sábado, 23 de mayo de 2009

DE LA FÉ Y DE LA ESPERANZA DEL PUEBLO, NACE LA BIBLIA


Los escritos nacen como luz en medio de la oscuridad en que vive el pueblo. El desánimo y la falta de esperanza rodean sus vidas. Muchos profetas intentan reanimarlo. Leer Isaías 62, 2-4.


ESCRITOS BÍBLICOS DEL PERIODO PERSA: 538-445 a.C.



Levítico 1 – 7; 11 – 16: el deseo de comunión con Dios.

Una parte del libro del Levítico fue escrito en el periodo del exilio, por un grupo de sacerdotes cuyos escritos fueron llamados Tradición Sacerdotal. Este grupo continuó poniendo por escrito tradiciones muy antiguas sobre el ritual de los sacrificios. En la primera fase del post-exilio surgieron los Cap. 1 – 7 y, probablemente los Cap. 11 – 16.


Los Cap. 1 – 7 hablan de diversos tipos de sacrificios que eran practicados desde el inicio de la historia del pueblo. Estos sacrificios se dividen en tres categorías:

1. Los sacrificios de ofrenda: son los holocaustos de animales (Lev. 1), ofrendas de vegetales, productos de la tierra (Lev. 2); que incluye primicias (Lev. 2,12.14; Dt. 26, 1-11).

2. los sacrificios de Comunión, que son también llamados sacrificios de la paz o de la alianza (Lev. 3).

3. los sacrificios de expiación: son los ofrecidos para compensar pecados y reparar faltas (Lev. 4-7).


Los Cap. 11-16 del libro del Levítico son probablemente de este periodo y tratan de las reglas sobre lo puro y lo impuro, que se basaban en principios muy antiguos. Puro es todo aquello que puede acercarse a Dios. Impuro es todo aquello impropio y excluido del culto a Dios. Los animales puros son los que pueden ser ofrecidos a Dios y los impuros le son desagradables. Incluye también el elenco de diversas impurezas que impiden al ser humano entrar en contacto con Dios (Lev. 11 - 15), y finalmente, presenta el gran día de la expiación de los pecados (Lev 16).


Ageo: la lectura mesiánica de la historia.

Ageo dejó escrito el libro que lleva su nombre, y retrató en el la situación de los primeros tiempos del post-exilio y la motivación para que el pueblo retomara la reconstrucción del templo (Ag 1,1-15), que había interrumpido la oposición de los samaritanos (Esd 4,1-5).


Ageo presenció la disputa por el poder después de la muerte de Cambises y los primeros años de inestabilidad política de Darío I, que afectaron a Jerusalén. Ageo intentó interpretar para el pueblo los signos de los tiempos: la pobreza y las malas cosechas son una censura para la pereza espiritual de los repatriados. Da una “sacudida” al pueblo que parece estar durmiendo, solo preocupado de si mismo (Ag 1,9), y no se anima a la reconstrucción de la casa del Señor: solo así las bendiciones se multiplicaran y el pueblo podrá finalmente abrirse a la salvación definitiva.


La inestabilidad de las naciones es ya el preludio del Día del Señor (Ag 2,21-22). La salvación está cerca, pues Ageo ha visto en Zorobabel el portador de las esperanzas mesiánicas. El profeta veía realizarse dos expectativas del pueblo: la recontracción del Templo y el regreso del rey Mesías descendiente de David.


Zacarías 1-8: la nueva comunidad de Israel.

El libro está formado por ocho narraciones de visiones, dos oráculos y algunas predicaciones. Están redactadas en primera persona y describen anticipadamente la restauración definitiva de la comunidad de Israel. Las primeras tres visiones (los jinetes, los cuernos y los herreros, y el medidor) presentan las fases preparatorias de la restauración mesiánica. Las dos visiones centrales (las vestiduras de Josué y el candelabro y los olivos) hablan sobre el gobierno de la nueva comunidad. Las tres últimas visiones (el libro que vuela, la mujer dentro de la medida y los carros) evocan las condiciones de la restauración final. Dos oráculos están a favor del “Germen” mesiánico, Zorobabel, aunque su lugar al lado del sumo sacerdote Josué sea modesto (Za 3,8-10 y 4,6b-10a). El Templo, el sumo sacerdote, el culto y la ley van teniendo las facciones de la religión que llegó hasta Jesús.


Isaías 56-66: Dios es fuente segura de salvación.

Ya tuvimos oportunidad de conocer al Primer Isaías, conformado por los capítulos 1-39; su autor es desconocido y anterior al exilio. Los capítulos 40-55 pertenecen al Segundo Isaías del tiempo del exilio, y los capítulos finales del 56-66 se atribuyen al Tercer Isaías del posexilio, periodo persa.


El Tercer Isaías enfrentó algunos problemas frente a la realidad que encontró en Judá. Quería reconstruir un pueblo unido y santo, y se encontró con una profunda crisis de esperanza, porque el templo apenas tenía la piedra fundamental; los muros estaban destruidos y había conflictos externos con los samaritanos e internos con los habitantes de la tierra. Esta situación generó gran desánimo. Isaías, por un lado, denuncia el pecado como un obstáculo para la llegada de la salvación y, por otro, reafirma la fidelidad de Dios como fuente segura de salvación.


El profeta quiere acabar con los idólatras que buscan apoyo en los falsos dioses y se entregan a prácticas tales como sacrificios humanos, prostitución sagrada, uso de animales impuros para el sacrificio (65,4;66,3,17), necromancia (65,4), veneración de Melek (57,9), de Meni y de Gad, pretendidas divinidades (65,11). Denuncia la impotencia de los falsos dioses, incapaces de salvar, y anuncia el poder del verdadero Dios, el juicio es inevitable.


Ante Dios fiel para amar, poderoso para salvar, infalible para juzgar, todos los hombres están invitados a acogerlo; para aquellos que lo hagan, habrá motivos de alegría, y para quienes se nieguen, habrá desgracia. Para Isaías, acoger a Dios significa acoger al otro como hermano; amar a Dios significa amar al prójimo y viceversa. Moral y religión son inseparables.


Joel: el pueblo nuevo tendrá en Jerusalén un paraíso.

Joel, en hebreo, significa “el Señor es Dios”. Poco conocemos sobre este profeta, apenas que es hijo de Fatuel (Jl 1,1). El libro que lleva su nombre se sitúa normalmente en el post-exilio, y está lleno de rasgos apocalípticos. Es pequeño, tiene solo cuatro capítulos y puede presentarse en dos partes. La primera presenta la invasión destructora de las langostas. Hay diversas interpretaciones de esta calamidad, pero todas afirman que se trata de una señal de Dios que llama al pueblo a una liturgia penitencial. Otros creen que más allá de las langostas, se habla de una sequía prolongada, de la invasión militar y de la manifestación del “Día del Señor”. La situación provocó una liturgia penitencial de lamentación y de súplica (1,2-2,17), a la que el Señor, respondió prometiendo el final de la plaga y un tiempo de abundancia (2,18-27). La segunda parte habla del Día del Señor, cuando Él juzgará a las naciones y con Israel triunfará sobre sus enemigos y su victoria será definitiva (3-4). Hay una unidad en el vocabulario, en el estilo y en la temática. “El Día del Señor” aparece en ambas partes: 1,15; 2,1-2,10-11; 3,3-4; 4,14.


La catástrofe de la plaga de langostas muestra que la calma terminó y todo esta recomenzando, pero esta vez para llevar a la salvación definitiva. Israel será purificado y las naciones juzgadas (2,10-17; 4,1-3). La conversión interior (2,13) obtiene el perdón y permite la efusión del Espíritu. Este hace nacer un pueblo nuevo que vive en Jerusalén (2,27; 4,17), transformada en un paraíso (4,18-21).


Salmos 4;10; 22; 23; 50; 77; 78; 83; 105-107; 126.

Muchos salmos presentan entre si semejanzas de estructura, de situaciones y de temáticas; esto no significa que hayan surgido necesariamente en un determinado contexto, época y circunstancias. Es muy difícil tener certeza, porque reflejan situaciones humanas que se repiten en contextos diferentes, tanto a nivel personal como colectivo. Para facilitar el estudio de los salmos, podemos clasificarlos en tres grandes grupos: salmos de alabanza; salmos de petición de auxilio, de confianza y de acción de gracias; y salmos de instrucción. Los salmos que probablemente surgieron en este periodo pertenecen al segundo y tercer grupo.


Los salmos de petición de auxilio, de confianza y de acción de gracias

Entre los salmos de petición, podemos ubicar los salmos 22, 83 y 126. El salmo 22 es una plegaria individual de lamentación de un inocente perseguido: “perros innumerables me rodean, una banda de malvados me acorrala como para prender mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, se reparten entre si mis vestiduras y se sortean mi tunica” (Sal 22,17). A pesar de todo el dolor y sufrimiento, el salmista termina con la acción de gracias por la liberación alcanzada, porque Dios es fiel a quienes lo temen (vv. 23-27). Es un poema muy cercano al siervo sufriente de Is 52,13-53,12. Considerado un salmo mesiánico, fue aquel que, en su inicio rezo Jesús en la cruz (Mt 27,46).


Los salmos 77, 83 y 126 son oraciones colectivas de petición de auxilio contra los pueblos vecinos, enemigos de Israel, y también muestran la alegría de vuelta del exilio. Este retorno prefiguraba la llegada de la era mesiánica.


Los salmos 4 y 23 son de confianza y de gratitud a Dios, porque solo de El viene la felicidad. El salmo 23 es muy conocido y presenta a Dios como el buen Pastor y anfitrión que ofrece el banquete mesiánico.

Los salmos 10 y 107 son oraciones individuales de acción de gracias por los beneficios recibidos. El fiel subía al Templo acompañado de parientes y amigos para cumplir las promesas. El salmo 107 presenta un himno de acción de gracias por los beneficios de la providencia, inspirado en el Segundo Isaías. El salmo habla del éxodo (vv. 4-9), del socorro divino a los que sufren (vv. 17-22) y a los que viajan por el mar (vv. 23-32).


Salmos de instrucción

Los salmos de instrucción tienen en común la preocupación de enseñar con los hechos de la historia. Traen exhortaciones a manera de los profetas, amonestaciones litúrgicas y reflexiones sapienciales. Los salmos 78,105 y 106 recuerdan largamente la historia sagrada, los patriarcas, la promesa y la Alianza que Dios hizo con los antepasados. Recuerda también el éxodo precedido y acompañado de maravillas, el camino por el desierto, la revelación del Sinaí y la posesión de la tierra como herencia. Los salmistas no solo recuerdan los hechos, sino que revelan sus significados e invitan a traducirlos en actitudes prácticas, como lo enseña el Deuteronomio.

El salmo 50 tiene el estilo de las exhortaciones proféticas. Dios viene para juzgar a Israel y se revela contrario al formulismo de los sacrificios unido al desprecio por los mandamientos.


ESCRITOS EXTRABÍBLICOS


Papiros de Elefantina

Los escritos extrabíblicos mas conocidos de la época son los papiros de elefantina. El más antiguo de la colonia de Elefantina es del 495 a.C.; del año 27 del gobierno de Darío I, y el más reciente es del 1 de octubre del 399 a.C. El contenido de los documentos es muy heterogéneo. La mayoría de ellos es de carácter jurídico privado: contratos matrimoniales, transmisión de propiedades, préstamos y liberación de esclavos. Son documentos muy importantes porque nos revelan un poco la vida de los judíos que vivían allí en esa época.


Los judíos probablemente se instalaron en esta localidad cuando Jerusalén fue invadida por Babilonia, en el año 587 a.C. (Jr 42-45). Muchos huyeron para escapar de represalias, y es muy probable que esta colonia haya sido fundada por los judíos que se refugiaron y, mas tarde, formaron, prioritariamente, una colonia militar de judíos aposentados, que cuidaban las fronteras del sur de Egipto. Mantenían contactos con su tierra de origen, de la cual provenían los dirigentes del culto. Tenían un templo propio, conocido como templo israelita, que fue destruido en el 410 a.C. Por instigación de los sacerdotes de Egipto en complot con el gobernador, aprovechando la ausencia momentánea del sátrapa.


Poco después, el Templo fue reconstruido, con el apoyo del gobernador de Jerusalén y Samaría. En él no había holocaustos, pero si ofrendas de alimento e incienso. Darío II había autorizado, en el 419 a.C; la fiesta de Matzot (es decir, los panes ázimos; cf. Ex 12). No se sabe como terminó la colonia judía en Elefantina: si fue transferida a otro lugar o si no hubo ya más migraciones de judíos. El ultimo documento conocido data del 399 a.C.

sábado, 16 de mayo de 2009

CONFLICTOS Y AVENCES EN LA LUCHA POR LA RECONSTRUCCIÓN.


Por un lado, los textos revelan un cierto entusiasmo en los preparativos para la reconstrucción del templo (Esd 1, 7.11). Por otro lado, el mismo escrito muestra las reticencias por parte del “pueblo de la tierra” (Esd 4, 4). El profeta Ageo constató lo mismo al afirmar: “Este pueblo dice que no ha llegado aún el momento de reconstruir el Templo del Señor” (Ag 1, 2).

Primer periodo persa: 538 – 445 a.C

Para facilitar la comprensión del periodo persa, vamos a subdividirlo en dos partes: la primera corresponde a los planes de reconstrucción de Judea entre el 538 al 445 a.C., con los escritos bíblicos que surgieron en este periodo. Y la segunda, entre el 445 al 333 a.C., cuando Persia perdió ante Grecia la soberanía sobre la región de Judá.


Planes de reconstrucción de Judea

Persia se convirtió en el mayor imperio de Oriente. Estuvo dividido en provincias conocidas como satrapías, gobernadas por sátrapas (Est 8, 9) y por gobernadores. Judá pertenecía la quinta satrapía. Ya no dependía de Babilonia, sino de Persia. El pueblo se vio como una pequeña comunidad étnica perdida en un vasto imperio en medio de muchas razas. Estaba obligado a seguir aceptando a un rey extranjero que le daba normas y leyes y vivía vigilado por un ejército que controlaba el pago de impuestos y tributos. Judá ya no decidía su destino, ni veía posibilidad de independencia política en el futuro próximo.


  1. Sesbasar: jefe de la primera caravana: Ciro dio libertad a los exiliados de volver a sus tierras, pero pocas familias debieron haber regresado bajo el mando de Sesbasar. Este personaje fue el encargado de devolver los utensilios de Templo, además era “príncipe de Judá” y recibió el encargo de reconstruir el Templo de Jerusalén (Esd 5, 13-16).

Sesbasar encontró oposición a los trabajos de reconstrucción del Templo (Esd 5, 17), además de dificultades internas por parte de la población que había vuelto, que estaba más preocupada por construir su casa que por reconstruir el Templo (Ag 1, 2-4). Es muy probable que Sesbasar haya actuado durante poco tiempo y sólo iniciado la obra de reconstrucción, pues quien de hecho adelantó fue Zorobabel.

Ciro murió en el 529 y Cambises, su hijo, lo sucedió en el trono (529 – 522) Este expandió aún más el imperio persa, llegando hasta Egipto. Todo parece indicar que Cambises continúo la política de su padre. A la muerte de éste asumió el poder Darío I (522 – 486 a.C.)

  1. Zorobabel; jefe de la segunda caravana. Zorobabel fue escogido por las autoridades persas para conducir de regreso la segunda caravana de los exiliados hacia el año 520 a.C. Zorobabel es visto por Ageo y Zacarías como el descendiente de David por medio del cual se realizarían las esperanzas mesiánicas (Ag 2, 20-23; Za 6, 9-14). En la caravana de Zorobabel vinieron Josué y sus descendientes (Esd 2, 2.36.40; Ne 7, 7.39.43).


Conflicto entre el líder político y el religioso

Algunos escritos contemporáneos reflejaron una rivalidad creciente entre el representante político Zorobabel y el representante religioso Josué. En Za 3, 1-10, el sacerdote Josué es presentado ante el Señor con trajes sucios, lo que se interpreta como reputación negativa del sacerdocio antes del exilio (Cf. Os 4; Is 28, 7; Jr 8, 8-9). Estos trajes, sin embargo, son sustituidos por otros suntuosos, que representan el sacerdocio del post-exilio constituido dignamente. En la versión de Zacarías, dos olivos están a cada lado del Señor. Uno de ellos representa el poder espiritual ligado a Josué y el otro, el poder temporal ligado a Zorobabel (Za 4). Josué tiene la unción sacerdotal (Lv 4, 3-5.16) y Zorobabel, la unción real (Jr 33, 14-18). Sus poderes están asociados a los tiempos de la salvación y deberían convivir en paz, pero no lo logran (Za 6, 9-13). Todo indica que el poder sacerdotal se impuso al poder real.


De hecho, los textos bíblicos, la hablar de la inauguración del segundo Templo en el 515 a.C., no mencionan la presencia de Zorobabel ni del profeta Ageo, su contemporáneo y colaborador (Esd 6, 15-22). Esto hace pensar que los dos probablemente fueron presos y exiliados. Desaparecieron de historia sin dejar huella y, sin embargo, fueron los mayores colaboradores y motivadores de la reconstrucción del Templo.


Judá en el post-exilio: la tierra de Dios acoge a todos

Diferentes grupos integraban la tierra de Judá en el periodo persa: los que se quedaron en la tierra después de la deportación en el 587; los extranjeros que se dedicaron en Judá durante el exilio; los judíos que volvieron del exilio después del edicto de Ciro; y los judíos que siguieron viviendo en la diáspora, pero mantenían eventuales contactos con su tierra.


La población que permaneció en la tierra después de la deportación de la clase dirigente, culta y rica, en el 587, estaba constituida por los más pobres y, entre ellos, “viñadores y labradores” (2Re 25, 12). No tenían recursos materiales para emprender la reconstrucción de la ciudad ni del Templo. No eran numerosos; entonces necesitaban de un número mayor de personas para dar inicio a las obras de la reconstrucción. Además de las dificultades económicas y de convivencia con los demás grupos, enfrentaron también una crisis de fe. Algunos permanecieron fieles, pero otros desistieron. Estos no lograban entender el celo religioso de aquellos que volvían del exilio.


El segundo grupo, que convivía en la tierra de Judá, estaba formado por pueblos vecinos que había ocupado gradualmente las área abandonadas. Estaban más preocupados por formar patrimonio que por la reconstrucción del Templo, en la ciudad de Jerusalén y en los alrededores (Ab 10 – 14). No tenían la motivación de aquellos que habían sido obligados a dejar su tierra y ahora volvían a ella.


El tercer grupo está formado por los exiliados que volvían a la tierra de Judá. Diversas caravanas integraron este grupo, y conocemos los líderes de dos grupos del primer periodo persa: el grupo de Sesbasar y el grupo de Zorobabel. El primer grupo vio muy pronto sus sueños frustrados. No logró concluir las obras de reconstrucción del Templo. Sólo consiguió la reconstrucción del altar de los holocaustos para reiniciar, aunque fuera de manera precaria, los sacrificios a Dios (Esd 3). La caravana liderada por Zorobabel, a cargo del gobernador de Judá y Josué como “sumo sacerdote”, estaba formada en gran parte por judíos de clase sacerdotal (Esd 2; Ne 7). Estos grupos encontraron dificultades para instalarse en los territorios que habían sido ocupados por los pueblos vecinos. Muchos extranjeros se habían establecido en Judea durante el exilio; otros vinieron para ofrecer su mano de obra (Is 60, 10; 61, 5). Otros acompañaban a los israelitas en su regreso a Sión (Is 60, 9; 66, 20).


Finalmente, está el grupo de los que permanecieron en la diáspora, viviendo fuera de Judá, pero que seguían en contacto con su pueblo y con su tierra de origen. Para éstos, el camino de regreso debía hacerse después (Is 56, 8). Había conseguido, fuera de su tierra, unas buenas condiciones de vida, y el regreso significaba comenzar todo de nuevo. Un buen número no estaba dispuesto a pagar ese precio.


Había entre los distintos grupos una gran diversidad de experiencias, visiones, dificultades y realidades para integrar. No deja de ser al mismo tiempo una riqueza y un desafío que se reflejó también en los escritos de este periodo alrededor de la expresión “pueblo de la tierra”, el cual adquirió un nuevo sentido.


El pueblo de la tierra

La expresión “pueblo de la tierra” fue adquiriendo diferentes significados según la época y los escritos en que apareció. En una concepción genérica, el “pueblo de la tierra” no se refiere a sus jefes sino a toda la población libre que gozaba de plenos derechos civiles y ocupaba un determinado territorio (Gn 23, 7.12-13)


En muchos textos bíblicos, anteriores al exilio, la expresión “pueblo de la tierra” se aplicaba a Judá e Israel, según escritos de la tradición deuteronomista. Señalaba el conjunto de los ciudadanos judíos con plenos derechos. En reino de Judá su significado se fue restringiendo a un grupo privilegiado, los propietarios de la tierra, que ejercían una gran influencia en la política. Estos decidían sobre los destinos del reino para salvar la dinastía davídica, sobre todo en periodos de crisis (2Re 11, 14.18-20; 21, 24; 23, 30; “Cro 23).


Ya en los escritos cronistas, los libros de Esdras y Nehemías del post-exilio, la expresión aparece tan singular – “pueblo de la tierra” o “pueblos de las tierras” – En el primer caso, el “pueblo de la tierra se refiere a los habitantes de Samaría que fueron traídos a esta región después de la caída del Reino del Norte en el 722 (Esd 4, 2-3). Estos se ofrecieron para colaborar en la restauración del Templo de Jerusalén, pero no fueron aceptados por Zorobabel, por Josué ni por las familias de los exiliados. “Entonces la gente del país (el pueblo de la tierra) se puso a desalentar al pueblo de Judá y a intimidarlos para que para que no siguieran construyendo. Sobornaron contra ellos a algunos consejeros para hacer fracasar su proyecto (Esd 4, 4-5).


“Pueblos de las tierras” se refiere a los pueblos que antes de Israel habitaban la tierra de Canaán y seguían conviviendo con él, como los cananeos, hititas, perezitas, jebuseos (cf. Ex 3, 8), y los pueblos vecinos, amonitas, egipcios y amorreos (Esd 9, 1-12). Parece claro que la referencia a los “pueblos de la tierra” o los “pueblos de las tierras” habla de quienes ocuparon las tierras que los deportados dejaron deshabitadas y, a partir de entonces, conquistaron derechos políticos sobre ellas.


Por tanto, no son considerados “pueblos de la tierra” los que se quedaron en la tierra ni los que volvieron del exilio, pero sí la población no judía que se estableció en la tierra durante el exilio. Los textos apuntan a una población extranjera que no fue acogida por la nueva comunidad judía. Esta interpretación prepara a la de la época rabínica en la que el “pueblo de la tierra” representaba a quienes no observaban la ley religiosa. Pero en el libro de Ezequiel y en el Levítico señala la comunidad que estaba en condiciones de celebrar el culto, como fruto de un nuevo asentamiento en territorio palestino (Ez 39, 13; 46, 3.9), y la comunidad judía en su totalidad, como comunidad cultual (Lv 4, 27; 20, 2.4), que poco a poco va organizándose alrededor del Libro.


La organización de la comunidad en torno al Libro

Desde el periodo del exilio, Israel – sin templo, sin culto, sin monarquía y fuera de su tierra – intenta a toda costa salvaguardar su identidad por miedo de algunas prácticas como la circuncisión, el sábado y la observancia de la ley de Moisés. Nehemías y Esdras serán los grandes defensores de la ley. La Torá, poco a poco, se fue volviendo el centro del judaísmo.


Darío I, rey de Persia, en el 518 a.C., ordenó al gobernador de Egipto que constituyera una comisión para recoger las leyes egipcias (decretos, tradiciones religiosas, procedimientos de procesos, etc.) a fin de que sirviera como orientación interna de la satrapía. Se cree que esta medida se extendió a las demás satrapías del imperio, y también a Judá. Esto habría servido de incentivo también a los exiliados para recoger sus escritos sagrados como base de su organización y definir su identidad cultural y religiosa. Coincidencia o no, es muy significativo que la Biblia se haya formado como libro en este periodo. Israel logró recoger y salvar lo que había de más sagrado, y consolidar así las bases para un judaísmo que pudo mantenerse firme ante las amenazas del helenismo.


Los escritos que integraron el libro de la Biblia no sólo eran del reino de Judá y del exilio de Babilonia. Había también escritos del reino de Israel, ya conocidos antes de la ciada de Jerusalén, como el núcleo del Deuteronomio (Dt 12 -26) y los libros de Oseas y Amos. El cisma samaritano que se ratificó en esta época no impidió que los dos grupos – judíos y samaritanos – tuvieran acceso a los mismos escritos.


El cisma samaritano: hermanos que no se reconocen

Los Israelitas del Norte y del Sur alegaban el mismo origen y confesaban la misma fe en Dios, pero los conflictos entre los dos grupos venían de muy lejos. Comenzaron con la división del Reino de Salomón en dos Reinos: el Reino del Norte (Israel) y el Reino del Sur (Judá). Los motivos principales que llevaron a esta división fueron de orden económico, religioso y político (1 Rey 12). Esta división nunca fue aceptada por el Reino de Judá. La lectura que el grupo del Deuteronomista hizo de todo el periodo de la monarquía del Reino del Norte fue muy negativa y tuvo enfoque la infidelidad religiosa. Los del Norte eran considerados infieles al Señor, aunque muchos seguían fieles a Dios y a las prácticas religiosas.


A partir del año 880 a.C., los habitantes del Reino del Norte fueron conocidos como samaritanos, cuando Omrí, compro la colina de Semer y allí construyo la capital, dándole el nombre de Samaría (1Re 16,24). A partir de entonces Samaría se convirtió en capital del Reino del Norte y los habitantes comenzaron a ser identificados como samaritanos. Ya Jerusalén no era la capital: Samaría se había convertido en su rival.


La situación empeoró aún más entre los dos reinos, cuando el Norte fue dominado por Asiria. Era costumbre de los dirigentes de Asiria transferir gran parte de la población del territorio dominado a otras partes del imperio y traer a otros pueblos a las regiones desocupadas, a fin de evitar la formación de posibles grupos rebeldes. Lo mismo sucedió con la población del reino del Norte. Otros pueblos fueron traídos a Samaría y a las demás ciudades (1Re 17,24), y el pueblo que se quedo en Samaría fue esparcido en medio de poblaciones con otras tradiciones religiosas. Esto fue visto con malos ojos por los habitantes del Sur, que consideraron a los Samaritanos como adoradores de otros dioses y ya no de Señor como su único Dios verdadero.


De hecho, con la mezcla de los pueblos se dio también la mezcla de las tradiciones religiosas que cada pueblo traía de sus regiones (2 Re 17,29-34). Había quienes seguían fieles al Señor, pero no eran reconocidos como tales (2 Re 17, 27-28). Tanto así que los samaritanos querían unirse a los exiliados que habían vuelto del exilio para ayudarlos en reconstrucción del Templo, pero no fueron aceptados (Esd 4, 1-5). A partir de entonces, ejercieron una fuerte oposición a la continuación de la obra de la reconstrucción del Templo y de las murallas de la ciudad (Esd 4, 6-23).


Los samaritanos se vieron obligados a afirmar su autonomía religiosa. Construyeron su propio Templo sobre el monte Garizín, en el S. IV a.C., llegando a una ruptura total con los israelitas del Sur. La rivalidad entre los habitantes de Judá y de Samaría aparece en el evangelio de Juan (Jn 4, 9). Aún hoy los samaritanos aceptan sólo los cinco primeros libros de la Biblia, el Pentateuco, como libros inspirados, y estos no sufrieron reformas ni añadiduras por parte de los masoretas.

viernes, 8 de mayo de 2009

LA COMUNIDAD RENACE ALREDEDOR DE LA PALABRA : PERIODO PERSA


INTRODUCCIÓN

Por medio de los cinco temas que se desarrollarán en este capítulo, usted conocerá lo que sucedió en la época en que los persas dominaron a Judá.


El primer tema, “Esperanza y frustración en el camino de la liberación”, debe leerse haciendo un paralelo con la historia actual. Las medidas y los planes de los gobiernos, a nivel político y económico, someten al pueblo a la exigencia de los imperialismos más fuertes y dominadores, y la historia se desenvuelve entre intentos de progreso y frustrantes retrocesos. Pero aun así, los profetas no dejaron de animar y confirmar la fe del pueblo en medio de las luchas y dificultades.


“Conflictos y avances en la lucha por la construcción”, es el segundo tema. Estudia el periodo del regreso de los exiliados y los esfuerzos de sus líderes para reconstruir el Templo y la ciudad de Jerusalén. El regreso de los exiliados fue visto como una por parte de quienes estaban en la tierra, y la mezcla de razas entre la población que se había quedado generó conflictos y mutuo rechazo. Pero nada impidió que la comunidad se reorganizara alrededor del Libro de la Ley y suscribiera sus valores esenciales.


La Biblia nace de la fe y la esperanza del pueblo”, es el tercer tema. Presenta los escritos bíblicos que surgieron en esta época y cómo éstos tratan la relectura de la historia hecha a la luz de la nueva realidad, con la certeza de que lo importante es ser fieles a la alianza con Dios.


El pueblo construyó la ciudad y el Templo, reorganizó la liturgia y los sacrificios y buscó volver a los orígenes étnicos y religiosos que lo caracterizaron desde el comienzo de su conformación. Todo esto se narra en el cuarto tema: “La reconstrucción de la comunidad judía”.


El quinto tema, “La palabra de Dios es para todos”, presenta los libros bíblicos que fueron escritos en este periodo. Estos describen el cuestionamiento y la resistencia que se generó contra la excesiva exigencia de no aceptar extranjeros en medio del pueblo y la opresión de este por parte del Templo. Estos libros abren el mensaje bíblico a todos los pueblos y retratan la nueva compresión, más amplia y universal, que los sabios de la Biblia pasan a tener de Dios y de su proyecto.


Este capítulo refleja la experiencia del pueblo: Dios conduce la historia adonde Él quiere, respetando los procesos humanos y teniendo paciencia con los límites y retrocesos del pueblo durante el camino.


  1. ESPERANZAS Y FRUSTRACIONES EN EL CAMINO DE LA LIBERACIÓN.


Nehemías, de familia judía, servía en la corte del rey de Susa, cuando supo, por medio de los judíos liberados que habían sobrevivido al cautiverio, que los habitantes de Jerusalén vivían “en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén estaba llena de brechas, y sus puertas habían sido incendiadas” (Ne 1, 3). Inconforme con esta situación, pidió ayuda al rey y socorrió a su pueblo, como veremos más adelante.


Retomando el camino

Después que el rey de Babilonia, Nabucodonosor fue a Jerusalén y destruyó los muros y las fortalezas, arraso el Templo y deportó a Babilonia la población más culta y rica, la situación de los que permanecieron en Judá y de los que partieron para el exilio era desoladora y triste. Sin embargo, aunque ellos se sentían abandonados, Dios no los había olvidado. Así, suscitó tanto en Judá como en Babilonia profetas que consolaron y alimentaron la esperanza de días mejores y de un nuevo éxodo de regreso a la tierra. Jeremías y Abdías estuvieron junto a su pueblo en Judá. Ezequiel y el Segundo Isaías, junto a los exiliados. Ellos reavivan en el pueblo el recuerdo de la acción de Dios en su historia. Por mucho que fuera la infidelidad, Dios seguía fiel en medio de ellos.


Babilonia, al dominar a Judá, no hizo nada para reconstruir los muros de Jerusalén, sus fortalezas y su Templo. Peor aún, seguía exigiendo el pago de los impuestos. Pero, como todos los imperios, también éste le llegaría su final. Y no demoró en suceder: su ruina comenzó internamente.


Nabonid, soberano de Babilonia, se opuso al poder de los sacerdotes de Marduk al restablecer las antiguas formas religiosas de la divinidad Sin (la luna) y favoreció su culto y la restauración de los santuarios a ella dedicados. Estaba mucho más preocupado de su devoción personal que de las cuestiones del Estado. Con esto, se ganó la enemistad de los adeptos del dios Marduk, la divinidad nacional.


Ante las amenazas de Ciro, rey de Persia, Nabonid trasladó la capital a Teima, en los confines de Arabia, y dejó la administración de Babilonia a su hijo. Poco a poco, Ciro fue conquistando los imperios de los Medos, parte de Asia Menor, las planicies de Babilonia, de Siria, de Israel y de Egipto. Llegó a formar el mayor imperio de Oriente.


Ciro dio confianza a los pueblos que fue conquistando con su respeto a la cultura y a las tradiciones religiosas. Los sacerdotes de Marduk, principal divinidad de Babilonia, y el Segundo Isaías veían con buenos ojos al señor del nuevo imperio, como lo demuestra los documentos de la época.


Escritos extrabíblicos

Hay varios textos extrabíblicos que registraron la buena acogida al rey Ciro de Persia, entre ellos tenemos:


- La Crónica babilónica o Crónica de Nabonid: trae un poema difamatorio contra Nabonid, rey de Babilonia, que debilitó el poder de los sacerdotes y del culto a Marduk, principal divinidad de la región. Se muy probable que sus autores sean los mismo sacerdotes. El texto revela la total acogida al nuevo señor no solo por padre de Babilonia, sino de todo el Cercano y Medio Oriente. Ciro recibe aprobación por la rectitud y justicia en el gobierno de los pueblos dominados. Por eso, goza de veneración de las gentes y de la protección de Merduk.


- Cilindro de Ciro: Ciro, rey de Persia, emitió un decreto que está registrado en los libros de Esdras y 2 de Crónicas y ha sido confirmado por la arqueología. El documento encontrado trae las palabras de Ciro en primera persona, decretando la reconstrucción de muchos santuarios al norte de Mesopotamia y de Babilonia. Ciro mandó devolver los objetos sagrados que fueron robados por Nabucodonosor del Templo de Jerusalén y dio la libertad a los exiliados para que regresaran a su tierra. El segundo Isaías, Jeremías, Esdras y 2 de Crónicas hacen referencia a Ciro y a su decreto.



Escritos bíblicos

El Segundo Isaías: el Señor conduce la historia hacia la liberación. El segundo Isaías (40 – 55) anima a los israelitas exiliados que veía su liberación en la posible caída de Babilonia. El profeta alimenta la esperanza afirmando que el Señor estaba detrás de las victorias de Ciro, llamándole “pastor”, “ungido” del Señor y su “mesías” (Is 45, 1; 44, 28 y 45, 4-5).


Jeremías: la presencia constante de Dios. Jeremías presenta una reflexión humana, llena de realismo. Si por un lado critica todo el imperialismo político sobre el pueblo dominado, por otro presenta a Dios muy cerca del pueblo, para salvarlo, sobre todo en los momentos críticos de su historia, aun cuando los babilonios se rehúsan a dejarlos ir (Jr 50, 33-34).


Esdras: la esperanza del regreso a la tierra. Esdras presenta a Ciro como “el enviado del Dios” (Esd 1, 1-4). Presenta dos decretos de Ciro, en el primero se ordena la reconstrucción del Templo de Jerusalén y concede la libertad a los exiliados, en el segundo también se habla de la reconstrucción y se pide que sean devueltos los utensilios robados por el rey de Babilonia (Esd 6, 2-5).


2 Crónicas: Dios está con ustedes. Presenta a Ciro como aquel a quien Dios le ha encomendado una tarea: construir un templo en Jerusalén de Judá y el de devolver a los exiliados a su patria (2Cr 36, 22-23).


Política de los reyes de Persia

Este pueblo no hizo deportaciones a tierras distantes, sino que adoptó una política de respeto. Suscitaron la colaboración espontánea de los gobernantes locales en vez de imponer por la fuerza su soberanía, no impusieron su lengua. En el imperio persa los escritos oficiales aparecían en tres lenguas: persa, elamita y babilonio.


El gobierno persa se mostró mucho más liberal con los pueblos dominados también en las cuestiones religiosas. No interferían en las prácticas religiosas ni en el culto, al contrario, mandó devolver las imágenes y objetos sagrados a los templos que habían sido saqueados, sobre todo bajo la dominación de los babilonio; favoreció la reconstrucción de los templos de los pueblos dominados que habían resultado dignificados y dio libertad a los exiliados para volver a sus tierras, pero muchos no quisieron volver. Otros volvieron, porque pudo más el amor a su tierra, el apego a las tradiciones y el deseo de reconstruir el Templo. Nacieron entonces los proyectos de reconstrucción.


Los proyectos de reconstrucción

Es tan antigua como actual la preocupación por la reconstrucción de un país por medio de proyectos y planes económicos, como si este cambio dependiera de una fórmula mágica, sin exigir cambios de hábitos y de mentalidad, comenzando por los estratos más altos. Esta fue la experiencia que vivió Judá, con diversos proyectos de reconstrucción de la ciudad, de los muros, del Templo de Jerusalén y de la comunidad judía. Una experiencia similar viven hoy nuestros países con los intentos de controlar la inflación y cumplir con los compromisos asumidos con las demás naciones.


Para continuar la reflexión

- Leer 2 Cro 36, 22-23

- ¿Cuál es el gran imperio que está detrás de nuestros planes económicos?

- ¿Han traído estos planes algo bueno para nuestros pueblos? ¿En qué los ha perjudicado?

- ¿De qué manera las dificultades económicas influyen en la vida de nuestras comunidades?

- ¿Qué hacemos para mantener viva nuestra fe?

viernes, 1 de mayo de 2009

DIOS HARÁ DE LAS RUINAS UN JARDIN: ESCRITOS DEL EXILIO EN BABILONIA


Durante el exilio en Babilonia surgieron importantes escritos como el de Ezequiel, el Segundo Isaías, partes del Levítico y de los Salmos. Ellos infundieron la esperanza del retorno, de un nuevo éxodo en el que Dios mismo iba a reunir a su pueblo como el pastor reúne a su rebaño (Is 40,10-11).


Tradición Sacerdotal: los sacerdotes animan a la comunidad que sufre

En el exilio de Babilonia los sacerdotes y teólogos, formados en Jerusalén, interpretaron a su modo las antiguas tradiciones patriarcales con la intención de infundir fe en los exiliados sometidos por la apatía y la dispersión. Las promesas de una numerosa descendencia y de posesión de la tierra se realizarían porque la Palabra de Dios es infalible.


En el contexto del exilio nació la Tradición Sacerdotal, la más reciente de los cuatro documentos que formaron el Pentateuco: las Tradiciones Yavista (por ejemplo, Gn 2,4b. 25), Elohista (por ejemplo, Gn 20,1-17) y Deuteronomista (Dt, Jos, Jc, 1 y 2 S Y 1 Y 2 R), seguidas por la Sacerdotal. Normalmente ésta es indicada por la abreviatura P (Priester = "sacerdote" en la lengua alemana). Un grupo de sacerdotes trabajó en esta tradición, cuyo interés se dirigió de modo especial hacia los textos legislativos que constituyen gran parte del libro del Levítico. Tuvo también interés por las genealogías que aparecen principalmente en Gn 1-11 y por los textos narrativos esparcidos en los libros de Génesis, Éxodo, Números y en algunos versículos del Deuteronomio y Josué.


La Tradición Sacerdotal tiene algunas características que la distinguen de las demás. El estilo es seco, el vocabulario es técnico, priman las cronologías, cifras, elencos, listas y genealogías no sólo del género humano, sino también del cielo y de la tierra (Gn 2,4). La obra tiene su origen en el exilio en Babilonia, cuando ya no existían las instituciones que hasta entonces fueron centrales, como el Templo, el sacerdocio, el culto, la tierra, el rey. No existía nada de esto. Los judíos estaban lejos de su tierra y buscaban en el pasado referencias para alimentar su propia fe. Los sacerdotes aparecen como animadores de la comunidad que incentivaban algunas prácticas como la circuncisión y el sábado, para indicar la pertenencia al pueblo de Israel, el pueblo escogido por Dios.


La reflexión del grupo sacerdotal quería ayudar a la comunidad desanimada e infeliz a entender los designios de Dios. Y procuró mostrar que la situación en la cual gran parte del pueblo se encontraba no contradecía las promesas divinas. También los patriarcas habían experimentado la migración (Gn 23; 33,18-20) y, aún así, la tierra había sido concedida a sus descendientes. El grupo sacerdotal tenía la preocupación de mostrar que Dios fue fiel a las alianzas que hizo con su pueblo en el pasado, desde Noé, Abrahán, Moisés... y continuará siendo fiel (Ex 19,3-8).


Levítico (8 -10; 17-26): la invitación a la santidad

El libro del Levítico en gran parte fue escrito en el período del exilio en Babilonia. Los capítulos que fueron redactados en ese período comprenden la parte que corresponde a la investidura de los sacerdotes (Lv 8-10), describen los pormenores de las ceremonias de investidura sacerdotal de Aarón y de sus hijos. Estos tres capítulos, en su origen, tal vez estuvieron a continuación del capítulo 29 del Éxodo, pues detallan las referencias sobre las prescripciones de la purificación, de la investidura y de la unción de los sacerdotes. Éstos aparecen como mediadores entre Dios y el pueblo; de ahí la exigencia de santidad, porque Dios es santo.


La función de intermediación entre Dios y el pueblo debía ser ejercida en la santidad de vida, por eso, el grupo sacerdotal que desempeñaba esa función estableció sus leyes de santidad (Lv 17-26), Todo indica que las leyes estaban inspiradas en la experiencia sacerdotal del Templo de Jerusalén, ya al final del período de la monarquía. Hay muchas semejanzas con algunos textos de Ezequiel, sacerdote, que presenta la santidad como atributo esencial del Dios de Israel. La idea primera es la de separación, de inaccesibilidad, de una trascendencia que inspira temor religioso (Ex 33,20).


El grupo sacerdotal tenía conciencia de la enorme distancia que hay entre la santidad de Dios y la indignidad humana. Creía que el ser humano no podía ver a Dios y continuar vivo (Ex 19,21), sino apenas oído (Ex 20,19). Como ejemplos tenemos a Elías (1 R 19,13) y Moisés (Ex 3,6) que cubren el rostro ante la revelación del Señor. En otros textos, el hecho de haber visto a Dios y no haber muerto llevó a las personas que pasaron por esa experiencia a una profunda gratitud (Dt 5,24-27) por la gracia recibida (Ex 24,9-11), en particular Moisés, que hablaba con Él cara a cara, como si lo hiciese con otro hombre (Ex 33,11).


La santidad se comunica a lo que se aproxima a Dios o le es consagrado, como los lugares (Ex 19,12), los tiempos (Ex 16,23; Lv 23,4), el arca (2S 6,7), los objetos (Ex 30,29; Nm 18,9), en particular las personas (Ex 19,6) y, especialmente, los sacerdotes (Lv 21,6). Éstos se relacionaban con Dios por medio del culto, por eso, observaban las leyes de santidad que, a su vez, estaban relacionadas con las leyes de pureza ritual. Los sacerdotes debían buscar todo lo que facilitase la comunión con Dios y evitar todo lo que, física o moralmente, colocase obstáculos a esa comunión vital. Por eso, no podían consumir sangre, porque era considerada la sede de la vida dada por Dios. Debían rechazar cualquier relación sexual anormal, aceptar a Dios como uno, respetar al ser humano como creatura de Dios, garantizar la dignidad del sacerdocio y de los sacrificios, celebrar fielmente las fiestas, los años santos y otras leyes menores.


Ezequiel: la certeza de que Dios es fuerte

Ezequiel en hebreo significa "Dios es fuerte". Poca cosa sabemos sobre su vida: era sacerdote, hijo de Buzi (Ez 1,3), casado y amaba a su esposa (Ez 24,16). Como Ezequiel recibió su misión profética en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar, hacia el año 593 a.C. (Ez 1,3), no se sabe a ciencia cierta si fue deportado a Babilonia en 597 a.C. con el primer grupo o en 587 a.C. Se sabe que estuvo en la ciudad de Tel Aviv (Ez 3,15) y que era propietario de una casa donde los ancianos de Judá se reunían (Ez 3,23-24; 8,1; 14,1; 20,1).


Las opiniones sobre la personalidad de Ezequiel son muy divergentes por causa de sus visiones, acciones simbólicas y gestos. Unos lo consideran con una personalidad enfermiza, otros un esquizofrénico, otros incluso lo defienden porque consideran que no fue entendido en su lenguaje y expresión simbólica y se ignoran los retoques posteriores hechos en la obra, como por ejemplo Ez 4,4-8. El profeta, como muchos otros, recibe visiones y realiza acciones simbólicas: bate palmas, danza, se acuesta y queda inmóvil en la plaza pública y pierde la voz con la muerte de su esposa (Ez 6,11; 4,4; 24,17-19).


En cuanto al lugar de su misión profética, las opiniones también divergen. Para muchos estudiosos Ezequiel nació en Jerusalén, fue deportado en 597 a.c., a Babilonia en donde, recibió la misión profética (Ez 1,3). Para otros, actuó como profeta en Jerusalén (Ez 2,1-3,9), después fue deportado y recibió nueva misión profética entre los exiliados (Ez 1,3). Es difícil llegar a datos más precisos, porque las fuentes son los propios escritos bíblicos. El libro de Ezequiel presenta la vocación del profeta (Ez 1,1-3,21), los oráculos contra Judá y Jerusalén (Ez 3,22-24,27), los oráculos contra las naciones (Ez 25,32), la restauración del pueblo aniquilado (Ez 33-39) y, en los últimos capítulos, la reconquista de la tierra y un plano de reconstrucción del Templo (Ez 40-48). Aparentemente es simple y lógica la presentación de la obra en esa estructura. Pero estudiándola más a fondo, es posible percibir que algunos oráculos no encajan bien en su contexto: Ez 3,2,2-27; 4,4-8; 24,15-27 Y 33,21-22. Muchos atribuyen ese trabajo a sus discípulos.


Ezequiel retoma cuestiones importantes de la historia de Israel como la de la tierra (Ez 47,13-48,35), del Templo en Sión (Ez 40-47,12), del Nueva Éxodo (37,1-27), de la Nueva Alianza (Ez 36,28) y del Nuevo David justo y dedicado al pueblo, sobre todo a los pobres (Ez 34), y otras que vamos a estudiar más adelante.


Segundo Isaías (40 -55): un camino florido en el desierto

El Segundo Isaías ejerció su misión profética entre los exiliados de Babilonia. Es un profeta anónimo del final del exilio. Muchos creen que él habría sido un orador oficial del culto, tal vez jefe de sinagoga durante las asambleas religiosas de los exiliados o incluso un cantor y heraldo en las celebraciones litúrgicas.


Comenzó a escribir entre los años 550 y 539 a.C., con la decadencia de Babilonia y la ascensión de Persia. Estos hechos favorecieron el optimismo del autor, que llega a llamar al rey Ciro "pastor" (ls 44,28) y "ungido del Señor" (Is 45,1-8), títulos que estaban reservados a los reyes de Israel. El título dado a los escritos del Segundo Isaías es "Libro de la Consolación de Israel", inspirado en el primer versículo del capítulo 40: "Consuelen, consuelen a mi pueblo", que es también el tema central de toda la obra. En esto contrasta con el Primer Isaías (1-39), lleno de oráculos amenazadores.


Es el primer profeta que habla de la salvación universal de todos los pueblos y no sólo del pueblo de Israel, en la primera parte de la obra, (ls 40,12-48,22), y de la reunión de todos los pueblos en Sión, en la segunda parte de la obra (49,1-54,17). Inicia con un prólogo (Is 40, 1-11) Y finaliza con el epílogo (ls 55,1-13).


El Nuevo Éxodo es uno de los temas centrales del Segundo Isaías. Él se realizará con la liberación traída por un rey pagano, Ciro Será nuevo: no una repetición del primer éxodo; sino su superación. Será triunfal, sin prisa como el primero, y no será guiado por un hombre, sino por Dios, que vencerá las dificultades como venció al Dragón en la creación. Será una "vía gloriosa" que atravesará el desierto de Babilonia y llegará a la tierra de Israel. A lo largo de ese trayecto florecerán las plantas de toda clase, brotarán las fuentes y nada se marchitará.


Nueva será también la restauración de Sión, que será salva primero y se tomará heraldo entre las naciones (ls 51,3-7). La Nueva Sión no será otra Ninive ni Babilonia, sino que en ella serán estables la justicia y el derecho. Israel será el misionero de esa justicia (Is,12,6-7) y deberá llevar la salvación a todos los pueblos (Is 42, 10ss), haciéndolos conocer al único Dios (Is 43,11). El resto de Israel es el "siervo del Señor" (Is 44,1), raza santa de Jacob (Is 44,3), el pueblo del Señor (ls 49,13), que tiene la ley en el corazón (Is 51,7) y que espera en el Señor (Is 40,31). Por esto, las naciones correrán detrás del siervo para conocer al Señor (Is 55,5; 45;14) y harán procesiones para subir a Sión (ls, 49,22-23; 52,1-2); por medio de Israel llegará la salvación (ls 42,10-13) y se someterán al Señor (ls 55,1-5).


El Segundo Isaías trae los cuatro cantos del siervo sufriente, que retratan la experiencia del pueblo de Israel. En ellos, la comunidad cristiana hace la relectura de la experiencia de Jesús, el nuevo siervo sufriente, y de todo aquel que se pone en su seguimiento.


Salmos 42, 43, 69, 70, 137: la nostalgia de Dios se vuelve oración

Los salmos eran la oración del pueblo, tanto de los que quedaron en la tierra de Judá como de los que fueron deportados. Estos salmos parecen retratar la experiencia del pueblo que fue al exilio. Los salmos 42 y 43 muestran la nostalgia del fiel "que vive exiliado lejos del Señor", lejos del santuario donde Dios mora y lejos de las fiestas que reúnen a su pueblo. Los salmos 42, 43, 69 y 70 son de oración individual. El fiel invoca el nombre del Señor, expone su situación, suplica y espera, confiando en ser atendido. El salmo 69 reúne dos lamentaciones, cada una formada por una queja y una petición. La primera (vv. 2-7 y 14-16) habla del tema del agua infernal y de los enemigos. La segunda (vv. 8-13 y 17-30) habla del grito de angustia del fiel víctima del propio celo. El salmo termina con un himno de carácter nacionalista (vv. 31-37). El salmo 70 igualmente lanza un grito de angustia porque el fiel se siente "pobre e indigente": "¡Oh Dios, date prisa, tú eres mi socorro y mi liberación, Señor, no tardes" (70,6).


El salmo 137 evoca la caída de Jerusalén en 587 a.C. y el exilio en Babilonia. Recuerda en el dolor los hechos vividos cuando los caldeos abrieron la brecha en los muros de Jerusalén, la invasión de los edomitas y la acción arrasadora de Babilonia. Al mismo tiempo que recuerda con nostalgia a Sión, desea venganza de los enemigos.


Conclusión

El exilio marcó profundamente al pueblo de Israel, aunque su duración fue relativamente corta: de 587 a 538 a.e. Israel no conocerá más la independencia. El reino del Norte ya había desaparecido en 722 a.C. con la destrucción de la capital, Samaria. y la mayor parte de la población se dispersó entre otros pueblos dominados por Asiria. El reino del Sur también terminó trágicamente en 587 a.C. con la destrucción de la capital, Jerusalén, y la deportación de parte de la población de Babilonia.


Tanto los que permanecieron en Judá como los que partieron para el exilio llevaron la imagen de una ciudad destruida y de las instituciones deshechas: el Templo, el culto, la monarquía, la clase sacerdotal. Unos y otros de forma diversa, vivieron la experiencia del dolor, de la nostalgia, de la indignación, y la conciencia de culpa por la catástrofe que se abatió sobre el reino de Judá.


Los escritos que surgieron en Judá en el período del exilio revelan la intensidad del sufrimiento y de la desolación que el pueblo vivió. Son los libros de Lamentaciones, Jeremías y Abdías. Los exiliados en Babilonia igualmente recordaron en el dolor lo que vivieron: "A la orilla de los canales de Babilonia nos sentamos y lloramos con nostalgia de Sión; en los sauces que allí había colgamos nuestras arpas. Allá, los que nos exiliaron pedían canciones, nuestros raptores querían alegría: ' Canten para nosotros una canción de Sión!' ¿Cómo cantar una canción al Señor en tierra extranjera?" (Sal 137,3¬4).


La experiencia fue vivida por los que quedaron y por los que salieron como prueba, castigo y reconocimiento de la propia infidelidad a la alianza con Dios. Poco a poco fueron retomando la confianza en Dios que puede salvar a su pueblo y los conducirá en el Nuevo Éxodo de vuelta a Sión, conforme afirma, el Segundo Isaías. Dios nuevamente devolverá la tierra al pueblo como la dio en el pasado (Ez 48).


De hecho, en el Segundo Isaías ya se entrevé la liberación del pueblo que vendrá por medio de Ciro, rey de Persia. Él será el nuevo dominador no sólo de Judá e Israel, sino de todo el Oriente. ¿Ciro será de hecho el "ungido' el salvador del pueblo de Judá y de los exiliados? Es lo que veremos en el próximo estudio.