Los personajes que hacen la historia del reino del Norte.
En la Biblia, la historia del período en que existió el reino del Norte se encuentra en los dos libros de los reyes (1R12,
Comenzaremos por los reyes, no por que sean más importantes, sino por que su política dejó huellas profundas en el pueblo. Al ser los gobernantes, de cierto modo, tenían el destino de la nación en sus manos. Pero sus opciones infelizmente, llevaron al país a la ruina final, son los villanos de la historia y no de ficción, revela la triste realidad de una nación cuyos dirigentes actúan de manera insensata, insana, incluso en detrimento de un proyecto de sociedad volcado al bien común.
Luego, conoceremos mejor a los profetas, los antagonistas de la historia. Ellos eran personas con una profunda y clara visión de su tiempo: de la política, de la economía, de la religión y del escenario internacional de su época. Veían lo que otros no veían (tal vez por que estos últimos estaban obnubilados o tenían intereses en juego). Eran personas lúcidas, capaces de percibir el centro de las cosas y de defender a la sociedad israelita. Ellos revelan la cara viva y despierta de la sociedad que no se dejo contaminar por la propaganda alienante de los poderosos. Eran la voz crítica de la sociedad ante la desafortunada política de los monarcas. Sin la visión crítica de los profetas, la historia nos habría llegado enturbiada, filtrada por los intereses de los poderosos y los opresores. Los profetas nos muestran el lado de los oprimidos. Ayudaron a mantener viva en la memoria del pueblo la esperanza de pueblos mejores. Pero pedían de ambos, reyes y pueblo, los cambios imprescindibles para que la nación no sucumbiera.
Finalmente conoceremos a un grupo de personas cuyos rostros sólo podemos imaginar, porque trabajaron anónimamente sin dejar sus firmas al final de la historia. Sus nombres no aparecen en los créditos de la película. Es gente del pueblo, porque el pueblo también hace la historia y cuenta historias que hacen pensar. El pueblo tiene su versión de la historia. Estamos hablando de un número incontable de gente desconocida que, en el reino del Norte, creó, conservó, amplió y después contó y cantó algunas historias sobre el pueblo de Dios. Esta gente prefería llamar a Dios Elohim, en vez de Señor, sus reflexiones y memorias están esparcidas en la Biblia, sobre todo en el Pentateuco. A ese material escrito se decidió llamarlo Tradición Elohísta. A través de estos textos, vamos a conocer lo que el hombre “de la calle” de la época del reino de Israel pensaba de la vida.
No vamos a estudiar a todos los diecinueve reyes de Israel. Presentaremos en seguida sus semblanzas sólo como ilustración. Después profundizaremos el estudio de aquellos reyes cuyo gobierno en Israel fue determinante para comprender el ascenso y la caída de tan soñada independencia.
Cronología de los reyes del norte
En el siguiente cuadro cronológico, los reyes que tiene un hijo como sucesor están en letra itálica los reyes cuyos nombres aparecen en negrilla serán objeto de nuestros análisis, debido a su importancia para los destinos del reino del Norte.
Jeroboam I
Ya conocemos mucho sobre este primer monarca del nuevo reino separado del antiguo reino davídico. Reinó aproximadamente entre el 931 y el
Fue en esta época que Jeroboam lideró una rebelión contra la política opresora del rey de Jerusalén. Era, por tanto, candidato natural a ocupar el trono del recién formado reino de Israel, después de la ruptura con Roboam, hijo y sucesor de Salomón en el trono de Jerusalén. Es importante resaltar aquí, sin embargo, que Jeroboam fue de cierta manera “llamado” por Dios para ser rey, por medio del profeta Ajáis de Silo (1 Re 11, 29ss), a ejemplo de lo que sucedió con Saúl y David, ungidos por el profeta Samuel (1 SAM 10, 1; 16, 12-13), y con Salomón, legitimado por el profeta Natán (1 Re 1, 34).
Vimos también la preocupación de Jeroboam por la religión. Fue él quien instituyó los dos santuarios nacionales de Betel y Dan, con sus altares, sus fiestas y sus sacerdotes y sus nuevas representaciones del Señor, el becerro de oro. Ya reflexionaremos bastante sobre las motivaciones y las consecuencias de estas actitudes del rey de Israel para la historia del reinado. Vimos que no se trataba de un Dios “alternativo”, sino de una forma alternativa de concebir a Dios y de relacionarse con Él.
Conviene, sin embargo, resaltar que aun durante su reinado, el mismo profeta Ajáis se distanció críticamente de Jeroboam a causa de su actitud. Y cuando éste mandó a su esposa disfrazada a buscar a Ajáis, para consultar sobre la suerte de su hijo Abdías, un niño enfermo. Ajáis sentenció, sin dudar, la condena por parte del Señor: el niño morirá, toda la casa de Israel será exterminada y el pueblo de Israel será golpeado “como las aguas agitan una caña”, deportado de su tierra (1 Re 14, 1ss). Así, aunque con buenas intenciones, Jeroboam acabó creando las condiciones para la entrada de la idolatría, entendida como manipulación de la divinidad para fines políticos de dominación y explotación del pueblo. Este camino llevó a la pérdida de su conciencia y de su propia autonomía.
La profecía de Ajáis demoraría algún tiempo para cumplirse. La muerte del niño se dio de inmediato, apenas su madre volvió de la ciudad (1 Re 14, 17), pero Jeroboam tuvo a otro hijo suyo, Nadab, como sucesor del trono, después de su muerte. Sin embargo, Nadab estaría sólo dos años en el trono. En una conspiración, Basa lo asesinó en Gui vetón, se convirtió en rey de Israel y comenzó a exterminar a toda la casa de Jeroboam. Se cumplió así la otra parte de la profecía. Jeroboam no logró consolidar la dinastía. La propuesta del Señor, hecha por medio de Ajáis, de “construir una casa estable” para Jeroboam, no pudo realizarse porque él se rehusó a cumplir su parte del trato: “Obedecer al Señor y andar por sus caminos” (Cf. 1 Re 11, 38).
Omrí
Comenzó su reinado aproximadamente en el
Ciertamente esta dinastía debió su existencia al hecho de que su subida al trono fue, de cierto modo, una decisión democrática. Con el asesinato del rey Ela, hijo de Basa, asumió el poder Zimrí. Los opositores sitiaron la ciudad de Tirsá, acorralaron en el palacio real a Zimrí y éste se suicidó prendiendo fuego sobre sí. El pueblo se dividió, entonces, entre los candidatos al trono Tian y Omrí. Este apoyo del pueblo puede explicar el éxito de su gobierno, continuado por sus descendientes.
Ajab
El sucesor de Omrí fue su hijo Ajab, que reinó entre el 874 y el
Violencia genera más violencia. Ajab “se arrepintió e hizo penitencia”, obteniendo la misericordia del Señor. Sin embargo, introdujo oficialmente el baalismo en Israel al casarse con Jezabel, hija del rey de los sidonios. Ella trajo el culto de Baal hasta el mismo palacio, convirtiendo al rey en un adepto fervoroso, y desencadenó una violenta persecución contra los profetas del Señor y el asesinato de muchos de ellos. Algunos escaparon gracias a la protección de Abdías, un alto funcionario de la corte, fiel al Señor. Elías también fue perseguido a muerte por Jezabel.
Ajab y las guerras
Durante el reinado de Ajab, surgió y actuó el profeta Elías. El conjunto de narraciones sobre este profeta recibe el nombre de “Ciclo de Elías” (1 Re 17 – 19; 21; 2 Re 1, 1-2; 18). Dos episodios que ocasionaron un conflicto de fronteras con el país vecino, Aram, se recuerdan para mostrar cuánto despreciaba el rey Ajabal Señor y a sus mensajeros (1 Re 20; 22).
El primer episodio está relacionado con el rey arameo de Damasco, Ben Hadad II, que quería someter a Israel a su dominio, cobrándole tributo de oro y plata. Pero Ajab se rebeló y hubo una primera guerra entre los dos, en las montañas, de la cual salió victorioso Ajab (1 Re 20, 23). En esa ocasión, un profeta anónimo manifestó el apoyo de Dios a Ajab, con la condición de que “lo reconociera como Señor” (cf. 1 Re 20, 13). Este profeta anónimo previó la vuelta del enemigo, con otra estrategia de combate. La batalla se realizó en la planicie de Afeq, y Ajab venció de nuevo, conservando la vida de Ben Hadad II. El profeta repitió las palabras del Señor, que esperaba el exterminio total de aquellos enemigos. Vino, entonces, el rechazo y la condenación no sólo de Ajab, sino de todo el pueblo de Israel (1 Re 20, 26-43).
El segundo episodio involucró también a los arameos, sin definir cuál era su rey. En esta ocasión, Josafat, rey de Judá, que vivía un período de paz con Israel, vino a visitar a Ajab, y éste aprovechó para pedirle apoyo militar para una guerra de reconquista del antiguo territorio de Ramot de Galaad, invadido por los arameos en épocas pasadas. Josafat aceptó combatir junto con Ajab.
En este episodio se encuentra la figura de otro profeta del Norte, Miqueas, hijo de Yimlá. Este va, irónicamente, a profetizar la victoria de Ajab, como hacían todos los falsos profetas, en nombre del Señor. Pero en verdad, Miqueas predijo la derrota de Ajab en la batalla de Ramot de Galaad, y así sucedió. Ajab murió en su carro, bañado en su propia sangre. El carro fue lavado con agua de la piscina de Samaría, los perros lamieron la sangre y las prostitutas se bañaron en ella (1 Re 22, 28-38). Se cumplieron así las palabras del profeta Elías (1 Re 21, 19). Faltaba aún verificarse el final de la casa de Ajab, es decir, de sus descendientes.
Con la muerte de Ajab, subió al trono Ocozías, su hijo. Reinó sólo un año (853-852); enfermó y murió, sin dejar hijos. Su hermano Joram asumió el poder. Mientras Joram reinaba, el profeta Eliseo, sucesor de Elías, envió a uno de sus discípulos a ungir a Jehú como rey de Israel. Una vez ungido, fue aclamado por el pueblo como rey y de allí partió para la usurpación del trono. Con una flecha certera, en una celada contra el rey Joram, Jehú puso fin a la dinastía de Omrí. Acabó con la casa de Joram y toda la familia real, incluso con Jezabel. Se cumplió, así, la última parte de la profecía de Elías sobre la misión de Jehú (2 Re 10, 1-36).
Jehú
Jehú se convirtió, entonces, en rey de Israel y reinó del 841 al
Jeroboam II
En tiempos de Joás, padre de Jeroboam II (783-
Pero su hijo Jeroboam II fue quien restableció completamente los antiguos límites del reino. En el gobierno de Jeroboam II, Asiria dejó de ejercer su influencia sobre la región, pasando por un período de crisis interna. Esto posibilitó el fortalecimiento de los reinos menores, antes amenazados por el Imperio Asirio. Jeroboam obtuvo dividendos políticos de esta situación, imprimiendo a su reinado su carácter de progreso, prosperidad y paz para el pueblo. Era el “milagro económico” de Israel. Este “milagro” fue alimentado por las celebraciones de acción de gracias, que se multiplicaron enormemente en el país. El pueblo era incentivado a producir más, pues el momento era favorable.
El incentivo a la producción y las buenas condiciones de la economía, libre de la presión externa de Asiria, generaron un superávit, un excedente de riquezas que podía dejar realmente tranquila a la nación. Pero sería ingenuo pensar que toda la riqueza de Israel, en este período, fue fruto de la buena administración del trabajo y de la producción. Más ingenuo aún sería pensar que esta riqueza se repartió equitativamente entre el pueblo. El profeta Amós, a quien conoceremos más adelante, fue el primer hombre lúcido para percibir las verdaderas causas de esta prosperidad de Israel: la explotación de los campesinos, la injusticia y la alienación religiosa. Después también el profeta Oseas continuará la crítica a esta actitud loca de los dirigentes, que llevará a la nación entera a la quiebra.
El que quisiera ver a dónde convergía la riqueza de Israel, tendría que ir a la capital, Samaría. Allí vería las lujosas mansiones, los más sublimes palacios y las interminables fiestas de aquellos que se daban la buena vida. Amós, que mira las cosas por dentro, concluye: todo es fruto de la opresión y del robo a los trabajadores; esta riqueza de algunos está generada por el empobrecimiento del pueblo. Jeroboam cuenta con aliados fundamentales para el sostenimiento de este estado de cosas: los sacerdotes. Estos actuaban principalmente en los santuarios de Betel y Dan, considerados “templos del rey” (Am 7, 13), además de los innumerables “lugares altos” (Am 7, 9). Con la legitimación religiosa del status quo (estado establecido o imperante) de su gobierno, el rey podía realmente pensar que todo iba bien, que el “Día del Señor”, aquel tiempo de paz definitiva, estaba cercano. ¡Veremos!
Después de Jeroboam II: la ruina del reino
Las cosas comenzaron ya a cambiar de rumbo con Zacarías, hijo de Jeroboam II, que lo sucedió en el trono. Estuvo sólo seis meses en el poder, siendo asesinado por Sal-lum, que conspiró contra él, poniendo fin a la dinastía de Jehú. Pero tampoco Sal-lum tuvo éxito: sólo un mes después de usurpar el trono, también fue asesinado por Menajem, que lo sustituyó.
Este último fue un gobierno muy violento y tiránico. A pesar de que el libro de los Reyes le atribuye diez años, la cronología histórica apunta a cinco. Menajem arrasó las ciudades que intentaron oponérsele. En Tirsá, su propia ciudad, “rasgó el vientre de todas las mujeres embarazadas” (2 Re 15, 16). Asiria volvió a avanzar sobre la región, imponiendo un pesado tributo al rey: mil talentos de plata (¡unas 34 toneladas!) para que Menajem pudiera permanecer en el poder sin ser molestado por el imperio. El rey pasa a cobrar a los “notables” 50 siclos de plata por persona -aprox. 570 gramos- (2 Re 15, 19-20). ¡Ahora toda la riqueza de Israel se va para el extranjero!
Con la muerte de Menajem, su hijo Pecajías asumió el trono, pero en el segundo años de su reinado fue asesinado por Pecaj, su escudero, en una rebelión que contó con el apoyo de más gente insatisfecha. Pecaj reinó durante cinco años a lo sumo, según la cronología histórica, pero el libro de los Reyes le concede veinte.
En su tiempo, los reinos vecinos (sirios, filisteos, amonitas, moabitas, y edomitas) propusieron una alianza militar para hacer frente al avance de Asiria (la célebre “Alianza sirio-israelita”). Calcularon mal: Judá no quiso correr el riesgo. Los aliados presionaron a Judá amenazando su trono. El rey Ajaz de Judá recurrió entonces a Asiria para protegerse de los aliados. Esta, es una acción punitiva, tomó gran parte del territorio de Israel, anexándola al imperio, y deportó su población (2 Re 15, 23-29). Fue el primer golpe irreparable para la joven nación israelita.
Oseas
El clima de tensión efervesce y Pecaj acaba siendo asesinado por Oseas (no el profeta homónimo). Éste asume el trono, pero tiene que seguir pagando tributos a Asiria para evitar lo peor. En sus ocho años de reinado (del 732 al 724), Oseas gobernó aparentemente sometido a Asiria, pagándole tributos, pero en secreto hizo una alianza con Egipto para rebelarse contra el dominio asirio. Esta trama fue descubierta por Salmanasar V, entonces rey de Asiria. Al no recibir el tributo debido, marchó contra Israel, apresó a Oseas y consolidó el dominio asirio sobre todo el reino, conquistando y destruyendo la ciudad de Samaría. Deportó a la población y trajo al territorio gente de otros pueblos conquistados (2 Re 15, 30; 17, 1-6). La nación no resistió este segundo golpe. A partir del
Una pregunta: ¿Qué lección sacamos de los ejemplos de estos reyes?
Los profetas
Elías, el tesbita
Ya vimos algunas cosas sobre este profeta, que actuó sobre todo en tiempos de Ajab, entre el 874 y el850 a.C. Vale la pena conocer más de cerca a este gran personaje, que es, sin duda, el mayor representante del profetismo, no sólo en el reino del Norte, sino en todo el Antiguo Testamento. Tano que hasta en el Nuevo Testamento se le presenta como la figura síntesis de los profetas (Lc 9, 30 y paralelos).
Elías es de Tisbé, en Galaad. Su actuación ya se destaca bastante en comparación con sus predecesores profetas: Natán, Gad y Ajías. Estos aún giraban en torno al palacio. El distanciamiento crítico frente al monarca, iniciado con Samuel, continuado con Natán y profundizado por Ajías, alcanza un nivel más profundo: Elías ni siquiera pone sus pies en el palacio. Al contrario, difícilmente lo encuentra el rey, que envía a todo el ejército en su búsqueda (sobra decir con qué intenciones).
Elías representa también un importante avance en la cuestión de lugar social del profeta: éste no sólo defiende a los pobres, criticando la ambición y el abuso de poder de los reyes, sino que además se aparta del punto de vista de quien está en el palacio (como hizo Natán con David en el caso de Betsabé: 2 Sm 11 y 12). Elías llega a vivir con los pobres, experimenta con ellos la penuria de la sequía y la solidaridad de la acogida, del compartir y de la confianza en el poder del Señor. Eso nos muestra el episodio de la viuda de Sarepta (1 Re 17, 7-24). Se identifica con los perseguidos por el poder, siendo él mismo un perseguido y llegando a perder la esperanza cuando siente que su vida corre peligro. Eso lo aprendemos al leer su confrontación con los profetas de Baal en el monte Carmelo (1 Re 18 y 19).
Del lado de los pobres, Elías experimenta la acción liberadora del Señor, la fe que nace de la solidaridad y la esperanza que viene del horizonte como una nubecilla, que va creciendo hasta convertirse en una lluvia de bendiciones para el pueblo. Esta cualidad de “hombre del pueblo” hace que los demás lo reconozcan como “hombre de Dios”. En esta convivencia popular se desarrollan los sentimientos de indignación contra la ambición desmesurada y el gobierno irresponsable del rey Ajab, que lo llevaron a acusar violentamente el crimen del rey, en el episodio de la viña de Nabot.
Elías experimenta también, como profeta, el sabor de la presencia calmada y refrescante del Señor “como brisa de la tarde”, en una de las peores crisis de su vida. Lo vemos en el pasaje de la gruta de Horeb (1 Re 19, 9-18). Su trayectoria entre el pueblo dejó las marcas indelebles de alguien que “es de Dios”. Por eso, las narraciones sobre su vida, recogidas en el “Ciclo de Elías” (1 Re 17-19; 21; 2 Re 1, 1 – 2, 18), terminan casi afirmando: ¡un hombre así no puede morir! La tradición popular cuenta que él “fue arrebatado al cielo por un carro de fuego” (2 Re 2, 11-12). Su imagen quedó tan impresa en la memoria del pueblo que, siglos más tarde, el profeta Malaquías dijo que Elías volvería al final de los tiempos, a preparar al pueblo para el reinado mesiánico (Ml 3, 23-24). Jesús y las comunidades cristianas darán una nueva interpretación a esta experiencia popular del regreso de Elías (Mt 17, 9-13).
Su profecía, sin embargo, continúa actuando en el profeta Eliseo, heredero del “espíritu” de Elías, es decir, de su fuerza profética. La transmisión de esta “fuerza” se simboliza en el manto que Eliseo recoge cuando Elías es arrebatado al cielo (2 Re 2, 13ss).
Eliseo, el profeta popular
El sucesor de Elías era un hombre bastante particular entre los profetas. El conjunto de narraciones sobre él está en el segundo libro de los Reyes, esparcido entre los capítulos 2 y 13, aunque ya había sido presentado en 1 Re 19, 19-21, cuando fue llamado por Elías a seguirlo. Buena parte de estas narraciones tienen el sabor de aquellas historias que, por su forma extraordinaria (y a veces exagerada), llevan a la gente a pensar. Encontramos en ellas una predilección por el milagro o por las acciones “extrañas”. De aquí la particularidad de Eliseo: sus intervenciones no siempre tienen lugar como resultado directo la denuncia de alguna injusticia, o el anuncio de una intervención divina, como en el caso de los profetas anteriores a él. A veces, hasta nos preguntamos lo que ciertas intervenciones del profeta tienen que ver con su misión en sí.
A juzgar por el tenor de estas narraciones populares, Eliseo es un especialista en “milagros acuáticos”: hace que paren las aguas del Jordán para cruzar (2 Re 2, 14), hace potable el agua en Jericó (2, 21), manda al leproso Naamán a bañarse en el Jordán para curarse (5, 10) e indica el lugar donde se hundió un hacha en el río (6, 6). Pero encontramos también otras historias milagrosas del tenor popular: los niños de Betel destrozados por dos osos (2, 23-24), la multiplicación del aceite de la viuda (4, 1-7), la sunamita y su hijo resucitado (4, 9-37), la comida envenenada y vuelta buena (4, 38-41), la multiplicación de los panes (4, 42-44) y la resurrección de un muerto (13, 21).
Pero vayamos con cuidado. El gusto por lo extraordinario en estas narraciones no debe desviarnos del mensaje más profundo que encierran: El Señor actuaba por la palabra y las acciones de Eliseo, entre los pequeños y los grandes, en Israel y fuera de él. Las demás narraciones sobre este profeta muestran otra característica suya: acompañar y dirigir los movimientos políticos, ejerciendo un liderazgo notable, orientado por el espíritu del Señor (Qo 48, 13). En este campo, Eliseo fue más radical que Elías, llegando, con gran probabilidad, a apoyar la rebelión de Jehú, que puso fin a la dinastía de Omrí.
Encontramos a Eliseo totalmente involucrado en los eventos políticos que marcaron la primera mitad del siglo IX a.C.: en la guerra de Joram contra Mesá, rey de Moab (2 Re 3, 4-27); en la guerra contra Siria, destacando sus milagros (2 Re 6, 8-23); en la subida de Jazael al trono de Siria (2 Re 6, 24 – 7, 2); en la unción de Jehú como rey de Israel (9, 1-10) y en el anuncio de la victoria contra Siria (13, 14-20).
Se va confirmando y profundizando el profetismo como un movimiento con rasgos políticos a partir de la óptica de los pobres. Profundizaremos esto en el tercer nivel de nuestro estudio bíblico.
Amós, la voz de los campesinos
A mediado del siglo VIII, en tiempos de Jeroboam II, un hombre salió de Técoa, en Judá, y comenzó a circular por las principales ciudades del reino del Norte, diciendo algunas cosas incómodas. Era Amós “vaquero y picador de sicomoros”, como él mismo define su profesión (Am 7, 14). Su lugar preferido para hablar en público era el santuario de Betel, pues allí encontraba siempre mucha gente que venía a ofrecer sus sacrificios y a traer sus ofrendas, agradeciendo a Dios por la prosperidad que le estaba concediendo al pueblo.
Sin embargo, esta prosperidad era falsa, porque, como ya vimos, la explotación y la injusticia, el robo y el soborno permitía que algunos se recostaran en divanes de marfil y celebraran fiestas interminables (Am 6, 1-7), mientras aumentaba el número de pobres y excluidos. La gente no se daba cuenta de esto. Seguía creyendo en la propaganda engañosa de las autoridades gubernamentales. Se dejaba convencer por la predicación espiritualista de los líderes religiosos, que legitimaban la situación, haciendo peligrosas concesiones al baalismo.
Amós se propuso ser la voz de los campesinos, levantándose contra este sistema de explotación e injusticia, claramente identificado como idolatría, porque llevaba al abandono del Señor y de su proyecto (Alianza), para servir a otros dioses, es decir, a otros proyectos que esclavizan y matan. Este grito suyo en defensa del pobre es para él un “rugido del Señor”, un imperativo al cual no puede resistir (3, 3-8). Esta es su vocación profética.
Sus intervenciones, por tanto, están siempre marcadas por la claridad de la opción social al lado de los desheredados, los excluidos y los afectados por la injusticia (cf. Am 2, 6-8; 3, 13-15; 5, 10-13; y especialmente 8, 4-6). Tal opción generó claramente un conflicto, que no duró mucho: parece que la actuación de Amós no pasó de dos años. La clase dirigente de la nación estaba llevando al país a la ruina, pero parece que sólo Amós se daba cuenta. Él profetizó la muerte del rey, la deportación del pueblo e, incluso, el avance de las tropas asirias sobre el país. Era una declaración de quiebra del sistema pregonado por los dirigentes políticos y religiosos. Esto costó a Amós su expulsión de Israel por parte del sacerdote de Betel, Amasías (Am 7, 10-17).
Con Amós comenzó una nueva fase en el profetismo de Israel, que contribuyó inmensamente al enriquecimiento del material bíblico. Sus palabras, su vida y sus reflexiones pasan a consignarse por escrito, dando origen a la literatura profética. Inicia la “época de oro” del profetismo bíblico. A partir de Amós, los profetas no sólo cuestionarán algunas políticas erradas de los gobernantes, sino todo el sistema monárquico de Israel y de Judá, decretando el fracaso de la sociedad basada en este esquema.
Oseas: la batalla contra la baalización del Señor Dios
La profecía de Amós logró despertar la sensibilidad de más gente hacia los asuntos del reino del Norte. Después de él, aparece Oseas, denunciando con el mismo vigor los pecados de Israel, ahora identificación como la “prostitución” del pueblo, que abandonó el proyecto del Señor para servir el proyecto de Baal (cf. Os 4, 2.4, 10; 6, 7-10; 10, 4; 12, 2.8-9). Esta óptica es reforzada por la experiencia personal de Oseas (a menos que se trate sólo de un artificio literario): su matrimonio fracasó cuando su mujer lo abandonó y se entregó a la prostitución (probablemente a la “prostitución sagrada” en los ritos baálicos de la fecundidad). Pero él la amaba y, cuando ella volvió a casa, la recibió de nuevo y la perdonó (Os 1, 2 – 3, 5).
Esta experiencia le dio a Oseas el marco para pensar la relación entre el Señor e Israel, su pueblo. Ante la infidelidad a
Sin embargo, él no es, ni de lejos, un liturgista que quiere reformar los ritos, o un religioso tradicionalista que se queja del abandono de los usos antiguos. A partir de la religión, Oseas logró llegar a todos los sectores de la vida de Israel: la política, la economía y la educación, demostrando con claridad que un proyecto de sociedad que pretenda tener la bendición del Señor, debe articularse necesariamente según la justicia y el derecho, el amor y la ternura (Os 2, 21).
Parece que la predicación de Oseas tampoco dio resultado. Él también se dio cuenta de que su gente caminaba hacia la ruina. Tal vez tuvo la mala suerte de ver los sucesos contra los cuales había prevenido y alertado al pueblo: la llegada del enemigo (Asiria) y la devastación definitiva del reino, a causa de su infidelidad. Bajo los escombros de la sociedad israelita, el mensaje de este profeta se infiltra y se abre como una tímida flor, delicada en sus pétalos, pero firme en su color y en su perfume. El amor del Señor supera y redime también la infidelidad de su pueblo.
El pueblo que redactó la obra elohísta
Felizmente, además de los profetas hubo más gente en el reino del Norte que no sucumbió ante la destrucción lenta y gradual del yahvismo, que causó la pérdida de la identidad religiosa y, en consecuencia, la degradación de la calidad de vida del pueblo. Era un grupo de personas cuyos rasgos y nombres se pierden en el anonimato de gente sencilla, que conservó en su corazón y en su memoria la semilla de lo que podríamos llamar un buen sentido religioso (pero no sólo religioso, como veremos). Y sucedió que la semilla se desarrolló y dio frutos.
El el camino tortuoso del reino de Israel, encontramos a esta gente que saca a la luz algunas tradiciones memoriales del pasado. ¿Recuerdan a los patriarcas y matriarcas que dieron origen al pueblo;
Escritos de la época
Libro del profeta Amós
El libro del profeta Amós trae una pequeña presentación de él mismo, con una exhortación (Am 1, 1-2). Habla del juicio a las naciones vecinas de Israel -Damasco, Gaza, Filistea, Tiro, Fenicia, Edom, Amón, Moab y Judá- y también de Israel (Am 1, 3 – 2, 16). Retoma advertencias y amenazas a Israel (Am 3, 1 -6, 14). Presenta las visiones del profeta en forma de juicio contra la casa de Israel (Am 7, 1 – 9, 10). El profeta concluye con la promesa de la restauración del reino davídico (Am 9, 11-12), la prosperidad material (Am 13 – 14) y la ocupación sin fin de la patria reconquistada (Am 15). Es probable que los versículos de Am 9, 11-15 y otros como los oráculos contra Edom sean del tiempo del Exilio.
Libro del profeta Oseas
El libro del profeta Oseas, después de la presentación del profeta (Os 1, 1), habla del matrimonio de Oseas y de su valor simbólico. El profeta ama a una mujer que le es infiel. Esta experiencia le sirve para hablar del amor de Dios hacia su pueblo infiel (Os 1, 2-3). Oseas denuncia la infidelidad y la corrupción de Israel; hace una fuerte advertencia a Judá y a Israel que viven una guerra fratricida y, finalmente, anuncia los castigos que pueden venir si no hay conversión (Os 4, 1 – 14, 1). Las amenazas, sin embargo, no son la última palabra del profeta: anima a Israel a retomar el camino de la conversión y renovación interior: “Vuelve, Israel, a tu Dios, pues has tropezado por tus culpas” (Os 14, 2).
Obra elohísta
La obra elohísta nació en el reino del Norte. Refleja la mentalidad de una parte del pueblo del norte, que guardó en el corazón su manera de comprender a Dios, incluso ante el avance del baalismo y del sincretismo promovidos por los reyes del Norte. Los temas más frecuentes de esta obra son: la santidad de Dios, la promesa también para los de fuerza y las exigencias éticas de
La santidad de Dios
Ante el creciente sincretismo entre el yahvismo y el baalismo, promovido por los reyes y asimilado por los sacerdotes, la tradición elohísta acentúa la grandeza de Dios, su santidad y majestad. Dios es el Excelso, que habita en alturas inaccesibles. Su comunicación con los seres humanos se da por medio de los ángeles, sus mensajeros, o en sueños, antigua forma de presagio. Con esta concepción de Dios, el elohísta combate tres tentaciones: la perniciosa representación del Señor mediante becerros; su inaceptable identificación con Baal (del que se hacían imágenes para su uso doméstico); y la peligrosa concepción de Dios antropomórfica de Dios, muy fuerte en el Sur. En una de sus demostraciones de lucidez, el elohísta recuerda que, ya en tiempos de Moisés, el pueblo pagó con su propia vida la fabricación del becerro de oro y su adoración como representación del Señor (Ex 32).
Promesa también “para los de fuera”
Otro elemento notable de la obra elohísta es la promesa de Dios a Ismael, el hijo de Abraham con Agar, esclava de Sara: aunque no fuera “el hijo de la promesa”, Dios siguió bendiciendo al niño, oyendo sus gritos, salvándolo de la muerte en el desierto y prometiéndole hacer de él una gran nación (Gn 21, 8-21). La salvación puede también pasar por otro camino... fuera de la “casa de Abraham”. ¿Qué significa esto para el pueblo del Norte, separado de sus hermanos del Sur?
Exigencias éticas de
Para un mayor conocimiento de la mentalidad presente en esta importante obra literaria, podemos leer: ex 2, 1-10 (Moisés); Ex 3, 1-15 (señor, el “nombre” de Dios); Ex 20,
Salmo 58
Dios es el Juez de los jueces terrenos. El salmo denuncia la perversidad de los jueces con el mismo vigor de los antiguos profetas. Apela a la hora de la justicia divina, que “dará su fruto al justo” (11-12).
Tiene algunos puntos de contacto con la predicación de Miqueas, Nahum y Oseas cuando reclama la práctica de la justicia en nombre del Señor. Refleja la rebeldía de los fieles ante tanta impiedad y, por eso, invoca la venganza de Dios sobre sus jueces impíos (7-10).
Escritos sobre la época
El reino de Israel nació como consecuencia de la opresión económica del rey Salomón sobre las tribus del Norte. Jeroboam comenzó en el 931 el reino de Israel, en el Norte, y Roboam el reino de Judá, en el Sur. La misma opresión que justificó la división del reino causó su ruina.
El reino del Norte terminó en el 722 con la destrucción de Samaría, su capital, para nunca más levantarse. El reino del Sur, a pesar de ser menor y más pobre, siguió de pie algún tiempo más, aunque pagando el precio del vasallaje, como veremos en el próximo estudio. A este período hacen referencia los escritos de 1 Re 12 – 22; 2 Re 1 – 15; Si 48, que fueron escritos mucho después y retroproyectados para este período.
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