Introducción.
Ahora comenzamos el sexto capítulo de la formación. En él se aborda el período en que el pueblo del norte formo un reino aparte, después de la muerte del rey Salomón. El capítulo esta organizado en cuatro bloques temáticos.
El tema “El estado: del servicio al pueblo a la esclavitud del pueblo” estudia el paso que Israel dio de la organización tribal al estado monárquico. Analiza como el Estado del rey Salomón, que debería estar al servicio de todos, comenzó a cobrar impuestos y exigir cosas cada vez más difíciles, dejando al pueblo en una situación semejante a aquella en que sus antepasados vivían en Egipto.
El segundo tema “Norte-Sur, una costura mal hecha”, muestra las consecuencias de la política opresora de Salomón: con su muerte, su hijo Roboam pierde las diez tribus del norte, que habían sido muy maltratadas y no lo reconocieron como nuevo rey. Se forma así el reino de Israel del Norte, bajo el liderazgo de Jeroboam.
“Cuando cada uno participa, el pueblo construye la historia” es el tercer tema. Por un lado, retrata los personajes de la historia oficial del reino, los reyes y sus cortes. Por otro, muestra la historia del pueblo que, liderado por los profetas, escribe su versión de los hechos y ve la acción de Dios que interviene y conduce todo.
El tema “Buscar a Dios por los caminos tortuosos” aborda la idolatría del reino del norte y la infidelidad a la alianza con Dios que lleva al pueblo a la ruina y al reino a la destrucción definitiva.
El estudio de este capítulo arrojará una nueva luz sobre el sentido de las contradicciones que existieron y existen aún en la historia, y dejará clara la presencia de Dios que se comunica constantemente e invita a escribir una historia nueva, por medio de personas y gestos proféticos.
1. EL ESTADO: DEL SERVICIO DEL PUEBLO A LA ESCLAVITUD DEL PUEBLO.
Los impuestos, las tarifas o contribuciones hacen parte de la vida diaria de todos los seres humanos constituidos en sociedad desde tiempos remotos. Todas las instituciones estatales o religiosas reciben contribuciones por su servicio. El problema surge cuando estas son superiores y/o no atienden a las necesidades de la sociedad.
Retomando el camino hecho: En el estudio anterior, profundizamos el origen de la monarquía en Israel con Saúl, su ampliación y restructuración con David y la consolidación del reino con Salomón. Estudiamos también las consecuencias de la política de estos reyes para el pueblo de Israel. Quedó claro que la monarquía trajo algunos beneficios, pero causó muchos daños a la vida del pueblo. Entre estos daños están: la pérdida de la organización que el pueblo tenía antes, la explotación del trabajo y la opresión económica sobre los productores. La misma fe también quedo lesionada porque el culto fue centralizado en el Templo de Jerusalén, causando problemas para la gente que vivía en regiones distantes de la capital.
En este estudio profundizaremos lo que sucedió a la muerte de Salomón en el 931 a.C. El Norte proclama su independencia del Sur, y el reino se divide en dos. Comenzaremos por el estudio del reino de Norte, llamado Israel, el cual duró poco: del 931 al 722 a.C. Estudiaremos los acontecimientos que desembocaron en la independencia del Norte, lo que pasó después y como este intento de autonomía fue muriendo hasta la extinción del reino. Este es un período turbulento y complejo, pero de fundamental importancia para la Biblia, pues en sus dos siglos de existencia, el reino de Israel fue palco de grandes acontecimientos y de personajes bíblicos, como los reyes y los profetas. Lo que se produjo allí contribuyó enormemente a la elaboración y ampliación del material bíblico, como veremos más adelante.
La clave para comprender lo que está en el origen de la ascensión y caída del reino del Norte es la cuestión de los impuestos. Al analizar desde esta perspectiva la historia de este breve período del pueblo de la Biblia, podemos entender mejor los motivos que llevaron al Norte a separarse del Sur. Queda más clara también, para nosotros, la actuación de los profetas en este contexto y sus críticas al régimen. Comprenderemos, entonces, por que el Reino de Israel se hundió.
Nuestros impuestos de cada día: “Hay que pagar para nacer, hay que pagar para vivir, hay que pagar para morir”. Así resume una canción popular brasileña la realidad que afecta a todos los seres humanos, en cualquier país, desde los tiempos más remotos: los impuestos, las tarifas o contribuciones que cobran a los individuos las instituciones estatales o religiosas. En la tierra de Israel, el pueblo también tenía que pagar impuestos.
Una cosa es la teoría y otra la práctica: Desde el punto de vista teórico, el impuesto sería el pago por un servicio. Todos los individuos de una sociedad no pueden cuidar al mismo tiempo del trabajo, de la defensa, de las contribuciones públicas, etc. Por eso, pagan para obtener a cambio tales servicios que ellos mismos no pueden prestar con eficiencia. Este pago viene impuesto. Pero, ¿a quién pagan? Teóricamente, el impuesto se paga a quien esta en condiciones de realizar o garantizar los servicios que la sociedad requiere. Pero en la práctica la historia es más compleja. Para comprender el problema de los impuestos, vamos a tomar el ejemplo de la seguridad, de la defensa de la sociedad.
Del voluntario al soldado: A medida que las sociedades antiguas se van organizando, buscan soluciones para el problema de la seguridad. ¿Quién va a defender a la sociedad de los ataques enemigos, que ponen en riesgo su propia existencia? Cuanto mayor es el número de individuos en una sociedad, más difícil se hace defenderlos a todos. Dejar a los esfuerzos de cada uno el resultado sería la total disgregación de las sociedades. Alguien tiene que ser el responsable, mientras los demás se dedican a otras actividades vitales, como la agricultura, la caza y la producción. Un grupo especial de guerreros debe cuidar la defensa de la sociedad.
En las sociedades menores y más colectivizadas, este servicio es voluntario, movido por el sentido comunitario de solidaridad y defensa del bien común. No necesita ser permanente, porque en tiempos de paz no hacen falta guerreros. Estos pueden dedicarse a tareas comunes. El voluntario no exige un pago, por que todo el pueblo contribuye espontáneamente con los víveres para su sustento. Así lo hicieron y hacen hasta hoy las naciones indígenas. Igualmente lo hizo el pueblo de Israel en la época de la confederación de las doce tribus.
Poco a poco, sin embargo, nace la necesidad de un ejército permanente, bien equipado. Sobre todo, cuando el objetivo ya no es sólo defender la sociedad, especialmente los bienes de los más ricos, sino atacar a otros pueblos para conquistarlos y enriquecerse con el botín de la batalla, apropiándose de sus tierras, de su producción y de su mano de obra. Los vencidos se convierten en esclavos del vencedor. En este caso, el ejército pasa a ser un instrumento de poder en manos de los reyes. Entonces, el servicio ya no será voluntario sino obligatorio. Los guerreros pasan a ser soldados, a recibir un sueldo. El pueblo tendrá que pagar impuestos para mantener el ejército del rey. Esto sucedió también en Israel, a partir de la monarquía.
El estado: un intento de solución para los problemas del pueblo: A medida que las sociedades humanas se fueron articulando, creciendo y perfeccionando, también se hicieron cada vez más complejas. ¿Cómo organizar la sociedad para garantizar el bien común? Por una parte, el “voluntariado” se hizo ineficaz en ciertos casos. Por otra, el ejercicio del poder de liderazgo en una sociedad se especializó y se convirtió en un cargo disputado. La creación del “Estado” fue la salida para solucionar los problemas de organización de la sociedad. Este estaría compuesto por personas dedicadas a cuestiones de interés común. Poco a poco, el Estado pasó a ser responsable de la seguridad y la defensa de las personas y bienes (se crea un ejército permanente); por la administración de la producción (se organiza el comercio y acuña una moneda); por la administración de la justicia (se crea un tribunal); por la construcción de espacios comunes: murallas, edificios, silos, reservas de agua, caminos y vías públicas.
Al pasar del sistema tribal al régimen monárquico, Israel comenzó a organizarse como Estado, con un poder centralizado. El rey y su corte, amparados por el ejército, se convirtieron, en la sociedad israelita, en los responsables de diversos servicios a la nación. Para mantenerse, este Estado estableció impuestos. El pueblo esperaba obtener, a cambio, tales servicios.
El servicio público del Estado: Hoy día, con la evolución tecnológica, el Estado es la institución que cuida, o por menos debería cuidar, de la organización de casi todos los ámbitos de la vida social: alimentación, salud, educación, vivienda, trabajo, seguridad, comercio, industria, transporte, justicia, energía, comunicación, deportes, etc. Los Estados modernos dividen estas tareas en diversos ministerios: Agricultura, Educación, Salud, Trabajo, Transportes, etc.
El servicio prestado por el Estado a los ciudadanos se llama “servicio público”. En los Estados democráticos modernos, quien debe garantizar la prestación de este servicio es el poder ejecutivo, también conocido como “gobierno”. A cambio de este servicio, la población, incluso quienes trabajan para el Estado o en él (los funcionarios públicos y los políticos del ejecutivo), deben pagar al Estado. La forma de este pago es el impuesto. En tiempos de Israel, el encargado del servicio público era el rey. Este nombraba funcionarios para administrar las diversas áreas y regiones del reino. Toda esta “burocracia estatal” debería garantizar la prestación de servicios esenciales para el pueblo, con miras al bien común.
Los impuestos en Israel: En Israel se cobraban tasas por los santuarios, los impuestos pagados a los reyes y otros tributos según los imperios que dominaran.
Las tasas del santuario: El pueblo de la Biblia, naturalmente, también tuvo problemas con algunas tasas obligatorias. Inicialmente las tasas tenían un carácter sagrado, de contribución para el santuario, para el Señor. El que las recibía era Moisés, y luego los sacerdotes y los levitas. Básicamente eran cuatro tasas que los israelitas debían pagar al santuario. De estas, dos eran obligatorias (el diezmo y el tributo anual por persona) y dos se cobraban sólo en casos especiales (la multa por el pecado y el rescate de un voto hecho).
a. El tributo anual por persona: Todos los hombres a partir de los veinte años pagaban el valor de medio siclo, moneda de plata que pesaba 5,7 gramos, aproximadamente (Ex 30,13; 38,24-26). En el Nuevo Testamento el valor de este tributo era de un didracma, moneda de plata que pesaba unos 7 gramos (Mt 17,24). Este tributo era justificado como un “rescate” de la persona. En Israel, todos “pertenecían” al Señor, todos eran nazir, es decir, “consagrados”. Quien era consagrado debía cumplir con ciertas exigencias. Sin embargo, al pagar esta tasa al santuario, la persona pagaba su “rescate” y quedaba dispensada de tales observancias.
b. La tasa y la multa por el pecado: El que trasgredió la ley ha infringido el derecho del Señor y del prójimo (Lv 4, 5,15-16). Esto es pecado. El infractor queda “debiendo” al Señor. Entonces paga la tasa con el valor de un animal (novillo, buey, oveja, etc.), acrecentada por la multa de un quinto, es decir, un 20%. Esta penalidad es semejante a nuestras multas de tránsito o a las finanzas previstas para ciertos delitos.
c. Los diversos rescates de personas y bienes consagrados: Además de las personas, podían estar consagrados al Señor por un voto los animales, las casas, los campos y hasta una parte del diezmo (Lv 27,2-33; Nm 3,47; 18,16.21-32). Los valores de las tasas variaban según la edad, el sexo y la especie. A semejanza del impuesto por persona, todo lo consagrado al Señor podía ser “rescatado” mediante el pago de una tasa. Encontramos algo semejante hoy en las “conmutaciones” de votos y promesas de difícil realización, que a veces hacen los fieles para alcanzar una gracia y que luego no cumplen. El sacerdote “conmuta”, es decir, cambia la promesa hecha por otra mas difícil de cumplir.
d. El diezmo anual: El pueblo de Israel tiene el usufructo de la tierra, pero su verdadero dueño es el Señor. Por eso, la décima parte de todo lo que el suelo produce y de los rebaños, es entregado al Señor (Dt 14,22-29; Lv 27,30-33) El israelita debía ofrecerlo al Señor en el santuario, comiéndolo en la presencia del Señor (Dt 14,23-26). Por pertenecer al Señor, estos productos no podían ser incluidos en el voto de promesa. Pero si alguien lo hacía, podía rescatar el diezmo incluido en el voto pagando una multa del 20% de su valor. Esta regla valía solamente para el diezmo de los productos del suelo, no para el de los rebaños. Cada tres años, el diezmo debía dejarse para los pobres (Dt 14,28-19).
A estas tasas deben añadirse los diversos sacrificios estipulados por el santuario: sacrificio de reparación, de expiación por la impureza, de alabanza y comunión y de acción de gracias. Todo esto tiene para Israel un valor sagrado, pues de esta forma se ofrece culto a Dios. Otros significados tienen los impuestos estipulados por el rey. Vamos a estudiarlos a continuación.
Los impuestos del rey: Los reyes de Israel también fijaban impuestos para el pueblo. En el régimen monárquico, el rey concentra las funciones que en la república competen a los tres poderes. El pueblo queda sujeto a la benevolencia o capricho de su monarca. Muchas veces, llevados por la ambición de riqueza y del poder, los reyes del mundo se apoderaron de las tierras de sus súbditos, obligándolos a servir al ejército y a poner sus hijas al servicio del soberano.
Los reyes de Israel no escaparon a esta regla: apenas llegaron al poder, comenzaron a abusar del pueblo. A menudo el cobro de los impuestos era forzado, servía para enriquecer al rey y a su corte en vez de mejorar la vida del pueblo. Los impuestos eran, en verdad, una forma de expropiar los bienes de los súbditos. Tenían un amparo legal, eran oficiales, indiscutibles e irrevocables. ¡Ay de quien no los pagara!
Previendo esto, el líder popular Samuel, último de la época de la confederación de las tribus de Israel, alertó a sus compañeros que les pedían la institución de un rey: “El rey tomará a los hijos de ustedes y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro […]. Tomará a sus hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará sus campos, sus viñas y sus mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de sus cultivos y sus viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores. Tomará sus criados y criadas, y a los mejores bueyes y asnos y los hará trabajar para él. Sacará el diezmo de sus rebaños y ustedes mismos serán sus esclavos” (1 S 8,11-17).
El pueblo es el que paga los “platos rotos”: Estos son los impuestos más comunes que los reyes establecían, según las circunstancias y los intereses de cada uno.
a. El diezmo del rey: Se hizo público el dramático caso del agricultor Nabot, que perdió la tierra, la viña y la vida a causa de la ambición del rey Ajab (1R 21). Pero la explotación de los reyes sobre el pueblo no se mostraba siempre así, descarada. La forma más común de explotar era por medio de los impuestos. En el texto de 1S 8,11-17, trascrito anteriormente, vemos que el rey también cobraba un diezmo, es decir, la décima parte de toda la producción agrícola y pecuaria de cada ciudadano israelita (ver también Am 7,1). Este diezmo con seguridad también se extendía al comercio (1R 10,15).
b. Impuestos por vasallaje: Cuando era presionado por el rey de un país más poderoso, el rey exigía los impuestos a todos los israelitas. Tenemos dos ejemplos: Menajem, rey de Israel entre el 743 y el 738 a.C., cobró cerca de una libra de plata a cada notable del país, para pagar a Pul (Teglat-Falasar III), rey de Asiria, las treinta y cuatro toneladas de plata exigidas por este rey para dejar a Israel en paz (2R 15,19-20). También Joacaz, rey de Judá en el año 609 a.C., vencido por el faraón Nekó, creó mas impuestos para el pueblo con el fin de pagar las tres toneladas y media de plata y los treinta y cuatro kilos de oro exigidos por el rey de Egipto (2R 23,33-35).
Más adelante daremos otros ejemplos de estos impuestos y de sus efectos sobre la población.
c. Otros impuestos: En las sucesivas dominaciones extranjeras sobre Israel, los impuestos aumentaron. Los persas cobraban a Israel un tributo territorial, un impuesto por persona y hasta algunos peajes (Esd 4,13). Mas tarde, los seléucidas pasaron a cobrar, también, un impuesto sobre la sal y una “corona” o palma de oro como “ofrenda” (1M 10,29:13,37; 2M 14,4), además de los tradicionales impuestos sobre los productos de la tierra. Los romanos, hacia el final del período del Antiguo Testamento, cobraban los impuestos territoriales y personales (Rm 13,7; Mc 12,14), además de las tarifas de aduana (Rm 13,7; Mt 9,9). Los tributos podían ser pagados en dinero o en mercancías (animales, aceite, trigo) (2Cro 17,11). El “dinero” era inicialmente una cantidad pesada de oro o de plata. La acuñación de monedas (de oro, plata, cobre o latón) de diversos pesos y valores comenzó en el siglo VII a.C. en Grecia. Algunos emperadores a veces eximían a ciertas ciudades o personas de pagar impuestos. Por ejemplo, el rey de Persia dispenso de los tributos e impuestos al personal del Templo de Jerusalén (Esd 7,24). Mas tarde, de los seléucidas reconocen la independencia de la ciudad santa, dispensándola por entero de cualquier tributo (1M 15,5). Pero Pompeyo restableció este tributo en el 53 a.C. a partir de entonces, pasó a pagarse a los romanos.
Consecuencias de los impuestos en la vida del pueblo: Desde que Israel asumió el régimen monárquico y quiso “ser como las otras naciones”, el sistema tributario del Estado se convirtió en la forma consagrada de ejercicio del poder real en el país. Pero, cuando la carga tributaria es excesiva, el pueblo se rebela. ¿Quién aguantara vivir para pagar al Estado y nunca recibir a cambio un buen servicio público, además de ver a las personas que mandan en ese Estado cada vez más ricas y poderosas, mientras el pueblo se empobrece y debilita?
Fue principalmente por esto que el pueblo de las tribus del Norte acabó rebelándose y rompiendo con el hijo de Salomón. Pensaron que la creación de un reino independiente resolvería el problema. ¡Pobre pueblo! No entiende que la causa de los problemas no está en las personas, sino en el modelo sociopolítico.
El impuesto es también la forma en que una nación domina a otras: La dominación mediante el pago de impuestos o tributos era también la forma más común de imperialismo de una nación sobre otra. Mediante campañas militares, una nación más fuerte consigue someter a otra, imponiéndole el pago de tributos. A medida que una nación se fortalece en la política y en la economía y cuenta con un ejército numeroso y bien equipado, comienza a someter a las pequeñas y débiles naciones vecinas, constituyéndose poco a poco en un imperio. Algunas naciones no tan pequeñas intentan a veces enfrentar al imperio del momento, aliándose para resistir al invasor que amenaza su soberanía. Cuando esta medida no surte efecto, el imperio anexa a su territorio a estas naciones y somete a sus habitantes, convirtiéndolos en súbditos, o exige el pago de tributos a las naciones rebeldes, para eximirlas de la total anexión.
En el reino de Israel tenemos los dos casos en tiempos del rey Oseas (732-724 a.C.): en un primer momento Asiria, militarmente fuerte, bajo el gobierno de Salmanasar V (727-722 a.C.), impone un tributo al reino del Norte, para dejarlo en paz. Pero en un segundo momento el rey de Israel trama secretamente una rebelión, contando con el apoyo de Egipto, y deja de pagar el tributo. Entonces, Asiria invade Israel, desmantelando el gobierno de Samaría, destruyendo físicamente la ciudad, anexándola y deportando a su población (2R 17,1-6).
Además de estos casos y de los ejemplos ya citados de Menajem y Joacaz, encontramos en la Biblia otros casos de sumisión mediante el pago de impuestos. Podemos citar el caso de Moab, reino vecino de Israel, que somete a Israel al pago de tributos en el tiempo de los jueces (Jc 3,14-156). Mas tarde, David invierte la situación, imponiendo tributos a Moab y a otros pueblos vecinos, que quedaron sujetos al monarca israelita (2S 8,2-13). En tiempos del rey Joram, en el Norte, Moab intentó librarse de este tributo a Israel (2R 3,4-5).