viernes, 5 de septiembre de 2008

EL PUEBLO DE LA BIBLIA NARRA SUS ORIGENES

Los cuatro temas que vamos a desarrollar en esta unidad, le ayudarán a usted a descubrir cómo el pueblo de la Biblia se formó, entre las luchas y las conquistas de aquellos que formaban parte de los grupos iniciales.

EL NOMBRE DEL PUEBLO RETRATA SU HISTORIA

En este primer tema se hace un paralelismo entre la formación del pueblo colombiano y la formación del pueblo de Israel. Aunque exista una gran distancia en el tiempo y en el espacio, una historia ayuda a conocer y entender la otra.

Israel y Colombia revelan en sus nombres la grandeza y la fuerza del pueblo que forma sus orígenes. Tienen historias marcadas por la lucha de una vida digna y justa.

El pueblo de la Biblia, en el transcurso de la historia, recibió diferentes nombres: hebreo, israelita (Israel), judío y otros. El nombre que más aparece en la Biblia es “Israel” o “hijos de Israel” (Gn 35, 10; 32, 28-29; 46, 5); surgió con la formación del pueblo. Este nombre se compone de dos palabras de la lengua hebraica: sará, que significa “luchar”, y el, “dios” o “divinidad”. En Gn 32, 28-29 y 35, 10 leemos que Dios cambió el nombre de Jacob por el de Israel. Al traducir literalmente la palabra “Israel”, tenemos “Dios luchará” o “que Dios se muestre fuerte”, visto que Jacob, según Gn 32, 25-30, había luchado vivamente con Dios y la había vencido, conquistando su bendición. El nuevo nombre dado a Jacob caracterizaría no sólo la vida de él en la lucha por conquistar la bendición, sino también la lucha de todos sus descendientes, o israelitas, por la bendición de la tierra, la descendencia y de un gran nombre (Gn 28, 13-17).

Cada pueblo trae en el nombre un poco de su historia. Así el nombre dado a Colombia. Nos calificó como pueblo colombiano. El nombre “Colombia” fue…

Israel y Colombia constituyeron dos pueblos formados en épocas distintas, ambos con grandes diferencias geográficas y culturales y, al mismo tiempo, con algunas semejanzas. El pueblo de Israel, a partir de las migraciones semitas amorritas hacia Canaán hasta el reinado davídico, demoró cerca de 800 anos para construirse como nación, con su territorio, sus jefes, su organización y sus tradiciones familiares, sociales y religiosas consolidadas.

El pueblo colombiano, con su mezcla de razas (indios, blancos y negros) presentan ya otro tipo de formación: después de muchos años de presencia indígena en nuestro territorio, y después de más de 500 años de la llegada de los españoles, y finalmente después de la independencia, Colombia se ha consolidado como nación.

La historia de dos pueblos – israelitas y colombianos – como la de todos los demás, es de mucha lucha, sufrimiento, conquistas y, a veces, de mucha sangre. Son historias del pueblo de Dios, de ayer y de hoy. Nuestra historia y la del pueblo de Israel, al igual que la de todos los pueblos, son historias sagradas. Todos construyeron su historia en busca de libertad, autonomía y mejores condiciones de vida. Su hubo sufrimiento para quien inició la historia, es igualmente difícil para quien va a reconstruirla.

La historia de Colombia ayuda a comprender la historia del pueblo de la Biblia: en la reconstrucción de la historia de un pueblo surgen muchas dificultades, que no siempre son resueltas. Los motivos son numerosos: la distancia en el tiempo, la lengua, los recursos materiales, las fuentes, etc.

Mucho antes de que los españoles pisaran suelo colombiano (1492 d.C.) aquí ya vivían los indios. Ellos no escribieron su historia en papel, pero dejaron pinturas en las cavernas, objetos de arte, utensilio domésticos y rituales, etc. Ellos también contaban para sus hijos la historia de su pueblo.

La historia del pueblo de la Biblia comenzó hace 3.500 años. Muy pocas personas sabían leer y escribir en aquella época. El material usado para escribir era muy raro. Hoy la mayoría de las personas saben leer y escribir y tiene fácil acceso a papel, lápiz, lapicero, máquina de escribir y computadora. En aquel tiempo no era así. El papiro y, más tarde, el pergamino, era usado tan sólo una élite. La lengua hebrea no estaba aún formada. Se formando poco a poco. ¿Cómo conocer entonces la historia del pueblo de la Biblia si fue vivida hace tanto tiempo, con innumerables dificultades y poco material documentado? Alguien podría preguntar: los propios Abraham, Isaac y Jacob, ¿existieron? ¿Cómo tener la certeza de eso? Estos patriarcas son aceptados y venerados por judíos, cristianos y musulmanes. Ellos están en el origen de la fe histórica del pueblo de Israel. Lo que sabemos respecto de ellos sólo nos vino por medio de la Biblia. No tenemos otros documentos de la época que podamos confrontar con la Biblia. Es una historia compleja.

Recordar nuestras raíces históricas puede ayudarnos a comprender mejor la historia del pueblo de Israel, teniendo presente que la historia del pueblo colombiano no es muy diferente de la de otros pueblos latinoamericanos y del caribe. Para ello te invitamos a responder las siguientes preguntas.

¿Quiénes fueron los primeros que llegaron a Latinoamérica? ¿Qué encontraron? ¿Cuál era su principal interés? ¿Quiénes fueron los primeros hijos de la tierra? ¿Qué grupos humanos forman el pueblo colombiano?

Indios, blancos, negros y esclavos, de orígenes, etnias, tradiciones culturales y religiosas diferentes, construyeron el pueblo colombiano. Son riquezas que se sumaron y hoy continúan sumándose a otros pueblos sobre el mismo suelo. Otros europeos (alemanes, italianos, polacos…) y también asiáticos (japoneses, chinos, coreanos…) vinieros a enriquecer la cultura y la raza colombiana. Hay mucho en común con la historia del pueblo de Israel. Los indios y los negros integrantes del pueblo colombiano marginados y esclavizados como los grupos que formaron el pueblo de la Biblia. También ellos vivían la misma condición social de exclusión. Intereses comunes hicieron que se uniera en la misma lucha.

La preocupación por los orígenes: el pueblo de la Biblia no tenía, para registrar su historia, los medios que hoy nosotros tenemos. No tenía papel, ni lápiz, ni pluma, ni mucho menos grabadora, máquina fotográfica, filmadora e Internet. Las personas tenían mucha memoria, y gustaba de contar historias. Al inicio, la manera como ellos contaban sus historias era por medio de cuentos o narraciones que pasaban de padres a hijos, de generación en generación. Cuando apareció la escritura del hebreo y el aramaico, esas narraciones fueron siendo registradas poco a poco, hasta formar la Biblia que hoy conocemos.

¿Cuándo habría sido que el pueblo de la Biblia comenzó a preguntarse: ¿Quiénes son nuestros antepasados? ¿Cuál es nuestro origen? ¿De qué pueblo nacimos? Estas preguntas no surgieron desde un comienzo, sino mucho más tarde. Surgieron sobre todo cuando el pueblo no tenía ya reyes ni templo, y gran parte de él estaba fuera de su tierra. Vivian como exiliados en Babilonia. Esto sucedió hace más de 2.500 años. En aquel tiempo un grupo de estudiosos, sacerdotes la mayoría de ellos, tuvo la preocupación de escribir y explicar los orígenes de su pueblo.

Una mirada hacia atrás: todo pueblo tiene su historia, por más difícil que sea reconstruirla. Muchos autores de la Biblia, en épocas diferentes, intentaron reconstruir la historia del pueblo de Israel y dar una respuesta a las preguntas sobre sus orígenes. El grupo de los sacerdotes, en el exilio de Babilonia, trató responder a esas preguntas en la forma de una historia familiar, por medio de listas de genealogías, que se encuentran en el libro del Génesis. Ellos atribuían el origen de la humanidad a partir de una única pareja (Gn 1, 1-2, 4 a), común a todos los clanes, tribus y pueblos, después del diluvio.

Según el grupo sacerdotal, toda la humanidad, las aves, los animales domésticos y todos los que pululaban sobre la tierra (Gn 7, 21) habría muerto en el diluvio, excepto Noé, sus tres hijos – Sem, Cam y Jafet – sus nueras, y los animales que entraron en el arca (Gn 9, 1; 10, 1-32). Fue como si, en ellos, Dios hubiera renovado su acto creador. Noé y sus hijos dieron origen a la nueva humanidad que pobló la tierra (Gn 9,1). Leyendo con mayor atención los textos, percibimos que los descendientes de Jefet (Gn 10, 2-5) llevan el nombre de los pueblos que habitaban parte del Asia Menor y las islas de Mediterráneo. Los descendientes de Cam (Gn 10, 6-20) ocupaban los países del sur: Egipto, Etiopía, Arabia y Canaán. Los descendientes de Sem fueron los elamitas, los asirios y los arameos, que ocupaban la mayor parte de Asia (Gn 10, 22-31). Concluimos entonces que esa no es la historia de una familia, en la que se sucedieron generaciones, sino más bien la historia de una agrupación de pueblos con orígenes diferentes.

Según la genealogía del Génesis, los israelitas son descendientes de Sem (Gn 11, 10-32). Abraham forma parte de esa descendencia y es considerado el padre o patriarca del pueblo de la Biblia. A partir de él, con él y por medio de su descendencia, se originó la diversidad de los pueblos cuyos nombres eran atribuidos a sus descendientes. Por ejemplo, uno de los hijos que Abraham tuvo con Queturá se llamó Madián (Gn 25, 1-2), que dio al parecer origen a los madianitas, nombre de una población que vivía cerca del golfo de Ácaba, conocida como Madián. Y así los demás hijos y descendientes dieron origen a otros pueblos de la región. Cuando la lista de los pueblos se tornaba compleja y demasiado larga, el autor bíblico atribuía al mismo patriarca o a miembros de sus familias diversas mujeres, cuyos hijos dieron origen a esos pueblos (Gn 22, 20-24; 25, 1-4) ¿Cuál era la preocupación que estaba en el origen de estas narraciones? El autor bíblico, al atribuir nombres de los pueblos a la descendencia de Abraham, quiso, a partir de un tronco común, afirmar la unidad de esos diversos pueblos dispersos. Quiso incluso garantizar, en esa unidad, la primacía de los israelitas, como pueblo elegido por Dios. De Sem, hijo de Noé, tuvieron origen Abraham, Isaac, Jacob (Israel) y todos sus descendientes que dieron origen al pueblo hebreo, israelita o judío: tres nombres diferentes para hablar de un mismo pueblo; éste, en momentos diferentes de su historia, recibe preferentemente uno de esos nombres.

¿Cuál habría sido la verdad de los hechos?: es muy difícil responder a esta pregunta. Un gran número de estudiosos, hoy, observa que el tiempo que abarca las narraciones patriarcales es muy largo: cerca de 600 años, desde el año 1800 al año 1200 a.C. También la extensión geográfica que los descendientes de los patriarcas habrían ocupado es muy grande, o sea, casi toda el Asia. Por ello, estos estudiosos hallan imposible que se trate de una genealogía o historia familiar. Ellos afirman que el sistema genealógico está limitado a explicar determinados movimientos y migraciones históricas de pueblos. Muchos creen que la formación de esos diversos grupos tuvo origen en el conflicto interno que hubo entre las tribus arameas y que las habría obligado a dispersarse por toda Asia. La Biblia justifica la dispersión de los grupos (Gn 10, 32) como una forma de concretización de la bendición que Dios dio a Noé y a sus hijos (Gn 9, 1)

En las genealogías, el número de hijos de una persona es generalmente de 6 o 12. La presentación de los grupos en número 6 o 12 puede indicar la fase final de su formación. Así, los 12 hijos de Jacob (Gn 35, 22-26) no vivían juntos desde el inicio, sino que por caminos diferentes encontraron una forma de resistencia común, formando “una familia”.

Abraham, Isaac y Jacob ¿no eran de verdad parientes?: los lazos de la fe son más fuerte que los lazos de sangre. Fueron estos lazos los que unieron las historias de Abraham, Isaac y Jacob. Es imposible aceptar el parentesco entre ellos. La importancia dada a estos patriarcas reside en su excepcional relación con la divinidad, ligada a los lugares sagrados. El nombre de Abraham está ligado al santuario de Siquem (Gn 12, 6-7), en la sierra de Efraín (tribus de Benjamín), y al santuario de Manbré, junto al Berseba (Gn 13, 14-18), en la sierra de Judá (tribu de Judá). La tradición sobre Isaac está ligada al santuario de Berseba (Gn 26, 23-25) al sur de la sierra de Judá (tribu de Simeón); y, la tradición de Jacob, al santuario de Betel (Gn 28, 10-22), en la sierra de Efraín (tribu de Efraín). En cada uno de esos lugares Dios se le aparece al respectivo patriarca, asumiendo una relación de posesión o pertenencia, indicada con la preposición de-el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob-y en esos lugares cada patriarca erige un altar que posteriormente se transformará en un santuario.

Todo indica que las tradiciones acerca de los patriarcas no nos permiten hacer una exposición histórica sobre ellos en la forma de una biografía. Su función en el Génesis es la de precursores y padres del futuro pueblo de Israel.

El credo histórico de Israel: el credo histórico de Israel, en el Deuteronomio (Dt 26, 5b-9), se refiere a la complejidad de la formación de este pueblo. En él se declara el origen arameo de los patriarcas y se insinúa el problema del seminomadismo, al identificarlos como “un arameo” (Dt 26, 5b) en las estepas. Las preguntas que nacen, entonces, son: ¿por qué los grupos del Génesis, genealógicamente independientes, han sido colocados en una relación de dependencia de un patriarca jefe? ¿Quiénes fueron los patriarcas?

Los tres patriarcas Abraham, Isaac y Jacob difícilmente habrían sido tan sólo invenciones literarias, y, por otro lado, es imposible considerarlos en una relación de parentesco como los presenta la Biblia ¿Cuáles, entonces, las salida más acorde con los hechos? Para muchos estudiosos, la importancia de estos patriarcas está en el papel que ejercieron conforme a los relatos que hablan de su relación excepcional con Dios, ligados a los lugares sagrados de Canaán.

Los patriarcas, según las narraciones bíblicas llevaban una vida seminómada, dentro del área más o menos limitada. No eran propietarios de tierras, vivían en las estepas o en el desierto. Abraham vivía en Hebrón y Mambré. Isaac parece que se encontraba en los desiertos del Sur (Berseba). Jacob vivió en la Mesopotamia superior, desde la Transjordania, junto con Yabboq, y en Betel, en el centro de Canaán. En cada uno de esos lugares Dios se les aparece al respectivo patriarca.

Los relatos más importantes giran alrededor de los lugares donde se encontraban los santuarios. Por ejemplo, las tradiciones de Siquem influyeron en las narraciones bíblicas sobre Abraham (Gn 12, 6-7); las de Betel, sobre Abraham y Jacob (Gn 12, 8; 28, 10-22); las de Berseba, sobre Isaac (Gn 26, 23-25). Estas narraciones quieren mostrar un establecimiento o fijación gradual de las diferentes tribus en Canaán. Las planicies ya estaban pobladas; la solución fue la de ocupar los espacios vacíos, en las estepas y en las montañas.

Con frecuencia encontramos en los textos la formula: “el Dios del país” o “el Dios de Abraham, o “el Dios de Isaac” o “el Dios de Jacob”. Con estas expresiones, el autor quiere infundir la fe en la divinidad y evidenciar la historicidad de la personalidad. La sedentarización de los patriarcas y de sus descendientes es legitimada por la divinidad propia del país y de sus instituciones ligadas al culto. El “Dios de…” fue identificado posteriormente como el “Señor” (Adonai), designado con la palabra YaHWeH)

Como ya dijimos, las tradiciones acerca de los patriarcas no nos permiten hacer una exposición histórica sobre ellos en forma de una biografía. Su función en el Génesis responde al papel de grandes precursores, de “primero padres” del futuro pueblo, a los cuales fue vinculado mucho después el culto al Señor. Pero no fue así desde el inicio.

En las narraciones de los patriarcas, son muy características las promesas de Dios, y los textos que se refieren a ellas fueron configurándose gradualmente. Al comienzo, fue hecha a Abraham la promesa de un gran pueblo, de la bendición de Dios y de un gran nombre (Gn 12, 2); seguidamente viene la promesa de la tierra a la posteridad de Abraham (Gn 12,7; 13, 14-17; 15,18), cuya delimitación territorial sólo es alcanzada en el tiempo de David. La promesa de una tierra “que mana leche y miel” sólo aparecerá en Moisés (Ex 3, 8). No queda claro si los patriarcas vivían y obraban teniendo ya en vista una comunidad de carácter religioso y nacional.

Desde el punto de vista histórico, las tradiciones patriarcales no nos permiten descubrir sino fases iniciales de una ocupación de la tierra y de numerosos problemas por parte de grupos arameos aislados y desconocidos. No deja de ser significativo el hecho de que el nombre de Israel haya sido vinculado a la época de los patriarcas por medio de Jacob, quien recibe ese nombre en la lucha con Dios (Gn 32, 23-33). Jacob, según la tradición bíblica, es el padre de 12 hijos, que dieron nombre a las 12 tribus de Israel. La única información extrabíblica que tenemos sobre Israel, en ese periodo, es la de la estela de Mernaptah.

El pueblo de Israel revive la historia a partir de la experiencia de Dios: el pueblo de Israel narra su historia a través de su credo histórico, que era una especie oración repetida de generación en generación, en las principales fiestas y asambleas religiosas (Jos 24, 2-13). La historia es recordada en los himnos (Sal 105; 135; 106; 136) que son cantados y rezados. El contexto es de alabanza a Dios por su presencia y acción en medio del pueblo. Son momentos importantes en los cuales se revela la relación histórica del pueblo de Israel con Dios. Cada israelita, en diferentes épocas y situaciones, asumió esa experiencia como suya y se identificó con ella.

La manera como los israelitas narran su historia es diferente de la manera como nosotros narramos la nuestra. Ellos no separaban fe y vida. En la vida proclamaban la fe, y en la fe celebraban los acontecimientos de la vida. Esa experiencia es la que da sentido a la historia. Cuando alguien nos cuenta un hecho, nace en nosotros el deseo de preguntar: ¿Es verdad? ¿Sucedió de verdad? Para nosotros, tiene valor el hecho que sucedió. Más aún, para probar la autenticidad de la palabra, del hecho o del juramento, es necesario registrarlo donde el notario, con nombre, apellido, lugar, fecha y detalles. Nosotros con cierta frecuencia separamos fe y vida, pasado y presente. Ellos no. Hablar de fe es hablar de vida, del pasado y del presente. No era posible hablar del pasado sin incluir el presente, y viceversa. Para ellos, no había dificultad en hablar de instituciones, costumbres y prácticas religiosas del presente y proyectarlas hacia atrás, en el pasado. Esto sucedía frecuentemente.

En el Éxodo, leemos acerca de la esclavitud y la liberación, y tenemos la impresión de que todos los grupos hicieron la misma experiencia. Pero no fue así. Ella fue vivida por un pequeño grupo, el de Moisés. Sin embargo, la experiencia de este pequeño grupo se volvió fundamento y confesión de fe, como si hubiese sido vivida por todos los grupos. Fue asumida por los pastores seminómadas, por los beduinos de Seir y por los agricultores que se revelaban contra la opresión. La dificultad está en determinar el momento exacto en que los israelitas se constituyeron como un pueblo, como una nación.

Historia de Israel: una mirada nueva a los hechos: la historia de Israel es como la de cualquier pueblo. Lo que varía es la manera de mirar, interpretar y narrar los acontecimientos. Es lo que llamamos “relecturas”. Al narrar un hecho distante del pasado, Israel lo reviste de un significado. Así la narración de un hecho que viene a responder a una necesidad litúrgica y catequética se torna más importante de lo que es el hecho en sí, porque el valor está en la celebración y en la catequesis, y no en el hecho en sí.

Para entrar en esta óptica de lectura de la Biblia, es necesario hacer una distinción entre lo que es “exacto” y lo que es “verdadero”. “Exacto” es todo aquello que podemos ver, tocar, probar concretamente por medio de fotografías, de microscopios y de otras maneras. Mientras que “verdadero” es todo aquello que trae vida y dantismo, y genera lo nuevo en la vida de las personas y de la sociedad, aún no habiendo pruebas concretas. Esta reflexión nos permite formular una pregunta: ¿Es exacto el modo como la Biblia narra, por ejemplo, la creación del mundo en siete días, o la creación del hombre y de la mujer?

No. No es “exacto”, porque la Biblia no es un libro científico. Pero es verdad lo que la Biblia afirma acerca de la creación del mundo, del hombre y de la mujer, porque narra como el pueblo de Israel vio y vivió, a través de sus antepasados, su relación inicial con Dios. Narra la experiencia que ese pueblo vivió, y de esa manera testimonió el sentido de la comprensión de su veracidad.

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