viernes, 27 de marzo de 2009

EN LA ANGUSTIA DE LA DESTRUCCIÓN SURGE LA ESPERANZA DE SOBREVIVIR EN LA TIERRA


El, autor del libro de Lamentaciones describe así la situa­ción de Judá después de la destrucción: "¡Qué solita­ria ha quedado la ciudad populosa! Se ha convertido en una viuda la que era grande entre las naciones. La princesa de las provincias ha sido reducida a esclavitud. Llora sin ce­sar por la noche y las lágrimas bañan sus mejillas. Ningu­no de sus amantes puede consolarla. La han traicionado todos sus amigos, y ya son sus enemigos. Humillada y oprimida, Judá se encamina al destierro; habita entre las nacio­nes sin encontrar tranquilidad; todos sus perseguidores la ponen en peligro" (Lm 1,1-3).


La esperanza de sobrevivir en la tierra

La situación vivida por el pueblo durante el sitio de Jeru­salén y después de la caída de la ciudad y de la destrucción del Templo fue terrible: falta de comida (Lm 1,11); canibalismo (Lm 2,20; 4,10); sufrimiento de los niños (Lm2,11-12.19); violación de las mujeres (Lm 5,11 ); asesinato de sacerdotes y profetas (Lm 2,6.14); ahor­camiento de hombres respeta­bles (Lm 5,12); imposición de trabajos forzados y de impues­tos por parte del imperio babi­lónico: "Nuestra herencia ha pasado a extranjeros, nuestras casas a desconocidos. Somos huérfanos, sin padre; y nues­tras madres son como viudas. Tenemos que pagar el agua que bebemos nuestra leña la tenemos que comprar. Nos persiguen, los tenemos encima; nos agotamos y no tenemos descanso" (Lm 5,2-5).


La destrucción no había perdonado ninguna ciudad im­portante de Judá. Las áreas que quedaron desocupadas con la salida de los deportados fueron pobladas no sólo por la población campesina que que­dó en Judá sino también por los pueblos vecinos La región montañosa central de Judá fue ocupada gradualmente por los édomitas, presionados por las tribus árabes, que sacaron la ventaja de la desgracia y ocuparon la región del Negueb, saqueando las ciudades de Judá (Ez 25,12-14;Ab 19;Lm 4,21 ss; Sal 137,7).


Los sobrevivientes comenzaron lentamente a poblar y reconstruir las ciudades. Los asentamientos Judaicos se concentraron en las regiones periféricas y en algunas distantes, causando probablemente la separación de Judá después de la primera deportación en 597 A.C; Los nombres de esas ciudades fueron conservados en la lista del "resto de Israel", en el libro de Nehemías (Ne 11,20.25-36). Él cita, de hecho, muchas localidades situadas en las regiones de Benjamín, del Negueb y de Sefelá, fuera del territorio de Judá.


Godolías inició su gobierno con un programa de reconstrucción, invitando a los sobrevivientes de la catástrofe a repoblar las ciudades y a retomar las actividades cotidianas. . Para eso distribuyó las tierras de los deportados entre los moradores de la ciudad y del campo. Creó así una pequeña clase de propietarios locales, cuyo derecho no se fundamentaba en la herencia ni en la compra, sino en la orden dada por el emperador de Babilonia. Ese acto fue considerado válido y digno de fe y suscitó esperanzas en el pueblo. Sin embargo, la situación fue muy difícil para los que permanecieron en Judá, pues todos los días las ruinas de los lugares sagrados estaban ante sus ojos.


Godolías estaba apenas en el inicio de su gobierno cuando fue muerto a traición en Mispá (2R 25,25; Jr 40-44). Con su muerte la situación se volvió más difícil aún y la pobreza mayor. Sobrevivir en ese contexto era muy penoso. Con miedo de una represión mayor. Muchas familias judías huyeron a Egipto. Se refugiaron predominantemente en la colonia de Elefantina (o Yeb). Hay quien les atribuye su fundación, habiendo sido transformada posteriormente en colonia militar dé judíos jubilados. Jeremías también huyó a Egipto (Jr 42), donde probablemente concluyó sus días (2R 25,22-26; Jr40-44).


De la crisis de fe a una vida nueva

El pueblo vivió una gran crisis de fe. Ante los acontecimientos tuvo actitudes diferentes: oró como rebelión contra Dios; oró en reconocimiento de su culpa y, oró pidiendo ayuda. El primer sentimiento que invadió al pueblo fue de revuelta contra Dios, como si Él fuese el responsable de la desgracia: "El Señor decidió destruir el muro de la hija de Sión: extendió la plomada, no retiró su mano destructora; enlutó baluarte y muro: juntos se desmoronaron... El Señor realizó su designio, ejecutó su palabra decretada desde los días antiguos; destruyó sin piedad; hizo al enemigo alegrarse a tu costa, exaltó el vigor de tus adversarios" (Lm 2,8.17).


La desesperación del pueblo era tan grande que llegó a sentirse con el derecho de llamar la atención de Dios: "Mira, Señor, y considera que jamás trataste a nadie así. ¡Las madres se comen el fruto de sus entrañas, los hijos que antes cuidaban! ¡Sacerdotes y profetas han sido degollados en el santuario del Señor!" (Lm 2,20). Pasado el impacto inicial otro sentimiento invadió el corazón del pueblo, no más de revuelta contra Dios por la destrucción, sino de reconocimiento de la culpa del propio pueblo. Éste evaluó la desgracia como consecuencia de su infidelidad a Dios: "Elevemos sinceramente nuestra oración al Dios del cielo. Nosotros nos rebelamos y pecamos, pero tú nos perdonaste... Nuestros antepasados pecaron, y ya no existen, pero nosotros cargamos con sus culpas. La culpa fue de sus profetas que pecaron y de sus sacerdotes que hicieron el mal, derramando sangre inocente en medio de ella (Jerusalén)" (Lm 3,41ss; 5,7;4,13).


Pero el pueblo recobró sus fuerzas y renovó la confianza en Dios. El pueblo podía estar derrotado, pero Dios no, que continuaba inconmovible en su trono. Si Dios continuaba firme, el pueblo podía confiar en su poder. Él podía hacer brotar la vida en un contexto de muerte: "Pero tú, Señor, permaneces para siempre; tu reinado dura eternamente. ¿Por qué nos olvidas para siempre, por qué nos abandonas de por vida?" (Lm 5,19-20). El pueblo recobró el ánimo y renovó su fe: "El Señor es bueno para quien confía en Él, para aquel que lo busca. Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor" (Lm 3,25ss).


La fe pura en el Dios de Israel no murió. El lugar donde estuvo el Templo continuó siendo un sitio sagrado y en el que se ofrecían sacrificios, según la afirmación de Jeremías (Jr 41,4-5). Después de la destrucción del año 70 d.C., parte de los muros del Templo quedaron en pie y continúa hasta hoy, como "El Muro de las Lamentaciones", lugar de oraciones y de peregrinación (IR 8,33). De acuerdo con el profeta Zacarías, estos ritos debían ser observados cuatro veces al año: en el cuarto mes (junio/ julio) por causa de la conquista de Jerusalén; en el quinto mes (Julio / agosto) por causa del incendio del Templo; en el séptimo mes (septiembre/octubre) por causa del asesinato de Godolías; en el décimo mes (diciembre/enero) por causa del cerco de Jerusalén (Zc 8,19; cf 2R 25,1.8-9.25). El pueblo imprimió en sus acontecimientos históricos un carácter religioso y celebrativo.


El "resto" elegido: un brote en el tronco seco

Inicialmente la idea del "resto de Israel" estaba ligada a las invasiones de otros pueblos, cuyas consecuencias destructivas podrían ser fatales, pues ninguno sobreviviría a la desgracia. Era el miedo a la desaparición total. Así mismo, en algunos profetas aparece la convicción de que un "resto" se salvará de la catástrofe, porque Dios ama a su pueblo (Is 4,3). Creían que Dios no permitiría su completa destrucción; como ya aparece en el siglo VIII en Amós (Am 3,12)13,. A partir de ese "resto,” la nación podría reencontrar la propia supervivencia, porque la destrucción no llegaría a toda la casa de Jacob (Am 9,8-10). Un grupo allí que fuese de proporciones reducidas, purificado y de ahora en adelante fiel, sería la simiente de un pueblo nuevo (Am 5,15).


De ese resto nacería una nación fuerte y poderosa. Después de la destrucción del reino de Judá en 587, nació la conciencia de ser ellos el resto que fue disperso por Dios entre las naciones: "... no somos más que un resto en medio de las naciones donde nos dispersaste" (Ba 2,13; cf. Ez 12,16). Y en ese contexto, fuera y distante de su tierra, Israel se convertirá y "los sobrevivientes se acordarán de mí en medio de las naciones adonde sean llevados cautivos, cuando yo restaure su corazón adúltero que se apartó de mí, y sus ojos adúlteros que se fueron detrás de sus ídolos. Tendrán asco de sí mismos las maldades y abominaciones que cometieron. Y sabrán que yo, el Señor, no los amenacé en vano" (Ez 6,9-10). Dios reunirá ese resto purificado para la restauración mesiánica: "Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países por donde las dispersé..., suscitaré a David un retoño legítimo, que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y la justicia en esta tierra. En sus días se salvará Judá e Israel vivirá en paz... "(Jr 23,3.5-6).


Pero después del exilio el "resto" será nuevamente infiel y será nuevamente diezmado y purificado, como lo expresa bien el profeta Zacarías: "Y acontecerá en toda la tierra -oráculo del Señor- que dos tercios serán exterminados y que otro tercio será dejado. Haré a ese tercio entrar en el fuego, lo purificaré como se purifica la plata, lo probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre y yo le responderé; diré: '¡Es mi pueblo!'. Y él dirá: “¡El Señor es mi Dios!” (Zc 13,8-9)15. De ese resto fiel nacerá el rey Mesías o Emmanuel comparado con una piedra angular (Is 28,16¬17)16 Y con el brote o retoño de un pueblo santo (Is 6,1'3, 11,1.10). La comunidad cristiana retorna a esa misma idea y relee a Jesucristo como ese "Retoño" del nuevo y santificado Israel (Mt 1,6.16).

sábado, 21 de marzo de 2009

DIOS TAMBIÉN ESTABA ALLÁ: Exilio en Babilonia.


Introducción

En este octavo bloque temático usted descubrirá que Dios siempre fue fiel a su pueblo, a pesar de que, como todos los pueblos, tuvo altibajos y vivió momentos de crisis y falta de identidad. Uno de los períodos más difíciles y dolorosos fue el exilio, cuando Jerusalén y el Templo fueron destruidos, el pueblo perdió la tierra y fue deportado. Los cinco temas de este bloque temático abordan ese período de la historia bíblica, que trajo tanto sufrimiento, pero que también fue motivo de renovación y retoma de la fidelidad a Dios.

El primer tema el “Migrante y exiliado, el pueblo sufre de nostalgia de Dios”, y muestra por qué y cómo la población del reino del Sur fue llevada a Babilonia y lo que aconteció en la vida de los exiliados, sin el Templo y sin liturgia.

“En la angustia por la destrucción surge la esperanza de sobrevivir en la tierra”, es el segundo tema. Aborda la experiencia que tuvieron los que permanecieron en la tierra del reino del Sur. Ellos percibieron que lo esencial para poder sobrevivir en un momento tan difícil era la fidelidad a Dios por medio de la herencia recibida de los antepasados. Así, se formaron comunidades en las sinagogas alrededor del libro de la Torá, que en parte sustituyeron al Templo destruido.

“Identidad de Israel: el amor a la Torá de Moisés”, es el tercer tema, que estudia el período del exilio no sólo en Babilonia. Si los exiliados sufrían por la distancia de Jerusalén, los que se quedaron sufrían aún más por ver las ruinas de todo lo que tenían como sagrado. Pero, tanto en un lugar como en el otro, consiguieron descubrir que Dios no los abandonó.

El cuarto tema, “La Biblia nació de una mirada iluminada sobre la historia”, presenta los libros bíblicos que fueron escritos durante el período del exilio. Con la ayuda de los profetas y de sus líderes, el pueblo dejó de mirar hacia atrás y comenzó a repensar toda la historia de su fe, desde el tiempo de los primeros patriarcas y matriarcas. De esa mirada reflexiva nacieron los escritos de la Biblia.

La esperanza de los exiliados es retratada en el quinto tema, “Dios hará de las ruinas un jardín; escritos del exilio en Babilonia”. Ellos, animados por los profetas, tenían la certeza de que Dios no sería insensible a su esfuerzo de fidelidad y los reuniría nuevamente en Jerusalén, como un pueblo renovado.

Entre frustraciones y esperanzas, incredulidad y fidelidad, el pueblo del Sur vive su amarga experiencia de exilio y se afirma en la identidad de pueblo guardián de la fe y de los escritos de la Biblia.


1. MIGRANTE Y EXILIADO: EL PUEBLO SUFRE DE NOSTALGIA DE DIOS

Todo cambio causa una cierta inseguridad. Lo nuevo asusta. No se sabe lo que sucederá. ¿Cómo se sientes las personas, familias y pueblos enteros obligados a dejar sus tierras, sea por la necesidad de supervivencia, sea por haber sido despojados muchas veces por la opresión y por la injusticia de los poderosos de ayer y de hoy?

Retomando el camino hecho
Con el exilio en Babilonia concluyó el período de la monarquía en Israel. Hubo un tiempo en que la monarquía se extendía sobre las doce tribus de Israel. Este período es conocido como Monarquía Unida bajo los reyes de Saúl, David y Salomón. Duró casi un siglo, de 1030 a 931 a. C. Después de la muerte de Salomón, el reino de Israel, al norte, formado por diez tribus, tuvo sucesivamente tres ciudades como capitales: Siquén, Tirsá y Samaria. Duró poco más de dos siglos y terminó con la invasión de Asiria en 722 a. C.

El reino de Judá duró de 931 a 587/6 a. C. Tenía su sede en Jerusalén. Estaba formado por apenas dos tribus: Judá, Simeón y parte del territorio de la tribu de Benjamín. Era conocido como reino de Judá absorbió a las demás. Este reino era menor que el de Israel, pero duró casi tres siglos y medio. Terminó en 587/6 a. C. bajo el dominio de Babilonia. La experiencia del exilio por el reino del Sur fue más fuerte y determinante que la experiencia similar vivida, mucho antes, por Israel, el reino del Norte. La experiencia de la dispersión de los israelitas por el imperio asirio acabó perdiéndose, pero la experiencia del exilio en Babilonia fue conservada en la memoria del pueblo de Judá hasta hoy, por medio de sus escritos.

Muchas fueron las causas del exilio del pueblo de Israel en el transcurso de su historia: el clima, la posición geográfica, la expansión territorial de los pueblos vecinos, el servicio militar, la búsqueda de mejores condiciones económicas, la persecución, entre otras. El clima obligó muchas veces al pueblo a salir de su tierra en busca de mejores condiciones de vida, sobre todo durante las épocas de hambre (Gn 12, 10; Rt 1, 1.6). La posición geográfica de Israel -como corredor de paso- favorecía el intercambio con otros pueblos y continentes (Ex. 3, 8). Con la expansión territorial, los imperios vecinos ejercieron sucesivamente su dominio político sobre la región de Canaán: Asiria (722-605), Babilonia (605-538), el período que nos interesa, Persia (538-333), Grecia (333-305), los Lágidas de Egipto (305-198), los Seléucidas de Siria (198-63) y, finalmente, Roma (63 a.C. a 135 d.C.).

Todos estos imperios expulsaron y deportaron parte de la población. El servicio militar obligatorio como mercenarios era exigido por los imperios extranjeros. De algunos recibían como recompensa favores y tierras en su territorio. Por ejemplo, la colonia Elefantina, en Egipto, pertenecía a militares judíos jubilados. La búsqueda de mejores condiciones económicas en otros países. Muchas familias consiguieron, de esta manera, una buena posición económica. Finalmente, la persecución religiosa, sobre todo en el período de los Seléucidas, llevó a muchos israelitas a salir de su tierra.

El exilio espontáneo o forzado es una experiencia que marca no sólo a Israel, sino a gran parte de la población de todos lo pueblos y tiempos en contextos similares. ¿Se ha vivido o se vive una realidad similar en Colombia? ¿Las personas que viven cerca de usted, han vivido toda su vida allí o provienen de otros lugares? ¿Por qué se han desplazado de un lugar a otro? ¿Es producto de conflicto armado interno, del narcotráfico, la extorsión, la persecución? ¿Cuál es el número de personas desplazadas en Colombia hasta la fecha? ¿Cuál es la realidad que viven las personas desplazadas, las que viven estos exilios forzados? ¿Cuántas personas colombianas han tenido que abandonar su país? ¿Realmente el gobierno se preocupa por las personas que emigran dentro y fuera del país? ¿Cuál ha sido la actitud y actuación de la Iglesia Católica ante esta realidad? ¿Sabía usted que sólo el año pasado, 2008, entraron cerca de 40,000 personas desplazadas a la ciudad de Bogotá? ¿Encontrarán las condiciones para una vida digna en dicha ciudad? ¿Cuál es la lectura que desde la fe cristiana se hace respecto a esta realidad de los desplazados forzados?

La experiencia del exilio marcó al pueblo de Israel y continúa marcando al pueblo de hoy como forma de violencia que desarraiga a las personas de su contexto y las traspone en una realidad desconocida y no menos desafiante. Veamos cómo el pueblo de la Biblia enfrentó y sobrevivió a la experiencia del exilio.

La potencia babilónica destruye el reino de Judá
Después de Asiria, Babilonia comenzó a destacarse en el escenario internacional. Ya en 597 a.C., Nabucodonosor sitió a Jerusalén, la capital del reino de Judá, y la tomó el 16 de marzo del mismo año. Apresó al rey Jeconías, sus familiares y toda la corte. Además de ellos, deportó a Babilonia a todos los herreros y artesanos y dejó en Judá sólo la población más pobre. Saqueó el Templo de Jerusalén y el palacio real (2 Re 24, 10-17) y se llevó los utensilios sagrados. Sustituyó al rey Jeconías por su tío Matanías, cuyo nombre cambió por el de Sedecías.

Había en Judá una gran división interna donde, de los diversos partidos, unos estaban a favor de Egipto (2 Re 23, 31; Jr 37, 6-7) y otros de Babilonia (2 Re 24, 17; Jr 38, 19; 19, 11-12). Sedecías y el profeta Jeremías se pusieron a favor de Babilonia. Jeremías tenía conciencia de que el pueblo no podía morir, porque tenía una misión por cumplir. Sedecías y el profeta Jeremías se pusieron a favor de Babilonia. Jeremías tenía conciencia de que el pueblo no podía morir, porque tenía una misión por cumplir. Por esto, pedía al pueblo que no hiciese resistencia (Jr 27, 10-12). Esto no quería decir que Jeremías aprobase la política de Babilonia, pues también ella un día sería subyugada (Jr 27, 7), sino que quería impedir un mal mayor, el exterminio del pueblo. Además de esto, en la memoria de todos se conservaban dos traumas: la destrucción de Samaría, en 722, que intentó resistir a Asiria pero fue aniquilada y nunca más se rehizo (2 Re 17, 5-6), y la muerte del rey Josías, en 609 a.C., al oponerse al paso del ejército egipcio por su territorio (2 Re 23, 29-30). Ante estos dos hechos, el pueblo quedó desorientado, sin saber qué posición tomar (Jr 26, 11.16.24).

E incluso cuando Sedecías, el último rey de Judá, adoptó la línea babilónica, no tenía seguridad de sus actos. En diversos momentos consultó a Jeremías para saber lo que debía hacer (Jr 37-38). Justamente por ser indeciso salvó la vida del profeta. Por otra parte, era incapaz de impedir que fuese hecho algún mal a Jeremías y ni él mismo consiguió convencer a los grupos divididos de adoptar su opción política. Insatisfecho con la sumisión a Babilonia, formó una coalición antibabilónica instigado por Egipto, que deseaba alcanzar Asia. El plan no tuvo éxito. Sedecías temió una represión mayor y, antes de que Babilonia llegase a exigir sus derechos, envió una embajada al rey para renovar su sumisión (Jr 29, 3-25).

No se demoró mucho Sedecías, incluso en rebeldía contra los consejos de Jeremías, para iniciar una segunda tentativa de coalición antibabilónica con Egipto y los países vecinos de Tiro, Amón y Edom (Ez 17, 12-18; 21, 24-25). Otra vez el plan no tuvo éxito. El ejército de Babilonia cercó a Jerusalén en 587 y la invadió antes de que llegase apoyo de Egipto. Sedecías fue derrotado en las proximidades de Jerusalén. La ciudad, las murallas y las fortalezas fueron destruidas y saqueadas. El Templo fue incendiado y la misma suerte tuvieron muchas localidades de Judá.

Sedecías intentó huir con su familia, pero fue capturado (Jr 39, 1-7; 52, 6-11; 2 Re 25, 3-7). Sus familiares fueron muertos y él fue cegado y llevado a Babilonia, donde desapareció. Con el rey fue deportado un pequeño grupo, mucho menor del de 597, pues muchos habían muerto en combate, otros de hambre o por la peste y un gran número había sido decapitado. Alrededor de 582 el profeta Jeremías se refiere a otra deportación de la cual tenemos conocimiento por medio de su libro (Jr 52, 30).

La política de Babilonia era menos violenta que la de Asiria
Toda forma de dominación atenta contra la dignidad y la libertad humanas. Pero existen algunos métodos que son más violentos que otros. Babilonia, con relación a Asiria, fue menos violenta con los países que dominaba .

Asiria imponía severas sanciones a los países vasallos, y variaban según las faltas. En la primera rebelión, el castigo era hecho con el aumento de tributos. En el caso de una nueva tentativa de rebelión, los asirios intervenían con la fuerza militar. En la tercera tentativa, el soberano local era depuesto y substituido por un gobernador asirio. Se deportaba un número elevado de la población nativa para evitar nuevos focos de rebeliones. Los deportados eran esparcidos por las ciudades del imperio y otros pueblos eran traídos al territorio. Esto fue lo que sucedió con los israelitas del reino del Norte (2 Re 17, 24).

Los babilonios, al contrario de los asirios, nombraron en lugar del rey Sedecías un gobernador de la nobleza local de Judá llamado Godolías. Él fue constituido gobernador de la provincia de Judá (2 Re 25, 22; Jr 40, 7 ss.).

¿Y Jeremías? Las informaciones respecto a su suerte no coinciden. Las narraciones presentan inconsistencias, pues en su libro, en 39, 14, Jeremías es liberado en Jerusalén “del patio de la guardia” y en seguida, en 41, 1, aparece nuevamente entre los prisioneros en la ciudad de Ramá que estaban siendo llevados para el cautiverio en Babilonia. Según las informaciones de Je 39, 11-12, le fue dada la posibilidad de escoger entre quedarse en Judá o ir a Babilonia. Él escogió la permanencia junto a Godolías, el gobernador de la región, y vivió con él en Mispá (Jr 40, 6). Con la muerte de Godolías la situación empeoró. El texto no deja claro cuál fue el paradero de Jeremías. La tradición nos informa que habría sido llevado a Egipto, donde terminó su vida.

viernes, 13 de marzo de 2009

DIOS ASUME COMO SUYA LA PALABRA DE AQUELLOS QUE TESTOMONIAN LA ALIANZA.

Isaías, Miqueas, Jeremías, Juldá…ejercieron su misión profética en el reino de Judá. Conocemos sus profecías por medio de los muchos escritos bíblicos que surgieron en ésta época.

Los profetas del sur

Comenzando por Samuel, en el tiempo de Saúl y David, pasando por Natán y Gad, con David y después Ajías de Silo con Salomón y Jeroboam I, los profetas siempre ejercieron un papel crítico ante los monarcas.

En el Sur, durante el reinado de Salomón, y después de él, no se oyó hablar más de profetas hasta la segunda mitad del S. VIII a.C., cuando surgió el elocuente Isaías, en tiempo del rey Ozías (740) y sus sucesores. Los profetas eran los verdaderos heraldos del yahvismo, defensores de la religión en su sentido más profundo. Ellos eran una instancia crítica frente a la monarquía, una forma de “conciencia popular” ante los excesos de los monarcas.

- Isaías: Su vocación la recibe siendo muy joven (Is 6, 1-8) y ejerció su ministerio profético por cerca de 40 años. Su predicación refleja la mentalidad de quien vive en la ciudad (Jerusalén) y conoce bastante la vida política, la corte y las actividades del Templo. Demuestra también mucha sensibilidad por los marginados de aquella sociedad: las viudas, los huérfanos, los sin techo (Is 1, 17.23; 9, 16; 10, 2). Además de esto, demuestra un conocimiento profundo de la situación del escenario internacional.

Sus acciones simbólicas eran tan densas de sentido que no se agotaron en su tiempo (Is 7, 14; 11, 1-4; 29, 18-19). En el campo político sus intervenciones más significativas fueron dos: la primera fue con el rey Ajaz a quien Isaías le propuso la neutralidad y la confianza en los planes del Señor que más tarde, apartaría la amenaza de aquellos dos “tizones humeantes” (Is 7, 3-9). La segunda fue en el tiempo de Ezequías cuando aconteció el asedio de Jerusalén (leer 2Re 18, 33-35; 19, 10-13; Is 10, 5-19). Isaías no pudo permanecer callado la afrenta del copero mayor de Senaquerib y por ello Isaías más de una vez predijo la derrota del enemigo: la caída no sería invadida (2Re 19, 6.21-28.32-34).

Senaquerib, sin explicación alguna, retiró repentinamente el ejército asirio. Este hecho fue interpretado como una intervención milagrosa de Dios (2Re 19, 35; Is 37, 33-39). Viendo la euforia del pueblo que festejaba la retirada del enemigo, pero no reconocía en ello una apelación del Señor a la conversión, Isaías condenó esta actitud.

Isaías fue el primer profeta de Judá cuyas palabras fueron registradas por escrito en la Biblia, en un libro que lleva su nombre. Actualmente este libro tiene 66 capítulos estructurado en tres pastes: Proto-Isaías (1 – 39) Deutero-Isaías (40 – 55) y Trito-Isaías (56 – 66). El Isaías del que hablamos en esta parte corresponde a los primeros 39 capítulos exceptuando los capítulos 24 – 27 y 34 – 35).

- Miqueas y Sofonías: Miqueas, análogamente a Amos, del norte, denunciaba los abusos sociales, sobre todo con los campesinos (Mi 2,1- 5) del sur. Anunciaba la superación del reino de David, ya idealizado por la esperanza de un nuevo rey-Mesías (Mi 4,1-5; 5,1)

Sofonías defendía el lado del pueblo sencillo, de los pobres de aquellos que vivían con rectitud y justicia, contra una sociedad que privilegia a los ricos y poderosos. Proclamaba el “Día del Señor” en Judá como día de la manifestación de su poder contra la infidelidad del pueblo idólatra, de los de los jefes violentos, de los comerciantes fraudulentos y de los incrédulos. Hacía una llamada a la conversión, profiriendo oráculos contra las naciones y contra Jerusalén. Hacía una promesa de salvación (So 3, 14-15).

- Juldá, la voz de las mujeres en la profecía: No podemos olvidar, en ese período, la significativa actuación de la profecía Juldá. Ella intervino en le tiempo de Josías, para confirmar la “autenticidad” de las palabras que contenidas en el Libro de la Ley encontrado en le Templo y dar su parecer favorable a la reforma religiosa pretendida por el rey. Juldá es importante por el hecho de ser la única mujer citada en la biblia que ejerció el ministerio profético y cuyas palabras fueron registradas por escrito en un libro que no llevó su nombre.

- Jeremías: Jeremías fue talvez el único que tuvo la infelicidad de ver acontecer la desgracia que anuncio. Vivió los momentos más eufóricos de la reforma religiosa promovida por Josías y también los momentos más dramáticos de la caída vertiginosa de su pueblo, tras la muerte de reformador, hasta la destrucción de Jerusalén y las deportaciones babilonia.

Jeremías el escogido y enviado: Jeremías recibió la vocación profética siendo muy joven, como Isaías (Jr 1,6). Jeremías quiso eludir la misión que le reservaba el Señor, pero Dios mismo se colocó como garantía de eficacia de sus palabras (Jr 1,8.17-19)

Jeremías es el profeta de las contradicciones, llego a Maldecir día en que nació (Jr 20,14-18) en un momento de crisis interior. Mientras todos ansiaban una intervención del Señor para salvar a su pueblo de las manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Jeremías pregonaba la rendición al dominador extranjero, siendo considerado traidor de la patria (Jr 37,13). Eso no significa que Jeremías estuviese de acuerdo con la dominación de Babilonia, sino que pensó que esta era la única forma como el pueblo no sería aniquilado y podría mantener su identidad y supervivencia, en la certeza y confianza de que un día también el poder de Babilonia caería y, entonces, el resto de Israel podría reconstruir su historia.

El inicio de su ministerio profético Jeremías apoyó las reformas de Josías (Jr 11,2-14). La reforma de Josías impulsó una valoración de los preceptos de la Ley, pero el pueblo la llevó demasiado lejos, sobrevalorando la parte ritual y omitiendo la parte ética. En el tiempo de Joaquín (609-598), el Templo ya se había vuelto un fetiche para el pueblo de Judá. Como ya vimos antes, Jeremías condenó vehementemente esa perversión del sentido del Templo. Los textos de Jr 7, 1-8 y 11,15-17 conservan las críticas del profeta a la institución del Templo y al culto desacompañando de la práctica de la justicia.

Templo, profanación de lugar sagrado: La acusación de que el templo se transformo en una “cueva de ladrones” (Jr 7,11) es la expresión mas fuerte de la utilización de una institución, que gozaba del respaldo divino, para esconder la practica de la corrupción, contrariando la voluntad de Dios al que rendían culto en el Templo. La “cueva” es el escondrijo que sirve de refugio, de abrigo y de protección para los ladrones. Y en el lugar donde ellos se sienten a gusto, en casa. Por consiguiente, aquellos que frecuentan esa “cueva” se identifican como “ladrones”. Jeremías no tuvo otra expresión mejor para trazar el perfil de los dirigentes de la nación, sobre todo en aquel tiempo cuando el rey Joaquín había aumentado los impuestos sobre el pueblo para pagar el tributo exigido por el faraón. (Jr 18,18; 26,8-9.11.16,). (Lc 19,45-46).

- Nahum y Habacuc: Nahum dio alas al sentimiento de alegoría del pueblo al ver la derrota de su opresor, Asiria, cuya capital, Nínive, había sido tomada por los babilonios en 612 a.C. El profeta enseña que todo opresor tendrá su día… Y renueva la esperanza del pueblo no con sentimiento de venganza, sino con la certeza del juicio de Dios sobre la historia.

Habacuc, entre tanto, un poco mas tarde que Nahum, viendo las intenciones conquistadoras de los babilonios, que “castigaron” a los asirios, lamenta profundamente el crecimiento de la violencia y de la guerra, que solo traen miseria y sufrimiento para el pueblo. Por más que este quedo satisfecho por la venganza contra el opresor, el deseo mas profundo del profeta es la paz y la concordia entre los pueblos.

Los escritos de la época del Reino de Judá

Los libros Proféticos: Es necesario, aclarar que los profetas no ejercieron actividad literaria determinante. Tampoco sus libros fueron redactados en el decurso de la vida del profeta. El único caso conocido en la Biblia de actividad literaria contemporánea al propio profeta es el de Jeremías. En Jr 36, 2-4.28.32 el profeta aparece dictando a su secretario Baruc las palabras que el Señor le mandara comunicar al rey Joaquín. Debemos tener en cuenta que los libros proféticos son el fruto de sus predicaciones y fueron escritos probablemente después de su actividad e incluso después de su muerte.

Los oráculos proféticos fueron, de modo general, reunidos primero en colecciones. Después surgieron los textos biográficos y, finalmente, la composición del libro según una determinada organización.

Primer Isaías 1 – 29: La primera parte del libro de Isaías (proto-Isaías) no es obra de un solo autor. Son generalmente atribuciones a Isaías los oráculos sobre Judá y Jerusalén (Is 1 – 12), parcialmente los oráculos sobre las naciones (Is 13 – 23) y en su conjunto los “ayes” contra Israel y Judá (Is 28 – 33). Los oráculos conocidos como “El gran Apocalipsis” (Is 24 – 27) y “El pequeño Apocalipsis” (Is 34 – 35) son considerados posexílicos; también el gran apéndice histórico (Is 36) tomado de 2Re 18, 13 – 20, 19. Esa edición revela la preocupación de confirmar históricamente los oráculos anunciados por el profeta.

Miqueas: diversas manos colaboraron en la redacción final de este libro. Son atribuidos a ese profeta del siglo VIII, los capítulos 1 – 3 y 6, 1 – 7, 6. En ellos aparece oráculos de amenaza y condenación contra Israel y sus jefes explotadores como: “Aquellos que comieron la carne de mi pueblo, le arrancaron la piel (…)” (Mi 3, 1-3). Otros textos como 2, 12-13 y 7,8-20 son situados en el posexilio, en la época de retorno a la tierra. En cuanto a los capítulos 4 – 5 son de difícil localización y traen promesas de salvación.

Sofonías: El libro es pequeño. Después de la presentación del profeta (So 1, 1), habla del día del Señor como “un día de ira” contra Judá y Jerusalén (So 1, 2 – 2, 3), contra las naciones vecinas (So 2, 4-15), contra Jerusalén, la ciudad rebelde (So 3, 1-8). Pero el profeta abre también el espacio para una promesa de salvación: “… daré a los pueblos labios puros, para que todos puedan invocar el nombre del Señor…” (So 3, 9). El libro pasó por diversas manos, en periodos diferentes, hasta su redacción final.

Nahum: El libro presenta al comienzo un salmo sobre la ira del Señor (Na 1, 2-8) y sentencias proféticas sobre Judá y Nínive (Na 1, 9 – 2, 1). Después anuncia la destrucción de Nínive, capital de Asiria, que arrasó el reino de Israel (Na 2, 2 – 3, 19).

Habacuc: Presenta dos partes. En la primera, aparece el diálogo entre Dios y el profeta. El tema central es la justicia de Dios en la historia. No aparece en el texto una solución teórica ni práctica para el problema. El problema es superado por la actitud de fe del profeta. Él garantiza que es Dios quien juzga y condena toda forma de opresión (Hab 1, 2 – 2, 4). En la segunda parte, el profeta profiere cinco “ayes” contra los que se enriquecieron por medio de ganancias ilícitas, la avidez de los conquistadores, la política de violencia, el cinismo y la idolatría (Hab 2, 5-20). Finalmente, el profeta hace una llamada a la intervención del Señor, por medio de una oración de lamentación (Hab 3, 1-19)

Jeremías: la formación de éste libro es muy compleja, habiendo pasado por diversas manos. Hay un consenso en atribuir al profeta los oráculos en poesía proferidos contra Judá (Jr 1, 1-25, 13 a). Los textos que narran una especie de biografía de Jeremías fueron elaborados por secretario Baruc, para enaltecer al maestro y mártir dando énfasis a su sufrimiento (Jr 26, 1-29; 32 y 34, 1 – 45, 5). El libro de la consolación probablemente nació en el contexto del exilio en Babilonia (Jr 30, 1 – 33, 26), y lo oráculos contra las naciones, aunque sean atribuidos en su núcleo a Jeremías, sufrieron sin embargo, adiciones posteriores (Jr 25, 13b-38; 46, 1 – 51, 64). En el apéndice, el libro retoma 2Re 24, 18 – 25, 30 y muestra la realización de las amenazas del profeta.

Baruc: Este libro no se encuentra en la Biblia griega. También este libro es obra de muchas manos. Se inicia con una introducción histórica que presenta a Baruc leyendo a sus escritos a los exiliados en Babilonia y es enviado por ellos a Jerusalén para que los lea también en las asambleas litúrgicas (Ba 1, 1-14). Sigue una oración penitencial (Ba 1, 15 – 3, 8), un poema sapiencial (Ba 3, 9 – 4, 4) y una exhortación y consolación a Jerusalén (Ba 4, 5 – 5, 9). En las Biblias católicas el libro termina con el capítulo 6, la Carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia. En la traducción ecuménica, ese capítulo se constituye en un escrito aparte, inmediatamente después del libro de Baruc.

La fusión de las obras yahvista y elohista: Se supone que fue en el reinado del Sur, durante el reinado de Exequias, que las tradiciones del Norte fueron fundidas con las del Sur. La “narración elohista”, traída por los que huyeron de la invasión asiria al reino de Israel, fue unida a la “narración yahvista”, ya fijada en Judá. En esa fusión se destacó más la tradición yahvista, quedando la elohista más diluida en los libros del Pentateuco. Esto refleja la situación política de aquel momento: el Norte ya no tenía liderazgo; estaba esparcido por los territorios asirios o por el reino de Judá. El sur pasó de ahí en adelante, el guardián de la tradición de Israel.

Los textos que dieron origen a la “Obra Deuteronomista”: Sin entrar todavía en los detalles de esa vasta obra literaria e historiográfica, podemos apenas adelantar que la mayor parte de lo que sabemos sobre los reyes de Judá, como también de los reyes de Israel, provienen de los libros 1 y 2 de los Reyes. Esos libros hacen parte de la obra historiográfica que convencionalmente se llama “Obra Deuteronomista”, por tener como principio teológico fundamental el libro del Deuteronomio. Esta obra abarca inicialmente los actuales libros del Deuteronomio, Josué, Jueces, los dos libros de Samuel y los dos de los Reyes. Pretendían hacer una recapitulación de toda la historia de Israel, desde la partida del Sinaí hasta el último rey de Judá, en la época de la deportación a Babilonia. Alcanzaba, por tanto, un periodo de tiempo de más o menos siete siglos.

Según algunos estudiosos, hubo tres grandes redacciones de la historiografía deuteronomista, hasta que todo el conjunto quedó acabado. Una buena parte habría sido escrita en el tiempo de Josías, tomando como base lo que sería el núcleo del actual Deuteronomio (Dt 12, 1 – 26, 15). Otra parte habría sido escrita en el exilio y otra en el posexilio, cuando se juntó todo. Los estudiosos aceptan el hecho de que los autores deuteronomistas se sirvieron de fuentes orales y escritas, esto es, de textos y relatos probablemente ya escritos antes de ellos.

Deuteronomio 12, 1 – 26, 15: Este es el conjunto de normas que recibió el título de Código Deuteronómico. En grandes líneas, corresponde al “Libro de la Ley del Señor” encontrado en el Templo durante las reformas de Josías (2Re 22, 8ss). “Reúne sin orden aparente diversas colecciones de leyes de diferentes orígenes, algunas de las cuales deben provenir del reino del Norte, de donde habría sido introducidas en Judá después de la caída de Samaría. Este conjunto que tiene en cuenta la evolución social y religiosa del pueblo debía sustituir el antiguo Código de la Alianza (Ex 20, 22 – 23, 19).

Deuteronomio 4, 44 – 11, 32: Estos capítulos se presentan como un largo discurso de Moisés y sirven de introducción al Código Deuteronómico (Dt 12 – 26). En Dt 4, 44-49 hay una breve referencia de lugar y tiempo. En el capítulo 5 comienza el gran discurso de Moisés con el Decálogo. Esta versión es sólo un poco diferente de la que se encuentra en Ex 20, 2-17. Moisés continúa hablando al pueblo, exhortándolo a poner en práctica los preceptos de la Alianza. En Dt 6, 4-5 encontramos la famosa exhortación que se convirtió en una oración obligatoria, una especie de “profesión de fe” para Israel, conocida como shemá. Esta oración fue retomada y perfeccionada por Jesús como resumen de toda la Ley, incluyendo el amor al prójimo (Mt 22, 37).

Deuteronomio 28: Este capítulo es la secuencia natural de Dt 26, 16-19 y 27, 9-10, en el cual el Código Deuteronómico había sido presentado como el documento del trato entre el Señor e Israel. El capítulo habla sobre las bendiciones (Dt 28, 1-14) y las maldiciones (Dt 28, 15-46), que caerán sobre los que cumplan o no los preceptos de Dios. Dt 28, 46-68 desarrolla más las consecuencias que caerán sobre el pueblo, si se vuelve infiel al Señor, y refuerza la llamada a cumplir los preceptos.

Algunos proverbios: Prov 10 – 22 y 25 – 29: Esta colección parece ser la parte más antigua del libro y es llamada la “colección salomónica” tal vez por su antigüedad, que podría remontarse al tiempo de Salomón, famoso por su sabiduría.

Algunos salmos: Salmo 64 tiene como tema el castigo de los calumniadores. Refleja la visión de la ley del talión, pidiendo para los calumniadores el mismo “rechazo” que ellos lanzaron contra el justo (v. 4).

Salmos 46 y 48: Los dos salmos son cánticos de Sion, himnos que reflejan la predilección del Señor por la ciudad de Jerusalén (Sion).

Salmo 31: Es una súplica en la prueba. Podría muy bien haber sido compuesto a partir de las “confesiones de Jeremías”, donde la temática de la confianza en el Señor queda salva.

Salmo 80: Es una oración por la restauración de Israel. Recuerda con detalles la invasión y la destrucción de la “viña” (el pueblo) del Señor y la desolación en la que la tierra quedó.

Salmo 81: Es un himno para la fiesta de las tiendas. Corresponde al fervor religioso de observancia de la Ley, que nació en el pueblo con las reformas de Josías.

Los escritos sobre la época:

1 Reyes 14 a 2 Reyes 25: Estos capítulos fueron escritos sobre la época del reino de Sur, pero no son de la época. Son muy posteriores. El conjunto trae un resumen bien esquematizado de los reyes de Judá y de Israel.

2 Crónicas 10 – 36: Después de la división en dos reinos, sólo haba del Sur, mostrando su irresistible preferencia por lo que es del reino “davídico”.

Eclesiástico 48, 17 – 49, 7: Recuerda algunos personajes importantes del pasado del pueblo. Evalúa negativamente el conjunto de los reyes de Judá, con excepción de David, Exequias y Josías (49, 4), que son elogiados.

Conclusión

Lo que más nos llamó la atención fue el daño que causó al pueblo la sacralización del poder, por una parte, y la manipulación de la religión, por otra. El ritualismo acentuado también hace al pueblo olvidar las exigencias éticas de la propia religión. Sin practicar la justicia, el pueblo y sus líderes fueron transformando la religión en una ideología legitimadora del poder opresor, el culto es una adulación de la divinidad, el Templo en un fetiche con poderes mágicos. El propio Dios quedó reducido a un ídolo, un baal más.

Los reyes, por regla general, manipularon la buena fe del pueblo. Algunos de esforzaron por mejorar las cosas, promoviendo algunas reformas. Pero, como toda reforma nunca cambia lo que es esencial (las estructuras), el esfuerzo fue inútil para evitar la catástrofe.

Por lo visto, ningún rey de en Judá a realizar la síntesis perfecta entre esas dicotomías. De un modo o de otro, todos ellos, incluso los buenos reformadores, como Exequias y Josías, vivieron la relación del Estado con la religión como un “matrimonio en régimen de comunión total de bienes”, pero con los papeles bien definidos: los “bienes” quedaron con el “marido” (el Estado). Los bienes fueron el pueblo y todo lo que él tenía y producía. El Estado utilizó el trabajo de la “esposa” (la Religión) para legitimar su dominio y la posesión de los “bienes”.

Neutralizando, pues, las exigencias éticas de la religión yahvista, el Estado monárquico de Judá aniquiló la única posibilidad de construir una sociedad según el proyecto del Dios de la vida, basado en la justicia. El destino de una sociedad sin ética es la destrucción total, para daño de todos, rey y pueblo. Fue lo que mostró, infelizmente, la experiencia de Judá.

sábado, 7 de marzo de 2009

EN EL DESCUBRIMIENTO DE LA PALABRA DE DIOS, LA ALEGRÍA DE LA VIDA NUEVA

El pueblo y los dirigentes del reino de Judá se gloriaban de la legitimidad de su rey, del culto, del santuario y de la ciudad santa, Jerusalén. Nada de eso sirvió de garantía: el rey, el culto, el templo y la ciudad conocieron la destrucción a pesar de los intentos de reforma religiosa de algunos reyes.


¡Todo está en su lugar gracias a Dios! ¿Gracias a Dios?

La tribu de Judá podía estar tranquila: tenía un rey, descendiente de David, a quien Dios hizo la promesa de acompañarlo en el gobierno (2Sm 7, 8-16; Sal 89, 4), tenía un Templo, único lugar autorizado por el Señor para que le dieran culto (Dt 12, 4-11) y tenían a Jerusalén por capital, ciudad escogida por Dios para habitar (1 Re 11, 36; 14, 21; Sal 48). De hecho esas instituciones encantaban al pueblo.


¿Pero sería que todo estaba en su lugar? La trayectoria del reino de Judá apenas ensayó tomar un rumbo diferente del de su hermano del Norte, Israel. Pero desde Roboam las cosas comenzaron a andar fuera de lugar. En el libro de los reyes se afirma que prácticamente todos los reyes “hicieron lo que es malo a los ojos del Señor, no consiguieron eliminar totalmente la idolatría en los lugares altos” (Cfr. 1 Re 13, 33; 15, 3). Solamente dos reyes del Sur ganaron una nota menor: Ezequías y Josías. Aun así, fue poco para evitar lo peor en el reino del Sur.


Causas de la caída: los cultos cananeos a Baal

Algunos reyes llegaron a adoptar y a promover los cultos a Baal: Roboam construyó lugares de culto, altares y monumentos sagrados “sobre toda colina elevada y debajo de todo árbol frondoso”, toleró y restableció la prostitución sagrada (1Re 14, 21-24). Manasés fue quien más promovió los cultos cananeos en Judá, introduciéndolos en el propio Templo del Señor, en Jerusalén (2Re 21, 2-9).


Los cambios en la política

Ante la caída de Samaría (721) el rey Ajaz, viéndose amenazado, negoció con los asirios el culto a Yahvé. Ajaz hizo poner en el templo de Jerusalén un altar para el culto de los asirios; fue una de las afrentas más grandes del Antiguo Testamento. Esto fue a cambio de que le colaborara en la guerra.


En este periodo, el profeta Isaías aconsejó neutralidad, y a la vez criticó los pactos con extranjeros y propuso la absoluta confianza en el Señor, pero los reyes no atendieron al mensaje del profeta y se hicieron vasallos de los asirios. Pronto se vieron las consecuencias del abandono de la Alianza del Señor por parte de Judá. Los asirios derrotaron a los reyes que amenazaban Judá y los forzaron a pagar pesados tributos. No obstante, Judá no quedó en mejor situación.


El costo de la supervivencia de la frágil monarquía del Sur fue bien alto. Sin la ayuda de Egipto para hacer frente al avance asirio, Judá quedó sola. En la ola de conquistas en la región, el ejército asirio llegó a apoderarse de buena parte del territorio del reino del Sur. Jerusalén quedó aislada “como una choza en una viña” (Is 1, 7-8; 2Re 18, 13-16). La situación se fue volviendo cada vez más difícil.


Intento de reforma: toma de los altos

Al principio parece que Ezequías continúa con la política de Ajaz, pero luego comenzó a ser anti-asirio. Purificó el culto yahvista acabando con los cultos extranjeros. Tuvo gran prestigio como reformador, a favor de la fe yahvista (2Cro 29, 3 – 32, 33). Ezequías siendo un hombre de fe que pretendía construir una independencia política con relación al imperio asirio, se unió para ello a la otra potencia: Egipto.


Ezequiel realizó una celebración de expiación por los pecados (2Cro 29, 20-28), restauró el culto legítimo que había sido desvirtuado (2Cro 29, 29-39). Convocó a una celebración solemne de Pascua, que ya debía estar olvidada (2Cro 30, 1-14). Reformó también el clero, restableciendo el orden instituido por Salomón (2Cro 31, 2-21). Él mismo dio ejemplo de piedad y de confianza en el Señor (2Re 20, 1-11).


Isaías fue el profeta que acompañó a Ezequiel en la corte. Ezequiel fue su amigo aunque Isaías fue duro y exigente con él (Is 22, 1-14). Isaías critica a Ezequiel de haber hecho alianza con Egipto para defenderse de los asirios, Egipto se les volvió como la divinidad. El mensaje de fondo que hay en este profeta es que se entienda algún día que todos los seres humanos no dependan unos de otros, que todos los seres humanos son iguales e independientes. En síntesis, durante el reinado de Ezequías ocurrieron procesos importantes: la reforma religiosa, la guerra contra los filisteos y las coaliciones antiasirias. Su propósito era la restauración del reinado de davídico, la concentración de la vida religiosa en el templo de Jerusalén, la expansión del territorio y una política de independencia del imperio asirio. El juicio que se le hace es que Ezequías dejó al país dividido y en ruina total con excepción de la capital.


La política de Manasés: la impiedad.

La política de Manasés es fundamentalmente de supervivencia debido al estado en que quedó Judá y de la magnitud del imperio asirio que había llegado hasta Egipto. Se doblegó enteramente al imperio asirio. Manases fue muy violento, ejerciendo una política de pesada opresión sobre el pueblo (2R 21,1-9.16.19-22). Su gobierno fue tan violento que el autor deuteronomista escribió: “manases derramo también sangre inocente en cantidad tan grande de que inundó Jerusalén de un lado a otro” (2R 21,16). Si cualquier voz que se levantase contra el rey era acallada con la muerte.


Amón continuó la línea de gobierno de su padre (2R 21,20-21), pero duró sólo dos años, lo cual demuestra que la paciencia del pueblo llego a su fin. Amón fue asesinado por sus propios siervos, que tal vez pretendieron tomarse el poder, valiéndose de la insatisfacción popular (2R 21,23). Pero aunque había una parte del pueblo que deseaba cambios en el gobierno, sin embargo, defendía la fidelidad a la dinastía davídica. Ese grupo era denominado “el pueblo de la tierra” (2R 21,24; 1,20 y 14,21), que eliminó a los rebeldes que habían asesinado al rey y entronizó a su hijo Josías, aun niño.


De nuevo hacia arriba: La reforma de Josías

Josías (640-609) fue proclamado rey con apenas ocho años de edad. El primer campo de reforma fue la política, se buscó la centralización del poder en un solo rey, una sola capital, y se volvió al ideal de un solo reino, como en el tiempo de David. Josías consiguió reintegrar los territorios del antiguo reino de David. Reanexando una parte de extinto reinó del norte. El segundo campo de reforma fue el religioso. Este era el punto neurálgico de todo el cuerpo social de la nación. Por eso se presto mucha atención a la reforma religiosa.


Después de Manasés y Amón la religión del Señor quedó tan desfigurada por los cultos cananeos, que Judá ya no se distinguía mas de los otros pueblos. Josías y su grupo de sustentación en el gobierno comprendieron la importancia de la religión para mantener un gobierno fuerte y cohesionado los cultos a Baal favorecían la dispersión, pues cada localidad tenia su propio Baal, como una especie de “patrón “de lugar.


La religión de Baal no hacia ninguna exigencia de justicia, de ética, de moral, de respeto a la persona humana o de liberación al oprimido. Esto transformaba la religión en un instrumento legitimador del poder en las manos de los tiranos de turno.


Un gran hallazgo:

Josías emprendió una profunda reforma religiosa en Judá tal vez por querer rescatar esa dimensión ética, del yahvismo. Pero también percibió que le era conveniente promover una unificación del culto en torno de una única divinidad. Comenzó por la reforma del templo (2R 22.46), deshaciendo todas las obras realizadas por su abuelo Manasés a favor del baalismo. El gran hallazgo consiste en el encuentro del Libro de la Ley del Señor (2Re 22, 8-20).


En lo tocante a las exigencias cultuales, el libro propugnada la centralización del culto en un solo santuario: Jerusalén. La idea cayó como anillo al dedo para la reforma deseada por Josías. Ya se había consolidado la idea de un solo reino, bajo el mando de un solo rey, descendiente de David. Ahora se iba a consolidar la idea de una sola religión, bajo el mando de un solo templo, el verdadero santuario del Señor, en Jerusalén. Se reencendió el clima de euforia en el pueblo. En el espíritu de la Ley se encontraba la idea de que el Señor garantizaría la prosperidad de los que cumpliesen fielmente sus preceptos. El empeño de todos por el cumplimiento de la Alianza era la certeza de días mejores para todo el sufrido pueblo de Judá, víctima de la dominación de tiranos de dentro y de fuera. El profeta Jeremías comenzó en esta época su actuación, dando apoyo a las reformas.


Un balde de agua fría:

La amenaza de Babilonia comenzó a despuntar en el horizonte de Judá. El imperio asirio estaba cada vez más decadente. Esa decadencia estimulo a los egipcios a retomar su dominio sobre Siria y Palestina. Fueron movidos no sólo por intereses expansionistas; también tenían la intención de utilizar esos pueblos como “escudo” contra sus mayores enemigos del momento, los babilonios.


La base de la predicación religiosa de la reforma de Josías era la idea deuteronomista de que Dios bendeciría a quien respetase los preceptos de la Alianza. La muerte súbita de aquel que mas defendió esa idea fue como un balde de agua fría para que el pueblo, que apenas comenzaba a ver con simpatía la necesidad del cumplimiento de la ley del Señor, este fue el inicio del fin del reino de Judá.


Comienza el fin

A la muerte de Josías, su hijo Joacaz asumió el trono y luego fue Eliaquín que fue llamado Joaquín (2R 23,34-24,7). En ese tiempo Babilonia comenzó a aumentar su dominio, avanzando sobre las naciones de la religión. Nabucodonosor, rey de los babilonios, realizó su primera expedición contra Judá, en 604 a.C. Joaquín también tuvo que pagarle tributos por tres años. Intentó rebelarse y sufrió una nueva embestida babilónica (2R 24,1-7).


Con la muerte de Joaquín subió al trono a su hijo Joaquín (Jeconías). Nabucodonosor sitió Jerusalén en marzo de 597 a.C., apresó al rey y a la corte, los dignatarios y los deportó a Babilonia. Llevó también los tesoros del templo y del palacio real. Dejó en la tierra solamente la población más pobre. Esta fue la primera deportación babilónica sufrida por Judá. El rey Joaquín vivió 37 años en Babilonia, en un cautiverio suave, siendo tratado con privilegios por el rey babilónico hasta su muerte (2R 25,27-30).


La caída definitiva

En lugar de Jeconías, Nabucodonosor puso en el trébol de Judá a Matanías, hermano de Josías y tío de Jeconías. Le cambio el nombre por Sedecías. Este reino de 598 a 587 pero tampoco hizo un buen gobierno (2R 24, 17 _25, 21; 2Cro 36,11-16) fue el ultimo rey que ocupo el trono de Judá. El país continúo siendo vasallo de babilonia y hubiera podido salvar sus instituciones, si no hubiera sido por la obstinación de Sedecías en rebelarse contra el imperio babilónico.


Sedecías no prestó oídos a las críticas de Jeremías; pidió ayuda a Egipto para hacer frente a Babilonia. Contrariando los consejos del profeta (Jr 37, 5.7) Jeremías predicaba la sumisión al rey de Babilonia como una forma supervivencia de la nación, por que en aquel contexto la rebelión seria un suicidio. Los babilónicos sitiaron Jerusalén. La ayuda de Egipto fue insuficiente. El cerco continuó y la población de Jerusalén comenzó a vivir en condiciones precarias de alimentación y agua (2Re 25, 3). Vencido por el hambre y la se, el rey, la corte, el ejército y los habitantes intentaron huir a través del pasadizo que abrieron en la muralla de la ciudad, abandonando al pueblo. Pero los babilónicos los persiguieron y los capturaron. Los hijos de Sedecías fueron degollados en su presencia, y a él le perforaron los ojos, siendo después llevado al cautiverio en Babilonia (2R 25,5-7).


Nabucodonosor llevó toda la riqueza que encontró en la ciudad, deportó parte de la población y mató los habitantes y funcionarios que aún se encontraban allí. La ciudad quedó desierta (2R 25, 8-21). Como aconteció con el reino del Norte, también para el Sur la aventura monárquica terminó en desilusión, destrucción y en muerte. Perdieron todo lo que pensaban que podía darles seguridad; la tierra, la ciudad, el rey y el templo ¿Qué quedo?


Las conmociones en las instituciones de Judá


  1. El rey y la dinastía: ¿hacia donde va la “unción” del señor?

La promesa de Dios hecha a David de mantener siempre un sucesor suyo en el trono de Jerusalén, era la “niña de los ojos “de la monarquía judaica (2S 7,12). De hecho, la sucesión al trono davídico se dio más o menos pacíficamente de padre a hijo, confirmando la palabra de Natán. Pero hubo excepciones. Cuando las cosas fueron haciéndose más difíciles, también en el reino de Judá hubo tentativas de golpe para tomar el poder, como aconteció frecuentemente en el vecino reino del Norte. Cuando un país imperialista dominaba sobre Judá, la sucesión al trono pasaba por la disputa, por poder y por la imposición de un monarca, por el dominador del momento. Eso aconteció en los gobiernos de Atalía, Joaquín (Eliaquín) y Sedecías (Matanías) (2Re 11, 1-16)

En estos episodios queda clara la influencia del poder militar en la conducción de la política en Judá. Sin el apoyo militar era difícil mantener un monarca en el poder. Con todo, la Biblia continuará hablando del rey como “ungido (mesías) del Señor”.


Joaquín no pudo haber sido nombrado por Necao porque era más favorable a una política de alineamiento con los intereses egipcios. Al fin de cuentas en Judá siempre hubo grupos internos que defendían esos intereses (2Re 23, 34; 18, 21). Finalmente, Sedecías fue también nombrado por Nabucodonosor, después de la deportación de Joaquín.


¿Qué se gana con tener una descendencia de David en el trono, si quien manda en el país era el opresor extranjero? La promesa de perpetuidad de la dinastía de David, ya no significaba seguridad, protección ni felicidad para el pueblo. La institución del rey no garantizó la realización del proyecto del Dios de la vida, por más que considerasen ese rey “un ungido del Señor”. En su tiempo cayeron también sus otros dos pilares: Jerusalén y el Templo.


  1. La ciudad escogida: ¿el Señor no mora en Sión?

Debemos tener en cuenta que Jerusalén sufrió tres cercos a lo largo de su historia. El primero fue en el reinado de Ezequías (701 a.C) por los asirios (2Re 19, 35-36). En esta vez, los enemigos tuvieron que retroceder, pero después de la retirada el pueblo malinterpretó la liberación milagrosa y creyeron que el Señor estaba obligado a defender a su ciudad, independientemente de la conversión del pueblo. Por ellos Isaías comenzó a predicar la destrucción de la ciudad.


El segundo cerco se dio en el 597 a.C con Joaquín (2Re 24, 10-16) y se dio la primera deportación a Babilonia. El tercero fue en el 587 a.C. en el reinado de Jeconías, el cual pidió ayuda a Egipto. Pero los babilonios apartaron a los egipcios y mantuvieron el sitio a la ciudad. Esta vez no hubo escapatoria: la ciudad fue invadida, saqueada y destruida. Quien opuso resistencia fue muerto (2Re 25, 1-25). Así quedó derrumbada otra institución más, en la cual Judá había depositado tanta confianza.


  1. La casa del Señor: ¿Estamos salvos?

La política de los reyes fue vista con desaprobación: a excepción de Ezequías y Josías, “todos ellos hicieron el mal a los ojos del Señor”. La relación del Estado con la religión no se limitaba a combatir las influencias del baalismo, siempre dañosa para la pureza de la religión de Israel. El templo se volvió un instrumento de legitimación de la ideología monárquica centralizadora. El templo servía como “garantía de la protección del Señor”. A fin de cuentas ¿quién desafiaría al Todopoderoso, el Señor de los Ejércitos, en su propia vivienda? La fe del pueblo en la infalibilidad de la acción del Señor en defensa de sus intereses, de su “honra”, de su gloria, acabó convirtiéndose en una espada de doble filo. Al confiar demasiado en la institución, el pueblo pasó a ver el Templo como un fetiche. El simple hecho de que éste estuviera allí ya era garantía de salvación. El culto que se realizaba en él daba la certeza de que el pueblo estaba “haciendo su parte”: ofrecer los sacrificios. Cumplir esos ritos cultuales fue, la única cosa necesaria para “agradar” al Señor.


La separación entre el servicio del culto y la práctica de las exigencias éticas de la Alianza, causó la distorsión del propio concepto de Dios. En esas condiciones, el Señor ya no era más el Dios libertador del oprimido y constructor de la nueva sociedad basada en la justicia (Ex 3, 7-10). No era el Dios ético de la Alianza en el Sinaí. Se convirtió en un “ídolo” como los otros, que se satisfacía con ofrendas y sacrificios de animales, productos del campo o del trabajo.


En esa concepción miope de lo que Dios exige a sus fieles, Él quedó reducido a un ídolo que exige sacrificios. El Templo fue un amuleto de suerte para el pueblo de Judá. Todos los profetas, tanto del Norte como del Sur, denunciaron esa idolatría, la reducción del Señor a un ídolo cualquiera. Denunciaron el culto pomposo sin la práctica de la justicia. Pero el profeta Jeremías fue el que más claramente se opuso a esa transformación del Templo en fetiche, en una especie de “amuleto”.


En el templo, todo el pueblo, comenzando por el rey, ofrecía sacrificios sin fin, pretendiendo con eso agradar a Dios. Pero practicaban todo tipo de abominación: robos, asesinatos, adulterios, opresión…