sábado, 25 de abril de 2009

LA BIBLIA NACIÓ DE LA MIRADA ILUMINADA SOBRE LA HISTORIA


El exilio en Babilonia dividió la población de Judá en dos contextos geográficos distintos: Judá y Babilonia. En los dos contextos floreció la literatura bíblica. En Judá nació la Tradición Deuteronomista, Jeremías, Lamentaciones y la relectura de los profetas; mientras en Babilonia nacieron los escritos de Ezequiel, Segundo Isaías, Tradición Sacerdotal, Levítico 8-1O; 17.-26 Y algunos Salmos: 42; 43; 70;137


Escritos bíblicos de la época en Judá

En el contexto del exilio, en Judá son compilados los escritos de la Tradición Deuteronornista de la cual hacen parte los libros: Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes.


Tradición Deuteronomista: la certeza de que Dios es fiel

La palabra Deuteronomista viene del libro del Deuteronomio que significa "segunda ley". El Deuteronornio recibió este nombre porque en él se habla de que el rey, al asumir el trono, debía recibir "una copia de esa ley dictada por los sacerdotes levitas" (Dt 17,18). De hecho, en el libro del Deuteronomio (Dt5,6-22) encontramos una copia del decálogo que está en el libro del Éxodo (Ex 20,2-17). El tema de la Alianza es central ya en su compilación en la época de Josías y fue asumido por toda la obra deuteronomista que comprende seis libros: Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 Y 2 Reyes.


Los compiladores de la Tradición Deuteronomista, en el período del Exilio, no escribieron estos seis libros, pero se sirvieron de fuentes ya existentes venidas de muchas regiones, como también. del reino del Norte. A veces las fuentes son divergentes entre sí, pero ellos no las modificaron. Las respetaron aunque tuviesen mucha libertad en disponer y reorganizar los textos, llegando algunas veces a alterar el orden cronológico de los acontecimientos. Todo indica que el mayor interés de este grupo era describir la trayectoria de los reyes de Israel y de Judá conforme a 1 y 2 Samuel y 1 Y 2 Reyes. Los otros tres libros Deuteronomio, Josué y Jueces- son considerados una introducción a la monarquía. La Obra Deuteronomista se inicia en el primer capítulo del libro del Deuteronomio y termina con el capítulo 25 de 2 Reyes, con la narración de la destrucción de Jerusalén en 587 a.C.


La homogeneidad del proceso de redacción encuentra confirmación, según Martín Noth, en la coincidencia de los datos cronológicos: 1 R 6,1 habla de que el rey Salomón comenzó a construir el templo 480 años después de la fuga del grupo de Moisés de Egipto. Calculando los varios períodos de los cuales hablan los demás libros de la Tradición Deuteronomista, se obtiene exactamente la suma de 480 años, Otros elementos convergen para afirmar la unidad de ese bloque literario, como el estilo y el mensaje teológico. En todos estos libros encontramos expresiones típicas como: "amar a Dios", "servir, andar atrás, volverse a otros dioses", "obtener larga vida, largos días"; "tierra, ciudad que tu Dios te dio como herencia"; "la tierra ante la cual estás para entrar y tomar posesión ... ". Palabras y sinónimos: Ley, norma, estatuto, instrucción, prescripción. E incluso, trae frases largas y muchas repeticiones. El mensaje teológico presente en estos libros es la fidelidad de Dios a su Alianza con el pueblo de Israel. Dios lo escogió e hizo con él un pacto. Pero el pueblo y sus representantes no siempre fueron fieles al pacto y escogieron la propia infelicidad.


Muchos estudiosos dicen que la mayor parte de la Tradición Deuteronomista fue compilada en el período del exilio, en tomo al año 550 a.c. y fue retocada en dos momentos sucesivos en el pos-exilio. Otros ubican la primera redacción de esta Tradición en el período de Josías (640-609 a.C.); por tanto antes del exilio, con apenas una revisión en el período del exilio. Otros incluso admiten la posibilidad de una redacción y reorganización antes, durante y después del exilio. De hecho, el primer núcleo del libro del Deuteronomio (capítulos 12-26) fue escrito probablemente en el reino del Norte, antes de año 722 a.C. Después de la caída de Samaría, en 722 a.c., estos escritos probablemente fueron llevados al Sur y compilados por el grupo deuteronomista durante el reinado de Josías. La redacción y la compilación del núcleo mayor fueron hechas en el período del exilio y la finalización y la fusión de las cuatro grandes tradiciones, alrededor de 445 a.c., cuando Israel estaba bajo el dominio persa.


Deuteronomio: la herencia de Moisés para los exiliados

El libro del Deuteronornio es una colección de homilías centradas en el amor a la ley de Dios, en la pasión por su observancia y en el agradecimiento por el don de la tierra de Canaán. No es un manual árido lleno de leyes. Se parece más a una predicación o una catequesis sobre la Torá que debe envolver a toda la persona, por esto insiste sobre determinadas expresiones: ve, mira, presta atención, observa, oye. Muchas veces aparece escucha: "Escucha, oh Israel, los estatutos y las normas que hoy proclamo a tus oídos. Los aprenderás y cuidarás de ponerlos en práctica" (Dt 5,1). Usa con frecuencia la expresión "hoy" como forma de actualización de la Torá.

El libro puede ser estudiado de diferentes modos. Uno de ellos es analizado en grandes bloques según los tres grandes discursos de Moisés. Comienza con una introducción que sitúa los discursos en el tiempo y lugar, haciendo una conexión con el libro de Números (Nm 21,21-35).


El primer discurso de Moisés (Dt 1,6--4,4) trae un resumen de la historia de Israel, desde, su permanencia en el Sinaí hasta su llegada a Transjordania, frente al Jordán. El segundo discurso (Dt 4,44¬28,69) comienza también con una breve indicación de tiempo y lugar (Dt 4,44-49; 1,1-5), después presenta el Decálogo, sus exigencias y el Código Deuteronómico (Dt 12,1¬26,15), que reúne diversas colecciones de diferentes orígenes de los reinos del Norte y del Sur. Tal vez este sea el libro de la Ley encontrado en el Templo bajo el reinado de Josías (2R 22,8-9). Sigue una larga conclusión (Dt 26,1'6-28,69). El tercer discurso (Dt 29-30) recuerda: el pasado salvífico de Israel (Dt 29,1-8); el empeño por la fidelidad a la Alianza como fuente de bendiciones y la infidelidad, de maldiciones (Dt 29,9-28); el exilio como castigo de la infidelidad y el retorno como señal del perdón divino (Dt 30,1-10). Finalmente, hace una llamada a una opción por la fidelidad a la Alianza (Dt 30,11-20). Los capítulos 30-34 forman una especie de conclusión general no sólo del Deuteronomio, sino de todo el Pentateuco. elementos de origen y épocas diversas que fueron incorporados en el libro del deuteronornio en la redacción final de la Tradición Deuteronornista, alrededor de 445 a.C. Por esta época el libro fue separado del conjunto original de la obra deuteronomista para hacer parte del bloque del Pentateuco.


Josué: la bendición de Dios es la tierra

El tema central del libro de Josué es la tierra. Dios prometió a los antepasados dar una tierra al pueblo de Israel. El libro de Josué muestra la realización de esa promesa. Después del prólogo (Jos,1), el libro comprende tres grandes partes: la conquista de la tierra (Jos 2-12), la distribución de la tierra (Jos 13-21) y las conclusiones (Jos 22-24): El capítulo 22 presenta el asentamiento de las tribus orientales en Transjordania, y el conflicto cultual entre el santuario de Silo y las tribus de Transjordania, que según ellos vivían fuera de la Tierra Prometida. El capítulo 23 presenta el testamento de Josué, sucesor de Moisés, y el 24 la alianza firmada por Josué en Siquén, sellando la liga de las doce tribus.


Jueces: Dios tiene paciencia con los errores del pueblo

El libro de los Jueces en una primera introducción (Jc 1,1¬2,5) retorna, en síntesis, la instalación de las tribus en Canaán, con sus fracasos y éxitos descritos largamente en el libro de Josué del 1 al 12. En seguida, después de algunas, consideraciones generales sobre el sentido religioso del período tribal (Je 2,6-3,6), presenta, en secuencia narrativa detallada, el período de Josué como tiempo de fidelidad al Señor y el período de los jueces como el de la infidelidad (Jc 3,7-16,31). El libro termina con dos conclusiones (Jc 17-18 Y 19-21). La primera narra la migración de la tribu de Dan al norte y habla de su santuario. La segunda conclusión habla del crimen de los habitantes de Guibea y de la guerra de las tribus contra la tribu de Benjamín que rechazaba castigar a los responsables de la muerte de la concubina de un levita de Efraín.


Primero y Segundo de Samuel: los libros del "Nombre de Dios"

Los dos libros constituían una sola obra en la Biblia hebrea. Fueron divididos en dos por la Biblia griega, que los llamó Primero y Segundo de los Reyes. Así, los actuales Primero y Segundo de los Reyes pasaron a ser llamados Tercero y Cuarto de los Reyes. Esta división fue seguida también por las traducciones latinas. Hoy, con la valoración de las lenguas Originales, se volvió a llamar el libro de Samuel conforme al texto hebreo, conservando, sin embargo, su división en Primero y Segundo de Samuel, y el Tercero y Cuarto de los Reyes volvieron a llamarse Primero y Segundo de los Reyes. Es de esta forma que aparecen en las traducciones de las Biblias actuales.


Samuel, en lengua hebrea, significa "nombre de Dios". El libro presenta una justificación popular del nombre: Ana dio a luz un hijo a quien llamó Samuel porque, dice ella, "yo lo pedí al Señor". El nombre de Samuel está aquí asociado al verbo hebreo "pedir" (Sha 'al). El libro habla largamente de la infancia, de la vocación y de la misión de Samuel (1S 1-7), quien ejerce la misión de juez en medio de las tribus de Israel y hace la transición del sistema de gobierno tribal al sistema monárquico, eligiendo a Saúl como primer rey de Israel (lS 8-15).


Justo cuando Saúl es rey, Samuel lo rechaza y unge a David como su sucesor. David se fue proyectando como escudero del rey, pero éste comienza a perseguirlo (lS 16¬21). David ya había conquistado la confianza de las tribus del Sur antes de la muerte de Saúl (lS 22,31) y, cuando ella ocurre, fue ungido como rey (2S 2;4). Siete años después asumió también el gobierno de las tribus del Norte (2S 5-8). La habilidad política de David hizo que en su tiempo el reino llegase a la mayor expansión. Al final de su vida tuvo que enfrentar el problema de la sucesión al trono. Muchas intrigas fueron provocadas por sus generales y por sus propios hijos (2S 9-20). Con los capítulos 21,-24 del Segundo Libro de Samuel aparece una interrupción de la secuencia de la historia de la familia de David y de la sucesión al trono, que continuará en el Primer Libro de los Reyes, en los capítulos 1 y 2.

Los capítulos finales del Segundo Libro de Samuel (21¬24) son un apéndice o adición posterior presentado en forma de narraciones paralelas: el hambre de tres años (2S 21,1-14) Y la peste de los tres días (2S 24,10-17); dos series de anécdotas heroicas: los cuatro gigantes filisteos (2S 21,15¬22) y los valientes de David (2S 23,8;-39); y dos piezas poéticas: el cántico de David (2S 22) y las últimas palabras de David (2S 23,1-7).


1 Y 2 de Reyes: una mirada iluminada sobre la historia

Ya vimos que los dos primeros capítulos (IR 1-2) son continuación de 2S 20. Hablan de la sucesión al trono de David. El período que abarcan los dos libros va de la sucesión de Salomón al trono de David hasta la destrucción de Jerusalén y el inicio del exilio babilónico en 587 a.C. Presenta, por tanto, tres grandes períodos.


La historia de Salomón y la división del reino en dos: Israel y Judá (IR 1-13), pues los compiladores de cronologías en la época de los escritos bíblicos hicieron una sincronía entre los reyes del reino del Norte y los del reino del Sur.


Las narraciones sobre los dos reinos continúan en paralelo hasta la caída del reino del Norte, en 724 (IR 14-2R 17).

La narración prosigue hablando sólo del reino del Sur, hasta su caída en 587 a.C. (2R 18-25).


La Tradición Deuteronomista condena a todos los reyes del Norte por la adhesión al culto de Baal, que había venido de Tiro (IR 16,31-32). El Sur también es acusado de haber participado del culto de las alturas o al menos de haberlo tolerado (2R 8,18.27; 16,2-4) Y de haber introducido divinidades extrajeras (2R 21). Apenas dos reyes, Ezequías y Josías, son considerados fieles, como lo fue David (2R 18,3; 22,2), por causa de las reformas religiosas que ambos emprendieron. Esta evaluación corresponde a la doctrina del libro del Deuteronomio que defiende un solo Dios y rechaza toda idolatría; defiende un solo Templo y exige el rechazo de todos los otros santuarios, incluso los de Dan y Betel (Dt 12-13).


Valor del escrito Deuteronomista

La abundancia y la variedad del material recolectado por el grupo deuteronomista, constituye, por una parte, una riqueza y, por otra, una dificultad.


Riqueza por las tradiciones diferentes que llegaron hasta nosotros. Dificultad para una comprensión justa de las narraciones en el contexto en que ellas fueron insertadas. La yuxtaposición confirma el trabajo respetuoso y atento de la tradición deuteronomista de no armonizarlas, sino de conservarlas y anexarlas a la obra. La revisión deuteronomista insertó 1 y 2 Samuel en las grandes líneas de la historia del pueblo. Ella abarca el período desde la muerte de Moisés hasta el exilio. Pocos retoques fueron hechos. El retoque más importante fue la integración de la alianza davídica en la alianza mosaica (2S 7,1-29), cuyas exigencias son recordadas al pueblo (IS 7,3-4; 12,6-11) y a los reyes (IS 10,25 que evoca Dt 17,18¬19).


Se vuelve difícil determinar el valor histórico del escrito Deuteronomista en cuanto a sus informaciones, pues no existen escritos extrabíblicos que puedan servir de confrontación. Un estudio atento de los propios textos nos puede ofrecer la comprensión de sus objetivos y su relación con la historia. Las narraciones sobre el arca, por ejemplo desde el punto de vista religioso, revelan que no siempre el pueblo era fiel a Dios. Las narraciones sobre el profetismo naciente y los profetas Natán, Gad y Samuel procuran apuntar hacia el sentido divino de su misión y de su autoridad frente al poder político. Así mismo, el rey está en el centro de estas narraciones


Jeremías: escritor por voluntad de Dios

Como el profeta y sus discípulos actuaron en el reino del Sur, no. hay razones para situar el libro fuera de Judá. Éste no se presenta tan unitario como parece a primera vista. Muchas personas, en el decurso de la formación del libro, participaron de su elaboración.


La historia de la formación del libro es muy compleja. Para facilitar su comprensión vamos a considerarla en dos fases: la que fue escrita durante la vida de Jeremías y la que fue escrita después de su muerte. La primera fase va de 627 a 580 a.c., que son los años de su predicación y de la trascripción parcial de su discurso. En el año 605 jeremías recibió la orden del Señor de colocar por escrito sus oráculos: "Toma un rollo de pergamino y escribe en él todas las palabras que yo te he dicho sobre Jerusalén, Judá y todas las naciones, desde el día en que comencé a hablarte, en tiempos de Josías, hasta hoy" (Jr36,2). Este escrito hace parte del primer rollo redactado por Baruc, su secretario, pero que fue quemado por el rey Joaquín de Judá (Jr 36,22-23).


En el año 604 a.c., Jeremías recibió una nueva orden del Señor para escribir otro rollo: "Toma otro rollo de pergamino y escribe en él las mismas palabras que había en el rollo anterior quemado por Joaquín, rey de Judá (…). Jeremías tomó otro rollo de pergamino y se lo dio a su secretario Baruc, hijo de Nerías, que escribió en él, al dictado de Jeremías, todas las palabras el libro que había quemado Joaquín, rey de Judá. Posteriormente se añadieron muchas otras parecidas" (Jr 36,28.32). A este escrito equivaldrían los capítulos 2 a 19 y 30 Y 31.


Después del año 598 a.C. son añadidos al segundo rollo los capítulos de Jr 21,11 hasta 24,10. En ellos el profeta se dirige a la casa de Judá y profiere oráculos contra diversos reyes: Joacaz, Joaquín y Jeconías y contra los falsos profetas. En el capítulo 24, Jeremías tiene una visión de dos cestos de higos. Uno contenía higos buenos que representaban los que habían ido primero al exilio en 597 a.C., y el otro contenía higos podridos, que simbolizaban al rey y al pueblo que habían quedado en Judá. Esta profecía es normalmente datada en el año 593 a.c., en el tiempo de Sedecías.


La segunda fase de los escritos es datada después de la muerte de Jeremías. Por el año 580 a.C., Baruc, el escriba, añadió a los textos algunos relatos biográficos sobre Jeremías. En el inicio del segundo exilio, alrededor de 587 a 570 a.c., fueron añadidas las reflexiones de la Tradición Deuteronomista, que hablan sobre la necesidad del arrepentimiento y de la toma de un nuevo camino. Más tarde, entre los años 570 y 555 a.c., nació la esperanza de la unificación de Israel y Judá como el pueblo mesiánico en Sión (Jr 3,14-18)


La misma temática es retomada por el profeta Ezequiel, en el exilio de Babilonia al hablar de la unificación de los dispersos de la casa de Jacob y Judá (Ez 37, 15-28). Ya al final del exilio, alrededor de 555 a 540 a. C.; son añadidos al libro de Jeremías los textos que hablan de la salvación que está próxima, porque Babilonia será destruida y todas las naciones van a ser liberadas (Jr 16,14-15; 50-51), Y sobre los ídolos (Jr 10,1-10). Estos textos se aproximan mucho a la visión del Segundo Isaías que habla de un nuevo éxodo, oráculos contra Babilonia (Is 43,16-21; 47) y oráculos contra los ídolos (Is 40,19-21).


El libro de Jeremías, en su elaboración u organización, no sigue criterios literarios ni cronológicos (cf.. Jr 21,1-2 con Jr 24, 1; 44,1) Y ni siquiera una división lógica e ideal. Parece que hay una preocupación mayor por conservar el material que fue encontrado y organizado bajo temas y palabras clave.La obra no es sólo de Jeremías, sino que pasó por diversas manos. Al profeta Jeremías se le atribuye la parte poética, a Baruc la parte biográfica y el resto al deuteronomista


Abdías: el amor apasionado por Sión

El libro del profeta Abdías es el libro más corto del Antiguo Testamento. Contiene apenas 21 versículos, que expresan toda la amargura del pueblo judío contra los edomitas que invadieron Judá después de la desgracia del exilio, agravando aun más la situación de sufrimiento (vv.1-15).Edom, según la Biblia, está habitada por los descendientes de Esaú, quienes, por tanto, son parientes de los judíos. Abdías insiste en la restauración de la realeza universal del Señor, en la justicia de Dios, en el amor apasionado por Sión y en la restauración del Reino de Dios en el día del Señor. El libro, si bien pequeño, trae los temas clásicos del profetismo de Israel (vv. 16-21).


Lamentaciones: el dolor del abandono y de la destrucción

El segundo libro de las Crónicas dice que Jeremías compuso una lamentación sobre Josías, el rey de Judá que había muerto (2Cro 35,25). Con base en esta afirmación, la Biblia griega atribuyó el1ibro de las Lamentaciones al profeta Jeremías, pero esto es poco probable. El libro retrata la catástrofe nacional de 587 a.e.: la toma de Jerusalén, la destrucción del Templo y la deportación de gran parte de la población de Judá a Babilonia. Hay divergencias entre Jeremías y Lamentaciones en la interpretación de la doctrina sobre la retribución. Para Lamentaciones los hijos pagan por el pecado de los padres, lo que Jeremías ya no aprueba “Pero cada uno morirá por su propia falta" (comparar Lm 5,7 con Jr 31,29-30). Todo indica que los cinco cantos de Lamentaciones no son de Jeremías, aunque hayan sido escritos en Jerusalén y no en Babilonia. Se acostumbra a clasificarlos en cantos fúnebres (capítulos 1,2 y 4); cantos de lamentación individual (capítulo 3); y cantos de lamentación colectiva (capítulo 5). Si bien son cantos de lamentación, revelan un sentimiento de confianza inconmovible en Dios y de arrepentimiento profundo por la infidelidad humana a El.


Relectura de los profetas: una linterna en las manos de los exiliados

En el exilio los libros de los profetas comenzaron a ser leídos e interpretados y pasaron por actualizaciones y relecturas. Ya vimos el del profeta Jeremías que pasó por revisiones del grupo deuteronomista, de tal forma que en algunos textos es difícil saber con certeza 1o que es de Jeremías y lo que fue añadido por otras manos. Otros libros proféticos también tuvieron relecturas, adiciones y alteraciones en su disposición interna. Ciertamente esto sucedió cuando los libros proféticos pasaron de un uso restringido al círculo profético al uso de la comunidad. Fueron leídos en comunidad, en las celebraciones y en las reuniones, siendo asumidos por todo Israel. De aquí las adiciones; como, por ejemplo, el Salmo de Isaías (Is 12); el cambio de visión sobre las naciones extranjeras: antes como "instrumento del juicio de Dios" en relación al 'pueblo de Israel, y después rechazadas por los oráculos profético (Jr 50-51).


Antes del exilio la palabra profética estaba cargada de amenazas y advertencias (1r 8,4-17; Os 5,8-6,6). En el exilio y después de él la situación había cambiado y se hacía necesaria una palabra de ánimo y esperanza, de estímulo y aliciente como la de Isaías 40,1-31, Antes la palabra profética se dirigía específicamente a Israel y a Judá en el exilio, pero en el posexilio tomó dimensiones que traspasaron las fronteras nacionales, como lo indica la relectura de algunos profetas (Am 1-2; Is 24-27).


La relectura de los textos proféticos parece no haber sido hecha antes del exilio, pues se cree que dichos textos aún no estaban en circulación. Ni siquiera fueron releídos en el ámbito del Templo y de la corte, como aparece bien en Jeremías, capítulo 36, cuando el rey de Judá reacciona con violencia quemando el rollo que contenía las palabras del profeta. Pero estas palabras fueron leídas, conservadas y protegidas en los círculos proféticos y en medio del pueblo del campo, como aparece en Miqueas de Moréset (Jr 26, 17-19), en la región de Judá.

jueves, 23 de abril de 2009

LA IDENTIDAD DE ISRAEL: EL AMOR A LA TORÁ DE MOISÉS


Los exiliados de ayer y de hoy reviven, fuera de su tierra, la nostalgia de la tierra, de las costumbres, de la fe que los unía. “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar acordándonos de Sión; en los sauces de la orilla colgábamos nuestras cítaras. Los que allí nos deportaron nos pedían canciones, y nuestros opresores, alegría: “¡Canten para nosotros una “canción de Sión!” ¿Cómo cantar una canción al Señor en tierra extranjera? Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha... " (Sal 137,1-5)


El pueblo de Dios prosperó y creció, aun en el exilio

El exilio en Babilonia dejó marcas no sólo en el pueblo que quedó en la tierra de Judá, sino también en los que fueron deportados. Los que se quedaron tenían la realidad de la destrucción ante sus ojos. Los que fueron deportados cargaron consigo las imágenes de la ciudad destruida, del pueblo disperso y masacrado, del culto deshecho. Estaban lejos de su tierra, sin Templo, sin culto y sin sus dirigentes. Muchos sueños construidos a lo largo de los años fueron deshechos.


La solución era entrar en el nuevo ritmo de vida, pues todavía tenían suerte. Los babilonios no dispersaron a los exiliados, como hicieron los asirios. Fueron asentados en núcleos en las proximidades del río Quebar, en las ciudades de Neppur, Susa, Uruk y otras (Ez 1,lss; Ne 7,61). Algunos debieron vivir en régimen de servidumbre (Is 42,22), y gran parte de ellos fue asentada en comunidades agrícolas (Ez 3,24; 33,30). Esto favoreció la conservación del patrimonio espiritual, religioso y cultural. Podían hablar su propia lengua, observar sus costumbres y sus prácticas religiosas. Poco a poco fueron aculturándose, adoptaron nombres, el calendario y la lengua de Babilonia (el arameo). Podían libremente reunirse, comprar tierras, construir casas y comunicarse con Judá, su patria (Jr 29,5).


No sufrieron la misma suerte de sus hermanos del reino del Norte en el plano ético y político, que fueron totalmente asimilados por los pueblos entre los cuales fueron dispersados. En realidad, en Babilonia consiguieron una cierta prosperidad económica en un tiempo relativamente corto, la cual fue comprobada por las pesquisas arqueológicas mediante documentos descubiertos en la ciudad de Neppur. Son documentos de bancos, casas de comercio, contratos de compra y venta, contratos matrimoniales en los cuales aparecen muchos nombres de origen hebraico. No hay indicios en esos documentos de que los deportados de esa región hubiesen sido reducidos a esclavitud.


El profeta Ezequiel vivía entre los exiliados. Los ayudaba a superar las dificultades y a alimentar la esperanza del retorno a la Tierra Prometida. En una de sus visiones llegó a describir una nueva distribución de la tierra santa entre las doce tribus de Israel, en una convivencia de perfecta unidad (Ez 48, 1-29). La descripción de sus confines corresponde a los antiguos límites de la tierra de Canaán que aparece en el libro de los Números (cf. Nm 34,1-12). Ezequiel añadió en esa descripción nombres geográficos contemporáneos, incluyendo provincias de la Babilonia de su tiempo (Ez 47,13-23). Incluso si los deportados tuvieron la posibilidad de reconstruir sus vidas, vivieron la experiencia del exilio como una gran catástrofe.


La nostalgia de Dios alimentaba la fe y la esperanza

Con el exilio, el pueblo pensó que todas las promesas de Dios habían fallado: tierra, descendencia y un gran nombre. Vivió una enorme crisis de Fe en el Señor, su Dios. El dios de Babilonia, Marduc, había vencido al Dios de Israel, tenía más poder que él. Por eso, muchos exiliados se adhirieron a la religión del Marduc., No sólo porque él había sido más poderoso, sino también porque podían obtener algunos privilegios de sus señores babilonios (Ez 14,1-11). Después de todo, las festividades religiosas dedicadas a Marduc eran muy suntuosas, con liturgias y procesiones solemnes, que llevaban a los exiliados a creer que, de hecho; el Señor había sido vencido junto con su pueblo. Sin embargo, había los que permanecían fieles al Dios de Israel y el sentimiento y la sensación dominante que los afligía era con respecto a la retribución individual y nacional, es decir, ¿Quién es el culpable de tanta desgracia que cayó sobre nosotros? ¿Estamos pagando por nuestros pecados o los de nuestros antepasados? ¿Estamos pagando por nuestros pecados individuales o colectivos? (Ez18,2; 23,32).


Ezequiel y el Segundo Isaías no ahorraron esfuerzos para que el pueblo mantuviera viva la fe en el Dios de la Promesa y la esperanza de una restauración en la propia tierra: Por eso Ezequiel intentó presentar un extenso programa de reconstrucción del Templo, del culto (Ez 40,46) y del propio Estado con sus límites y con distribución de tierra (Ez 47,13-48,29). El jefe de la nueva tierra no sería más un rey, sino un príncipe (Ez 48,21ss).


En el exilio reafirmaron la identidad israelita mediante algunas prácticas culturales y religiosas, como la circuncisión, la observancia del sábado y de la ley mosaica. El referente no era más el Templo, sino el Libro de la Ley, las escrituras sagradas. Ellas eran anunciadas principalmente por los profetas del exilio, Ezequiel y el Segundo Isaías (Is 40-55). La "religión del Libro" fue tomando importancia cada vez mayor en el exilio; en él surgieron muchos escritos y otros fueron reescritos. Los exiliados mantuvieron viva la fe por las oraciones litúrgicas, oraciones y cánticos, aunque no consiguieron olvidar a Sión (Sal 137). Conservaron la firme esperanza de retornar a ella, pues Dios la había prometido a ellos, que se consideraban descendientes de Abrahán (Gn 12,7). Isaías vio el retorno del exilio como un nuevo éxodo en cuyo desierto habría abundancia de agua y toda especie de plantas (Is 41,18-20).


La Torá de Moisés

Los exiliados, lejos de la tierra, buscaron solidificar su identidad por medio de algunas prácticas que ya existían entre ellos antes del exilio y que perduran hasta hoy: la circuncisión, la observancia del sábado, las normas alimenticias y, fundamentalmente, la lectura de la Ley de Moisés a Torá. Esos signos externos los identificaban ante los otros pueblos.


- No más el culto, sino la Palabra

Antes del exilio eran los sacerdotes quienes congregaban al pueblo alrededor del culto en el Templo de Jerusalén. Ahora, en el exilio, son principalmente los profetas Ezequiel y el Segundo Isaías los referentes para el pueblo. Ezequiel gozaba de gran reputación (Ez 33,30ss; 14,1) Y reunía al pueblo alrededor de la Palabra, en pequeños grupos en su casa (Ez 3,23-24; 8,1). Los profetas animaban a las familias reflexionando con ellas sobre la Palabra de una forma libre y espontánea. Tal vez fuese en la forma de círculos bíblicos, como sucede hoy en nuestras comunidades. Es muy probable que, de la experiencia de reunirse en casas de familia, poco a poco el espacio quedó estrecho y surgió la necesidad de reservar un lugar mayor y específico para las reuniones de la comunidad, lo que había dado inicio a la sinagoga.


- Sinagoga: la casa de la asamblea del pueblo judío

La palabra sinagoga es de origen griego y significa "asamblea"; en hebreo Beit Knésset (casa de la asamblea). No sabemos cuándo y dónde tuvo inicio la primera sinagoga judía. Algunos estudiosos dicen que fue en el tiempo entre, el Edicto de Ciro (538 a.C.) y la llegada del gobernador Nehemías a Judá (445 a.C.). Lo cierto es que su propagación entre los judíos fue rápida, sobre todo en la diáspora, esto es, en las comunidades judías que estaban esparcidas fuera de su tierra.


En Egipto la sinagoga es conocida ya en el siglo III a.c., lo que lleva a pensar que surgió mucho antes de la destrucción del segundo templo, en el año 70 d. C. Se cree que tanto en Egipto como en Babilonia, en Persia y en otros lugares, ya se desarrollaba en ella el culto religioso, porque el templo quedaba muy distante. Para la mayoría de los judíos de la diáspora era imposible ir a Jerusalén varias veces al año para las celebraciones de las fiestas religiosas. La sinagoga continúa siendo hasta hoy el lugar por excelencia de la reunión de los judíos y mucho contribuye para consolidar sus tradiciones religiosas y culturales. En los grandes centros urbanos es posible encontrar más de una.


- Sinagoga: lugar de la identidad

La sinagoga, en poco tiempo, se convirtió en una institución característica del pueblo judío. Ella servía y sirve aún hoy para diversos servicios: el culto, la oración, el canto, la lectura, el estudio de las escrituras y de otros escritos del judaísmo. Diversas personas son responsables de diferentes funciones dentro de la comunidad sinagogal; como el rabino, el lector de la Torá, el cantor, el organizador de la asamblea y el hasán. El rabino desempeña la función de enseñar y de juzgar casos civiles y de derecho penal; el hasán es un profesional del canto. A falta del rabino y del hasán, cualquier persona puede hoy presidir la oración. En , el judaísmo liberal la mujer puede también ejercer la función de rabina y de hasanit. Junto a la sinagoga hay normalmente otras dependencias que sirven para sesiones culturales, reuniones sociales y de diversión.


En el interior de la sinagoga brilla la luz eterna

El centro de la sinagoga es la Torá, guardada en un "armario sagrado". Es como el Santísimo Sacramento guardado en el sagrario de las iglesias católicas. Sobre el "armario sagrado" se encuentra una lámpara encendida día y noche que se llama "luz eterna". Hay también una mesa de apoyo para la lectura de los textos sagrados y un pequeño palco con un púlpito. En la parte de la asamblea se encuentran las bancas donde normalmente los hombres ocupan un lado y las mujeres el otro, o los hombres la parte de abajo y las mujeres la de arriba. En las sinagogas liberales no existe esa división y las mujeres son contadas para completar el número de diez personas necesarias para abrir una nueva sinagoga; en las sinagogas más conservadoras sólo se cuentan los hombres.


En la sinagoga se desarrollan actividades diarias como la oración y la lectura de textos sagrados, y actividades semanales como el culto que se inicia en la tarde del viernes y termina el sábado. Hay algunas fiestas religiosas anuales solemnes que son las fiestas de peregrinación (Dt 16,16): la Pascua (pessach) que dura una semana; Pentecostés (shavu ot) que dura dos días; y la fiesta de los Tabemáculos o de las Tiendas y Cabañas (suco) que dura ocho días. En el octavo día se celebra el Regocijo de la Torá (simchát Torá); mientras el rabino porta el libro de la Ley jóvenes y viejos danzan a su alrededor (Ne 8;13). Existen otras dos fiestas de cuño más popular: la primera es la fiesta del inicio del año agrícola (Roshhashanáh; Lv 23,23-25) y la segunda es el Día de la Expiación (Yom Kippúr; Est 9,20-32); Finalmente, dos fiestas que son posteriores al exilio (538 a.c.): la fiesta de la Dedicación o de las Luces (Hanukah), en la mitad del mes de agosto, y la fiesta de Purim o fiesta de la suerte, porque el pueblo 'fue salvo a tiempo' del enemigo. Algunas de estas fiestas son celebradas en la sinagoga.