por las relaciones diplomáticas que fomentó con los países vecinos mediante el comer­cio (1 Rs 10, 28-29), por medio del matrimonio con mujeres ex­tranjeras de Moab, Ammón, Sidón, Hattu (1 Rs 11, 1) Y con la hija del faraón de Egipto, tenida como esposa legítima, la misma que es mencionada cinco veces (1 Rs 3,1; 7, 8; 9, 16.24; 11, 1). El matrimonio con mujeres extranje­ras era una de las formas de man­tener la buena vecindad con los países vecinos. Confirman esta te­sis los textos bíblicos que hablan de las guerras emprendidas por David contra los ammonitas, los edomitas y otros pueblos, mas no en el tiempo de Salomón (1 Rs 2, 12 -11,43). Tampoco emergen los conflictos que antes envolvían a la autoridad del rey sobre Judá e Israel. Ahora estas cuestiones están apaciguadas.


Extensión territorial en el tiempo de Salomón: Salomón no conservó el terri­torio que heredó de su padre, y tampoco emprendió campañas para expandirlo. Cuando se casó con la hija del faraón de Egipto, dio en cambio la ciudad de Guézer (1 Rs 9,16). Luego cedió a Jiram, rey de Tiro, 20 ciudades de Galilea (1 Rs 9, 11-14), en cambio de mano de obra especializada y de material de construcción. Perdió la parte oriental de Siria, que ha­bía pertenecido al reino de David, y parte de Edom. No se mostró un general activo, aunque tuvo or­ganizado un cuerpo de carros de combate muy entrenado y espe­cializado (1 Rs 10,26-29).


Sombras del reinado de Salomón: 1 Rs 11, 1-43: Entre las sombras del reinado de Salomón aparece el número muy elevado de mujeres con las cuales se casó. Esto indica las muchas alianzas que hizo con los países vecinos, como una forma de mantener buenas relaciones (1 Rs 11, 1). Según el texto, ellas des­viaron del Señor al corazón del rey, introduciendo en Israel a sus dioses y a sus creencias (1 Rs 11, 4 ss.). El Deuteronomio le hace una crítica y una recomendación al rey Salomón: critica sus matrimonios y el lujo que ostenta; y le recomien­da que cargue consigo una copia del libro de la Ley y ponga en práctica sus preceptos y normas (Dt 17, 16-20).


Salomón comenzó a perder prestigio y a empeñar ciudades para pagar la deuda externa. En­frentó la rebelión de Edom (1 Rs 11, 14-22), la de Siria (1 Rs 11, 23-25) Y la del Norte, conducida por Jeroboam (1 Rs 11,26-40), quien había sido encargado de su­pervisar la contribución de la Casa de José a los trabajos emprendi­dos por el rey. Esta situación pa­rece revelar la existencia de una crisis social, debida a una imposi­ción muy pesada sobre las tribus del Norte.


Además de los territorios, Salomón perdió también la simpa­tía del pueblo a causa de los ele­vados impuestos (1 Rs 5,1. 14). Subdividió las tribus del Norte en 12 regiones administrativas (1 Rs 4,7-19) Y estableció que cada dis­trito debía pagar durante un mes del año los gastos del rey y de su casa, apuntando con esto a debi­litar el antiguo sistema tribal (1 Rs 4, 7-19; 5, 7). Los tributos eran obtenidos mediante el trabajo obli­gatorio del individuo y de la co­munidad (1 Rs 5, 27 ss; 2 Cron 2, 16).


Todo esto sólo podía eclosio­nar en la di visión del reino, des­pués de la muerte de Salomón. Luego de la ruptura del gobierno, vino la ruptura cultural y religiosa. Jeroboam restauró el culto en el santuario de Betel, para hacer frente al Templo de Jerusalén (1 Rs 12, 26-33).


El alto precio de la prosperidad: El reinado de Salomón fue marcado por una relativa paz con los países vecinos y por obras faraónicas, como el Templo de Jerusalén y el palacio real. En este período, Israel se hizo conocido como potencia internacional, que asombró incluso a la reina de Sabá, en Arabia (1 Rs 10). Desa­rrolló el comercio internacional, que se volvió una fuente de rique­za para el reino.


Con el comercio exterior en­traron también los cultos idolátricos (1 Rs 11, 7 ss) que des­viaron al pueblo del Dios verda­dero. A pesar de toda la prospe­ridad del reino de Salomón, el pue­blo se sentía oprimido, como si hubiese vuelto a la experiencia de antaño, en Egipto: trabajos forzo­sos, idolatría, persecución políti­ca, miseria, opresión por medio de impuestos y tributos, hechos que confirmaban las previsiones de 1 Sam 8: el rey y la corte oprimían al pueblo como el faraón había oprimido a los antepasados en Egipto. El rey pasó a simbolizar la negación del proyecto fraterno y solidario del Señor. El pueblo, apo­yado por el profeta Ajías, de Silo, se rebeló contra la situación de explotación (l Rs 11,26-12,19).


La monarquía creció a costa de la explotación del pueblo

Las preocupaciones de los tres primeros reyes de Israel, progre­sivamente, fueron: la creación de un ejército permanente que pudie­se defender la producción, así como el pueblo y la extensión te­rritorial; el establecimiento de una capital en la que tuviesen su sede los centros de poder militar, polí­tico, administrativo y religioso; la construcción del palacio que pu­diese acoger a la familia real y a la corte; y, finalmente, la construcción de un santuario estatal para vene­rar a la divinidad protectora del reino.


Tales objetivos exigían la selec­ción de una élite que ayudase al rey a llevar adelante los proyectos de su gobierno. El funcionamiento de esta máquina del Estado exigía mucho dinero, que era recogido mediante impuestos, tributos, ta­sas, guerras y botines de guerra. Eran diversas las formas de explo­tar al pueblo, y fueron aplicadas más fuertemente en el reinado de Salomón.


El reinado de Salomón puede ser retratado, de manera resumi­da, con las siguientes característi­cas: el uso del trabajo casi seme­jante al del tiempo de la esclavitud en Egipto, (l Rs 5, 27-32; 12,4); el gusto por el lujo y la riqueza, al estilo de los faraones (1 Rs 5, 2­3; 7,1-8; 10, 14-23); la unión con princesas y concubinas extranje­ras que "desviaban su corazón hacia otros dioses" (l Rs 11, 1­8); la concentración de riquezas en las manos del rey, considerado el gran detenedor del monopolio es­tatal (l Rs 9, 26-28); todo esto realizado con la aparente bendi­ción del Señor, que "habitaba" en el Templo construido por el pro­pio Salomón (1 Rs 8,1-13; 1 Rs 6-7).


¿Y el pueblo? Continuaba cla­mando a Dios como en el tiempo de la esclavitud de Egipto. El rey moraba en la ciudad protegida por murallas, distantes de los campos y de las aldeas donde vivía y tra­bajaba el pueblo. El clamor popular no llegaba hasta el palacio del rey, situación semejante a la denunciada por Amós dos siglos después (Am 6, 4-6). Las élites, sustentadas por la monarquía, iban introduciendo en la cultura de su época contenidos ideológicos que ayudaban a oprimir al pueblo aún más, y que persistirían a lo largo de los siglos. Estos contenidos van a aparecer en los textos de litera­tura sapiencial, tanto en coleccio­nes más antiguas como en elabo­raciones más recientes. Así, la pobreza era presentada como fruto de la pereza y como maldición, y la riqueza era vista como bendi­ción de Dios por la práctica del bien (Pro v 10,4; 10, 15; 13, 18 colección antigua). Las personas empobrecidas por la opresión del rey y por las injusticias sociales eran vistas como seres inferiores, culpables de su propia situación, flojos e incapaces. El pueblo no tenía voz, nunca; permanecía ca­llado delante de la situación (Qo 9, 13-16 - colección antigua; Sir 13,3-4) Esta discriminación so­cial, después de haber sido asu­mida por la cultura del pueblo, pasa a ser también discriminación reli­giosa y teológica, en la forma de "teología de la retribución": la ri­queza es bendición de Dios; la pobreza, maldición y castigo. Job (siglo V a. C.) presenta esta teo­logía y, con gran perspicacia, la desmitifica.


Con la monarquía, poco a poco el clamor del pobre dejó de incomodar. El mayor robo de la monarquía fue el de quitar la sen­sibilidad de las personas. Esta in­justicia continuó siendo practica­da hasta hoy. Esta lógica se volvió tan normal que el prender fuego a un indio se convirtió en una diver­sión.


Aunque encontramos algunos pasajes contra la monarquía, la mayor parte de las fuentes bíbli­cas relativas a este período le son favorables, tanto las originales, que surgieron durante este período, como las de las tradiciones yahvista y deuteronómica, poste­riores, que hacen su relectura. Contemporáneamente a la mo­narquía unida de Israel, encontra­mos algunas manifestaciones proféticas con características pro­pias y limitadas.

viernes, 7 de noviembre de 2008

DAVID, DE PEQUEÑO PASTOR A GRAN REY (Aprox. 1010-970)

Vamos a conocer las diferentes lecturas de la llegada de David a la corte de Saúl, su vida y su reinado, sus conquistas, la expan­sión de su reino desde el Sur hasta el Norte de Israel, sus debilidades humanas y la reanudación del proyecto de Dios.

La historia de David

La historia de David es narra­da en el primero y el segundo li­bro de Samuel (1 Sam 16,1-30, 31; y todo 2 Sam) y en el primer libro de Reyes (1 Rs 1-2). Para facilitar la comprensión de la his­toria de David, vamos a clasificar las narraciones en tres grandes blo­ques: la historia de la subida de David al trono; las conquistas de David y su aclamación y corona­ción en Judá e Israel; y la historia de su sucesión en el trono de Da­vid.


La "historia"5 de la subida de David al trono: 1 Sam 16 - 2 Sam 4, 12

La historia de David comienza ya con la narración de su designa­ción y unción como rey, incluso antes de la muerte de Saúl. En la tradición de la monarquía en Is­rael, como vimos anteriormente, eran necesarias dos prerrogativas para que alguien fuera rey: la de­signación de parte de Dios, y la aclamación del pueblo. La primera narración sobre la designación de David de parte de Dios se encuentra en 1 Sam 16, 1-13.

David era hijo de Jesé, natural de Belén, de la tribu de Judá. Era el menor de ocho hermanos (1 Sam 16, l0-ll).De origen humil­de, era pastor de los rebaños de su padre. Dios envió a Samuel a casa de Jesé, en Belén, "porque ­le dijo- he visto entre sus hijos un rey para mí" (1 Sam 16, 1). Des­pués de que todos los hijos de Jesé pasaron delante de Samuel, Dios le indicó a quién debía ungir: "Levántate y úngelo: porque es él", David (1 Sam 16, 12; 2 Sam 2, 4; 5,3).

David fue aclamado inicialmen­te por las tribus del Sur, en Hebrón (2 Sam 2). Sólo siete años después fue reconocido como rey por las tribus del Norte (2 Sam 5). Pero desde la unción de David en su casa hasta su reconocimiento como rey pasaron muchos años. ¿Cómo es que este joven pastor fue a parar a la corte de Saúl?

Las narraciones bíblicas traen tres versiones diferentes sobre la presencia de David en la corte de Saúl. La primera dice que él fue invitado allí a tocar la cítara. Saúl pidió a Jesé que le permitiera al joven permanecer en la corte, para que, al tocar la cítara, aliviase su depresión. David se volvió, enton­ces, escudero del rey (1 Sam 16, 14-23). En esta función acompa­ñó al rey en la guerra contra los filisteos y tuvo gran éxito (1 Sam 17, 1-11).

La segunda narración (1 Sam 17,12-54) cuenta la historia de la llegada de David al campo de batalla donde Goliat, el filisteo, esta­ba desafiando a Israel. David in­tentó participar en la batalla por intermedio de sus hermanos, que servían en el ejército de Saúl, pero no consiguió nada. Alguien vio a David insistiendo en combatir con­tra Goliat y se hizo portavoz de su pedido donde el rey. Saúl lo llamó (1 Sam 17,31). David fue acep­tado, combatió contra Goliat y lo venció. Esta narración ignora el pedido de Saúl al padre de Da­vid, y afirma que éste se presentó ante Saúl y le pidió poder luchar contra Goliat, el guerrero filisteo. Y Saúl consintió en ello.

Más adelante, en el mismo ca­pítulo, se encuentra la tercera na­rración (1 Sam 17, 55 - 18, 5). Después de la victoria del peque­ño David sobre el gigante Goliat, Saúl le pregunta a Abner, jefe de su ejército: "¿De quién es hijo aquel joven?”... Saúl no obtuvo in­formación del general. Entonces mandó llamar de nuevo al héroe y lo tomó a su servicio. David co­menzó a proyectarse y a tener éxito en lo que emprendía: con eso le hizo sombra al rey. Saúl, entonces, pasó a perseguir a David, pues su estima por él se transformó en odio (1 Sam 18,6-16). Pero David lo­gró escapar de la muerte con la ayuda de su amigo Jonatan, hijo de Saúl (1 Sam 20).


Los textos manifiestan su preferencia para David

Está claro que los autores de los textos demuestran una gradual preferencia por David. Ellos lo presentan de una forma muy sim­pática, aunque no esconden sus debilidades y pecados. Lleno de bondad, de valentía en las con­quistas militares, dotado de cuali­dades humanas, artísticas y de liderazgo, afortunado, llega a ca­sarse con Mikal, hija de Saúl (1 Sam 22-30). Éste, por el contra­rio, es presentado como alguien incapaz en el plano político (1 Sam 31), indigno en el plano religioso (1 Sam 15, 10-31) Y desequilibra­do en el plano psíquico (1 Sam 19, 8-24), perdiendo gradualmente su prestigio inicial. El autor tenía la preocupación de resaltar la alian­za de Dios con el pueblo de Is­rael, el pueblo escogido y porta­dor de las promesas y del futuro Mesías, el cual vendría por medio de la dinastía de David, no de Saúl. Por eso, debemos leer estos textos con cuidado, para no caer en la ingenuidad de pensar que todo fue tan "limpio" para David como aparece en una lectura más superficial.


Las conquistas de David y su aclamación y coronación en Judá y en Israel: 2 Sam 5-8

Poco a poco David fue con­quistando su espacio y se impuso primero sobre las tribus del Sur y después sobre las tribus del Nor­te. Él había conducido una políti­ca personal, incluso antes de la muerte de Saúl. Gracias a su ha­bilidad, supo ganarse la simpatía de los diferentes clanes estableci­dos en el Sur (1 Sam 27,10-12; 30, 26-31). No participó en la batalla de Gelboé, que llevó a Saúl a la muerte, pero fue a Hebrón, donde fue reconocido como rey (2 Sam 2, 1-4). Después de la muerte de Abner, general del ejér­cito de Saúl (2 Sam 3, 22-39), y de Isbaal, hijo de Saúl (2 Sam 4, 1-12), los ancianos de Israel reconocieron a David como rey. David consiguió reunir la realeza sobre Judá e Israel.


Contexto histórico que pre­cede la subida de David al trono del reino del Norte

Isbaal, hijo de Saúl, fue pro­clamado rey por el general Abner sobre Galaad, Yizreel, Efraín y Benjamín y sobre otras regiones menores (2 Sam 2, 9-11). Por su parte, las tribus de Judá y Simeón, en el Sur, ya se encontraban bajo el gobierno de David.

Isbaal ordenó a Abner que marchase con sus adeptos para la Cisjordania, convocase su escol­ta personal y se confrontase con los mercenarios de David, liderados por Joab (2 Sam 2, 12 - 3, 1) en el territorio de Benja­mín. David consiguió negociar con Abner, quien pasó a estimular a los israelitas del antiguo reino de Saúl a aliarse con David, de manera que éste, ya como "rey" de Judá, con residencia en Hebrón, preparaba el camino para gobernar también a Israel. La respuesta de David a Abner la podemos leer en 2 Sam 3,13, y también el texto de 2 Sam 3,21 dice que "David despidió a Abner, que se fue en paz".

El problema no era entre Da­vid y Abner, sino entre Abner y Joab. Abner, general del ejército de Saúl, en la batalla de Gabaón había matado a Ashael, hermano de Joab (2 Sam 2, 22-23). Éste vengó la muerte del hermano ma­tando a Abner (2 Sam 3, 27)6. Da­vid quedó en una situación difícil. Ordenó que se hiciera un entierro solemne de Abner y él mismo si­guió el cortejo fúnebre y lloró la muerte del general (2 Sam 3,32 Y 38).

La muerte de Abner causó un fuerte impacto sobre Isbaal y los israelitas (2 Sam 4,1). Dos mer­cenarios de los seguidores de Saúl mataron a Isbaal y llevaron su ca­beza a Hebrón, esperando tener una recompensa de David, pero encontraron la muerte (2 Sam 4, 5-12), pues el rey los castigó por ese hecho.

David ya se había proyecta­do en Judá. Necesitaba a toda costa conquistar la confianza de las tribus del Norte, para no frus­trar sus planes. Los israelitas, a su vez, sin su rey Isbaal, sin Abner, jefe del ejército, y bajo la amenaza constante de los filisteos, se adhirieron a David, considerado el más fuerte del país (2 Sam 5, 1-3).


La unión personal de David con Judá e Israel

David se volvió rey de Judá e Israel. Su posición, sin embargo, no trajo cambios estructurales. Todo continuó como antes, aun­que el jefe de los dos grupos era el mismo. Era la unión personal de David con la casa de Judá y con la casa de Israel, sin englobar am­bas en un único nombre, el del rei­no de Israel. La unión personal es una forma de gobierno por la cual dos "naciones" –Judá e Israel- son política y administrativamente in­dependientes, pero tienen a un mismo soberano. Es una forma de gobierno conocida: hasta el siglo pasado, en 1939, Islandia y Dina­marca tenían esta forma de gobier­no. Cada nación tenía su propio poder legislativo, ejecutivo y judi­cial, pero las dos tenían al mismo soberano, el de Dinamarca. Lo mismo sucedió entre Portugal y España, alrededor del año 1550 d. C.

La ampliación del poder de David sobre las tribus del Norte fue el resultado de esta unión per­sonal. ¿Qué significa esto concre­tamente? Para Judá e Israel signi­ficaba mantener la personalidad política, conservando también la conciencia de su individualidad. Las tribus del Sur y del Norte no hicieron otra cosa sino someterse al poder supremo de David. No significaba aún un Estado totalmen­te unitario. Hasta entonces predo­minaba una estructura tribal. La monarquía estaba apenas en una fase inicial y embrionaria como una nueva forma de organización y de gobierno.

La unión personal que David creó entre las tribus del Norte y las del Sur nunca fue valorada suficientemente en su significado y en su problemática por las propias tribus, porque existía entre ellas la convicción de que Judá siempre había pertenecido a Israel, y vice­versa. Pero fue necesaria una alianza de Abner con David (2 Sam 3, 12-21) como punto de partida para que David fuera aceptado como soberano no sólo sobre Israel sino también sobre Judá.


Las estrategias políticas de David

David no fue un jefe ocasional como los Jueces, sino que desde un inicio fue un guerrero, apoyado en su propia tropa y en sus pro­pios éxitos, independientemente del control tribal y del reclutamiento militar. La monarquía de David te­nía en Judá una base firme y pro­metía duración. Hay indicios de que David buscaba ampliar sus metas políticas. Apenas fue ungi­do rey en Hebrón, buscó contac­tos con los pueblos vecinos (2 Sam 2, 7). No era una relación de guerra, sino de simpatía. Tenía re­cursos y poder, lo que le faltaba a Saúl. Poseía su tropa de merce­narios (1 Sam 22, 1-2) y tenía au­toridad plena sobre Judá (2 Sam 2,4). Conquistó la ciudad de Je­rusalén y en ella estableció su residencia. No necesitó del ejército de Judá ni del de Israel; sólo usó a sus mercenarios para conquistarla y ocupó la fortaleza de Sión, don­de se instaló (2 Sam 5,9). Por un lado, esto favoreció su neutralidad e independencia; por el otro, ex­cluyó toda posibilidad de reivindi­caciones y prerrogativas de parte de una u otra corriente de su reino.


La conquista de Jerusalén fue una acción estratégica, por ser frontera entre las tribus del Norte y las del Sur, y por estar relativa­mente aislada en lo alto de una montaña, lejos de la encrucijada de importantes vías de comunica­ción y separada geográficamente de la zona principal de la tribu de Judá. Debe su auge únicamente a la iniciativa de David. Él consiguió realizar lo que Saúl no logró: pa­sar de un Estado nacional/tribal a un Estado territorial, con fronte­ras más o menos estables y re­uniendo a las tribus bajo el poder del rey.


La población cananea y filistea del área rural situada en los terri­torios de las tribus del Sur y del Norte adhirió al dominio de Da­vid y fue tratada con derechos casi iguales a los de las tribus. La unifi­cación estatal fue un proceso len­to y progresivo hasta llegar a la madurez y autonomía política, con sus elementos étnicamente diver­sos. Al conquistar Jerusalén, Da­vid la transformó en capital de su reino. Compró la colina oriental, dándole el nombre de Ciudad de David, donde mandó construir un altar (2 Sam 24, 18-19); allí, más tarde, Salomón mandó edificar el Templo (1 Rs 6) y, anexo a éste en el lado sur, su palacio (1 Rs 7). La designación de Jerusalén y la compra de la colina de Sión fue­ron una acción estratégica, porque vincularon las tribus del Norte a la nueva sede del Arca, dándole a la ciudad una dignidad especial en el aspecto religioso. Jerusalén se vol­vió, a partir de entonces, el centro político, religioso y cultural del rei­no unido. David enfrentó muchos conflictos con los reinos vecinos para mantener esta unidad.


La expansión territorial en los tiempos de David

En los tiempos de David, el rei­no llegó a su máxima expansión territorial. Comprendía el área ocupada por las dos tribus del Sur y por las diez tribus de la región del Centro y del Norte. Sus habi­tantes eran esencialmente israeli­tas. El segundo contingente poblacional sometido al gobierno de David estaba constituido por los reinos conquistados, que le pagaban tributo: Edom, Moab, Ammón, Aram de Damasco y Aram-Sobá. En Edom y Aram de Damasco fueron establecidos go­bernadores israelitas, haciéndoles pagar tributos como súbditos de David (2Sam8, 1-14; 10, 18-19), mientras que los otros seguían con sus líderes locales, aunque bajo el control de la Corte de Israel. El tercer y último contingente poblacional sometido a la sobera­nía de David estaba constituido por los reinos vasallos de la Filistea (1 Cron 20, 4), GUeSur (2 Sam 3, 3; 13,37), Jamat de Siria (2 Sam 8, 9-10) Y Tiro, gobernado por Jiram (2 Sam 5, 11). Se trataba de un dominio complejo, desde el punto de vista administrativo, militar y político, pero hábilmente conducido durante el gobierno del rey David (2 Sam 3, 3; 13, 37)


El Estado de David: el poder comunitario se vuelve cen­tralizado

La formación de un gran Esta­do davídico es mérito personal de David, de su habilidad política y de su destreza militar. Algunas cau­sas favorecieron el crecimiento de la autonomía del reino. Egipto ya había perdido su hegemonía e in­fluencia sobre Canaán. Las ame­nazas de los filisteos, ammonitas, moabitas, edomitas y arameos de Siria fueron debilitadas por David, gracias a su capacidad diplomáti­ca y al apoyo interno que encon­tró en Judá y en Israel. Uniendo las fuerzas, constituyó un ejército profesional permanente. Constru­yó su residencia y organizó un Es­tado burocrático y autónomo.

En el segundo libro de Samuel (2 Sam 8,16-18; 20, 23-25), encontramos una lista de cargos distribuidos por David entre sus fun­cionarios: cargos militares que es­tán directamente bajo las órdenes del rey (las dos listas mencionan a Joab como comandante del ejér­cito, y a Benaías como comandan­te de mercenarios); y otros car­gos importantes, como los de he­raldo, sacerdote y secretario, tam­bién conocidos en su organización. Independientemente de las tribus, pero en su territorio, David orga­nizó un gobierno estatal entre los Estados de Judá y de Israel, un centro administrativo, un centro de poder que lleva en sí mismo su propia ley.

Las tribus lo permiten, pero dejan de influir sobre esta nueva evolución. Se apartan como portadoras de una formación política que, de ahí en adelante, es trans­ferida totalmente al rey y a sus fun­cionarios. La monarquía de David, desde el comienzo, fue diferente de la monarquía de Saúl. Éste ha­bía surgido de la tradición de los jefes carismáticos; fue un rey mili­tar sobre algunas tribus del Norte, pero sin apoyo seguro y perma­nente de todas las tribus, sin am­plia residencia y sin un cuerpo ac­tivo de funcionarios, como por el contrario ocurrió en el reinado de David.

La idolatría y la presencia profética de Gad y de Natán

Con David se inicia el llamado "sincretismo de Estado", que apuntaba a unificar también en el plano religioso a los varios pue­blos establecidos en el Estado. David quiso construir un templo para el Señor (2 Sam 7, 1-3). Natán aprobó la inspiración del rey, pero, posteriormente, lo des­aconsejó. El discurso giraba en tomo a la "Casa de David" enten­dida como estabilidad de su des­cendencia, y no en torno al Tem­plo.

En el discurso de Natán apa­recieron algunos elementos del culto cananeo que fueron incorpo­rados en la religión de Israel por medio del culto estatal: la ideolo­gía "regia"; la promesa de la di­nastía eterna (2 Sam 7, 15); la persona del rey adoptada por la divinidad (Sal 45, 7; 1 Rs21, 11­14); la pena de muerte para quien blasfema contra Dios y contra el rey (Is 8, 21); la vida eterna con­cedida al rey (Sal 21, 5); la supre­macía del rey sobre todos los se­res (2 Sam 23, 1); las funciones de protección y promoción social (2 Sam 21, 17; Lam 4, 20); su relación con la fecundidad de la tierra (Sal 72, 6-7.16); sus funcio­nes sacerdotales (como veremos más adelante, Salomón, al inaugu­rar el templo, hace oración por el pueblo y ofrece sacrificios).

David es duramente criticado a causa del censo promovido du­rante su reinado (2 Sam 24, 1). En la mentalidad religiosa del anti­guo Israel, todo era referido a Dios como causa primera. Hacer un censo de los que vivían o habían muerto era un derecho reservado a Dios (Ex 32, 32-33; 30, 12). Sólo Él tenía esta prerrogativa. Implícitamente, sin embargo, ha­bía el interés de actualizar la recaudación de impuestos, reforzan­do la explotación del rey sobre el pueblo, y evaluar la posibilidad de reclutamiento para el ejército. De ahí la recriminación del profeta. Por eso, David reconoce como un gran pecado la orden que ha dado (2 Sam 24, 10) Y pide perdón a Dios.

El profeta Natán reprende a David por otros dos pecados: ha­ber cometido adulterio con Betsabé, y haber mandado matar a Urías, marido de ella (2 Sam 12, 1-25). Al asumir este comporta­miento, David se portó como due­ño de la vida y de la muerte. Y este derecho sólo pertenece a Dios. Frente a una parábola que el profeta dirige al rey, éste se in­digna, no reconociéndose en ella. Cuando Natán señala el pecado del rey, David se arrepiente, y el profeta lee como castigo de Dios las desgracias que caerán sobre la Casa real (2 Sam 12, 10).

Ya de edad avanzada, David comenzó a enfrentar problemas a causa de la sucesión al trono. Absalón, su hijo mayor, fue el pri­mero en preparar el terreno para dar un golpe de Estado (2 Sam 15, 1-6). Condujo el reino de David a una verdadera crisis. David y toda la corte tuvieron que retirarse de la capital, Jerusalén, en la cual se quedó únicamente el harén (2 Sam 15, 13-23). Absalón llegó a proclamarse rey en Hebrónll (2 Sam 15,7-12). Sin embargo, la milicia de David logró poner en fuga a los rebeldes, y Absalón aca­bó siendo matado (2 Sam 18,1-32).

La segunda rebelión, capita­neada por Seba, fue provocada por la tribu de Benjamín (2 Sam 20,1), a la que pertenecía la fami­lia de Saúl. No aparenta ser una revancha de la familia de Saúl con­tra David, sino parece reflejar una enemistad entre Israel y Judá (2 Sam 20, 2). La rebelión fue dominada por la milicia de David. Seba fue muerto en una ciudad próxima a Dan, donde se había refugiado (2 Sam 20, 21-22).

Las circunstancias históricas que envolvieron la sucesión dinástica hereditaria en la casa de Da­vid no se dieron espontáneamen­te. La historia de la sucesión al tro­no de David es causa de muchas disputas entre los hijos del rey:


Absalón, como vimos arriba, Adonías (1 Rs 1, 5-7. 9-10) y Salomón (1 Rs 1,28-34). Ade­más de los hijos, otros pretendien­tes y partidos se formaron en la fase final de la vida de David, como: Joab, jefe del ejército; Abiatar y Sadoq, sacerdotes; y Benaías, jefe de los mercenarios. La historia de la sucesión está ro­deada de intrigas hasta la llegada de Salomón al poder, por la suge­rencia del profeta Natán a David y la insistencia de Betsabé con él (1 Rs 1, 11-40).