Isaías, Miqueas, Jeremías, Juldá…ejercieron su misión profética en el reino de Judá. Conocemos sus profecías por medio de los muchos escritos bíblicos que surgieron en ésta época.
Los profetas del sur
Comenzando por Samuel, en el tiempo de Saúl y David, pasando por Natán y Gad, con David y después Ajías de Silo con Salomón y Jeroboam I, los profetas siempre ejercieron un papel crítico ante los monarcas.
En el Sur, durante el reinado de Salomón, y después de él, no se oyó hablar más de profetas hasta la segunda mitad del S. VIII a.C., cuando surgió el elocuente Isaías, en tiempo del rey Ozías (740) y sus sucesores. Los profetas eran los verdaderos heraldos del yahvismo, defensores de la religión en su sentido más profundo. Ellos eran una instancia crítica frente a la monarquía, una forma de “conciencia popular” ante los excesos de los monarcas.
- Isaías: Su vocación la recibe siendo muy joven (Is 6, 1-8) y ejerció su ministerio profético por cerca de 40 años. Su predicación refleja la mentalidad de quien vive en la ciudad (Jerusalén) y conoce bastante la vida política, la corte y las actividades del Templo. Demuestra también mucha sensibilidad por los marginados de aquella sociedad: las viudas, los huérfanos, los sin techo (Is 1, 17.23; 9, 16; 10, 2). Además de esto, demuestra un conocimiento profundo de la situación del escenario internacional.
Sus acciones simbólicas eran tan densas de sentido que no se agotaron en su tiempo (Is 7, 14; 11, 1-4; 29, 18-19). En el campo político sus intervenciones más significativas fueron dos: la primera fue con el rey Ajaz a quien Isaías le propuso la neutralidad y la confianza en los planes del Señor que más tarde, apartaría la amenaza de aquellos dos “tizones humeantes” (Is 7, 3-9). La segunda fue en el tiempo de Ezequías cuando aconteció el asedio de Jerusalén (leer 2Re 18, 33-35; 19, 10-13; Is 10, 5-19). Isaías no pudo permanecer callado la afrenta del copero mayor de Senaquerib y por ello Isaías más de una vez predijo la derrota del enemigo: la caída no sería invadida (2Re 19, 6.21-28.32-34).
Senaquerib, sin explicación alguna, retiró repentinamente el ejército asirio. Este hecho fue interpretado como una intervención milagrosa de Dios (2Re 19, 35; Is 37, 33-39). Viendo la euforia del pueblo que festejaba la retirada del enemigo, pero no reconocía en ello una apelación del Señor a la conversión, Isaías condenó esta actitud.
Isaías fue el primer profeta de Judá cuyas palabras fueron registradas por escrito en la Biblia, en un libro que lleva su nombre. Actualmente este libro tiene 66 capítulos estructurado en tres pastes: Proto-Isaías (1 – 39) Deutero-Isaías (40 – 55) y Trito-Isaías (56 – 66). El Isaías del que hablamos en esta parte corresponde a los primeros 39 capítulos exceptuando los capítulos 24 – 27 y 34 – 35).
- Miqueas y Sofonías: Miqueas, análogamente a Amos, del norte, denunciaba los abusos sociales, sobre todo con los campesinos (Mi 2,1- 5) del sur. Anunciaba la superación del reino de David, ya idealizado por la esperanza de un nuevo rey-Mesías (Mi 4,1-5; 5,1)
Sofonías defendía el lado del pueblo sencillo, de los pobres de aquellos que vivían con rectitud y justicia, contra una sociedad que privilegia a los ricos y poderosos. Proclamaba el “Día del Señor” en Judá como día de la manifestación de su poder contra la infidelidad del pueblo idólatra, de los de los jefes violentos, de los comerciantes fraudulentos y de los incrédulos. Hacía una llamada a la conversión, profiriendo oráculos contra las naciones y contra Jerusalén. Hacía una promesa de salvación (So 3, 14-15).
- Juldá, la voz de las mujeres en la profecía: No podemos olvidar, en ese período, la significativa actuación de la profecía Juldá. Ella intervino en le tiempo de Josías, para confirmar la “autenticidad” de las palabras que contenidas en el Libro de la Ley encontrado en le Templo y dar su parecer favorable a la reforma religiosa pretendida por el rey. Juldá es importante por el hecho de ser la única mujer citada en la biblia que ejerció el ministerio profético y cuyas palabras fueron registradas por escrito en un libro que no llevó su nombre.
- Jeremías: Jeremías fue talvez el único que tuvo la infelicidad de ver acontecer la desgracia que anuncio. Vivió los momentos más eufóricos de la reforma religiosa promovida por Josías y también los momentos más dramáticos de la caída vertiginosa de su pueblo, tras la muerte de reformador, hasta la destrucción de Jerusalén y las deportaciones babilonia.
Jeremías el escogido y enviado: Jeremías recibió la vocación profética siendo muy joven, como Isaías (Jr 1,6). Jeremías quiso eludir la misión que le reservaba el Señor, pero Dios mismo se colocó como garantía de eficacia de sus palabras (Jr 1,8.17-19)
Jeremías es el profeta de las contradicciones, llego a Maldecir día en que nació (Jr 20,14-18) en un momento de crisis interior. Mientras todos ansiaban una intervención del Señor para salvar a su pueblo de las manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Jeremías pregonaba la rendición al dominador extranjero, siendo considerado traidor de la patria (Jr 37,13). Eso no significa que Jeremías estuviese de acuerdo con la dominación de Babilonia, sino que pensó que esta era la única forma como el pueblo no sería aniquilado y podría mantener su identidad y supervivencia, en la certeza y confianza de que un día también el poder de Babilonia caería y, entonces, el resto de Israel podría reconstruir su historia.
El inicio de su ministerio profético Jeremías apoyó las reformas de Josías (Jr 11,2-14). La reforma de Josías impulsó una valoración de los preceptos de la Ley, pero el pueblo la llevó demasiado lejos, sobrevalorando la parte ritual y omitiendo la parte ética. En el tiempo de Joaquín (609-598), el Templo ya se había vuelto un fetiche para el pueblo de Judá. Como ya vimos antes, Jeremías condenó vehementemente esa perversión del sentido del Templo. Los textos de Jr 7, 1-8 y 11,15-17 conservan las críticas del profeta a la institución del Templo y al culto desacompañando de la práctica de la justicia.
Templo, profanación de lugar sagrado: La acusación de que el templo se transformo en una “cueva de ladrones” (Jr 7,11) es la expresión mas fuerte de la utilización de una institución, que gozaba del respaldo divino, para esconder la practica de la corrupción, contrariando la voluntad de Dios al que rendían culto en el Templo. La “cueva” es el escondrijo que sirve de refugio, de abrigo y de protección para los ladrones. Y en el lugar donde ellos se sienten a gusto, en casa. Por consiguiente, aquellos que frecuentan esa “cueva” se identifican como “ladrones”. Jeremías no tuvo otra expresión mejor para trazar el perfil de los dirigentes de la nación, sobre todo en aquel tiempo cuando el rey Joaquín había aumentado los impuestos sobre el pueblo para pagar el tributo exigido por el faraón. (Jr 18,18; 26,8-9.11.16,). (Lc 19,45-46).
- Nahum y Habacuc: Nahum dio alas al sentimiento de alegoría del pueblo al ver la derrota de su opresor, Asiria, cuya capital, Nínive, había sido tomada por los babilonios en 612 a.C. El profeta enseña que todo opresor tendrá su día… Y renueva la esperanza del pueblo no con sentimiento de venganza, sino con la certeza del juicio de Dios sobre la historia.
Habacuc, entre tanto, un poco mas tarde que Nahum, viendo las intenciones conquistadoras de los babilonios, que “castigaron” a los asirios, lamenta profundamente el crecimiento de la violencia y de la guerra, que solo traen miseria y sufrimiento para el pueblo. Por más que este quedo satisfecho por la venganza contra el opresor, el deseo mas profundo del profeta es la paz y la concordia entre los pueblos.
Los escritos de la época del Reino de Judá
Los libros Proféticos: Es necesario, aclarar que los profetas no ejercieron actividad literaria determinante. Tampoco sus libros fueron redactados en el decurso de la vida del profeta. El único caso conocido en la Biblia de actividad literaria contemporánea al propio profeta es el de Jeremías. En Jr 36, 2-4.28.32 el profeta aparece dictando a su secretario Baruc las palabras que el Señor le mandara comunicar al rey Joaquín. Debemos tener en cuenta que los libros proféticos son el fruto de sus predicaciones y fueron escritos probablemente después de su actividad e incluso después de su muerte.
Los oráculos proféticos fueron, de modo general, reunidos primero en colecciones. Después surgieron los textos biográficos y, finalmente, la composición del libro según una determinada organización.
Primer Isaías 1 – 29: La primera parte del libro de Isaías (proto-Isaías) no es obra de un solo autor. Son generalmente atribuciones a Isaías los oráculos sobre Judá y Jerusalén (Is 1 – 12), parcialmente los oráculos sobre las naciones (Is 13 – 23) y en su conjunto los “ayes” contra Israel y Judá (Is 28 – 33). Los oráculos conocidos como “El gran Apocalipsis” (Is 24 – 27) y “El pequeño Apocalipsis” (Is 34 – 35) son considerados posexílicos; también el gran apéndice histórico (Is 36) tomado de 2Re 18, 13 – 20, 19. Esa edición revela la preocupación de confirmar históricamente los oráculos anunciados por el profeta.
Miqueas: diversas manos colaboraron en la redacción final de este libro. Son atribuidos a ese profeta del siglo VIII, los capítulos 1 – 3 y 6, 1 – 7, 6. En ellos aparece oráculos de amenaza y condenación contra Israel y sus jefes explotadores como: “Aquellos que comieron la carne de mi pueblo, le arrancaron la piel (…)” (Mi 3, 1-3). Otros textos como 2, 12-13 y 7,8-20 son situados en el posexilio, en la época de retorno a la tierra. En cuanto a los capítulos 4 – 5 son de difícil localización y traen promesas de salvación.
Sofonías: El libro es pequeño. Después de la presentación del profeta (So 1, 1), habla del día del Señor como “un día de ira” contra Judá y Jerusalén (So 1, 2 – 2, 3), contra las naciones vecinas (So 2, 4-15), contra Jerusalén, la ciudad rebelde (So 3, 1-8). Pero el profeta abre también el espacio para una promesa de salvación: “… daré a los pueblos labios puros, para que todos puedan invocar el nombre del Señor…” (So 3, 9). El libro pasó por diversas manos, en periodos diferentes, hasta su redacción final.
Nahum: El libro presenta al comienzo un salmo sobre la ira del Señor (Na 1, 2-8) y sentencias proféticas sobre Judá y Nínive (Na 1, 9 – 2, 1). Después anuncia la destrucción de Nínive, capital de Asiria, que arrasó el reino de Israel (Na 2, 2 – 3, 19).
Habacuc: Presenta dos partes. En la primera, aparece el diálogo entre Dios y el profeta. El tema central es la justicia de Dios en la historia. No aparece en el texto una solución teórica ni práctica para el problema. El problema es superado por la actitud de fe del profeta. Él garantiza que es Dios quien juzga y condena toda forma de opresión (Hab 1, 2 – 2, 4). En la segunda parte, el profeta profiere cinco “ayes” contra los que se enriquecieron por medio de ganancias ilícitas, la avidez de los conquistadores, la política de violencia, el cinismo y la idolatría (Hab 2, 5-20). Finalmente, el profeta hace una llamada a la intervención del Señor, por medio de una oración de lamentación (Hab 3, 1-19)
Jeremías: la formación de éste libro es muy compleja, habiendo pasado por diversas manos. Hay un consenso en atribuir al profeta los oráculos en poesía proferidos contra Judá (Jr 1, 1-25, 13 a). Los textos que narran una especie de biografía de Jeremías fueron elaborados por secretario Baruc, para enaltecer al maestro y mártir dando énfasis a su sufrimiento (Jr 26, 1-29; 32 y 34, 1 – 45, 5). El libro de la consolación probablemente nació en el contexto del exilio en Babilonia (Jr 30, 1 – 33, 26), y lo oráculos contra las naciones, aunque sean atribuidos en su núcleo a Jeremías, sufrieron sin embargo, adiciones posteriores (Jr 25, 13b-38; 46, 1 – 51, 64). En el apéndice, el libro retoma 2Re 24, 18 – 25, 30 y muestra la realización de las amenazas del profeta.
Baruc: Este libro no se encuentra en la Biblia griega. También este libro es obra de muchas manos. Se inicia con una introducción histórica que presenta a Baruc leyendo a sus escritos a los exiliados en Babilonia y es enviado por ellos a Jerusalén para que los lea también en las asambleas litúrgicas (Ba 1, 1-14). Sigue una oración penitencial (Ba 1, 15 – 3, 8), un poema sapiencial (Ba 3, 9 – 4, 4) y una exhortación y consolación a Jerusalén (Ba 4, 5 – 5, 9). En las Biblias católicas el libro termina con el capítulo 6, la Carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia. En la traducción ecuménica, ese capítulo se constituye en un escrito aparte, inmediatamente después del libro de Baruc.
La fusión de las obras yahvista y elohista: Se supone que fue en el reinado del Sur, durante el reinado de Exequias, que las tradiciones del Norte fueron fundidas con las del Sur. La “narración elohista”, traída por los que huyeron de la invasión asiria al reino de Israel, fue unida a la “narración yahvista”, ya fijada en Judá. En esa fusión se destacó más la tradición yahvista, quedando la elohista más diluida en los libros del Pentateuco. Esto refleja la situación política de aquel momento: el Norte ya no tenía liderazgo; estaba esparcido por los territorios asirios o por el reino de Judá. El sur pasó de ahí en adelante, el guardián de la tradición de Israel.
Los textos que dieron origen a la “Obra Deuteronomista”: Sin entrar todavía en los detalles de esa vasta obra literaria e historiográfica, podemos apenas adelantar que la mayor parte de lo que sabemos sobre los reyes de Judá, como también de los reyes de Israel, provienen de los libros 1 y 2 de los Reyes. Esos libros hacen parte de la obra historiográfica que convencionalmente se llama “Obra Deuteronomista”, por tener como principio teológico fundamental el libro del Deuteronomio. Esta obra abarca inicialmente los actuales libros del Deuteronomio, Josué, Jueces, los dos libros de Samuel y los dos de los Reyes. Pretendían hacer una recapitulación de toda la historia de Israel, desde la partida del Sinaí hasta el último rey de Judá, en la época de la deportación a Babilonia. Alcanzaba, por tanto, un periodo de tiempo de más o menos siete siglos.
Según algunos estudiosos, hubo tres grandes redacciones de la historiografía deuteronomista, hasta que todo el conjunto quedó acabado. Una buena parte habría sido escrita en el tiempo de Josías, tomando como base lo que sería el núcleo del actual Deuteronomio (Dt 12, 1 – 26, 15). Otra parte habría sido escrita en el exilio y otra en el posexilio, cuando se juntó todo. Los estudiosos aceptan el hecho de que los autores deuteronomistas se sirvieron de fuentes orales y escritas, esto es, de textos y relatos probablemente ya escritos antes de ellos.
Deuteronomio 12, 1 – 26, 15: Este es el conjunto de normas que recibió el título de Código Deuteronómico. En grandes líneas, corresponde al “Libro de la Ley del Señor” encontrado en el Templo durante las reformas de Josías (2Re 22, 8ss). “Reúne sin orden aparente diversas colecciones de leyes de diferentes orígenes, algunas de las cuales deben provenir del reino del Norte, de donde habría sido introducidas en Judá después de la caída de Samaría. Este conjunto que tiene en cuenta la evolución social y religiosa del pueblo debía sustituir el antiguo Código de la Alianza (Ex 20, 22 – 23, 19).
Deuteronomio 4, 44 – 11, 32: Estos capítulos se presentan como un largo discurso de Moisés y sirven de introducción al Código Deuteronómico (Dt 12 – 26). En Dt 4, 44-49 hay una breve referencia de lugar y tiempo. En el capítulo 5 comienza el gran discurso de Moisés con el Decálogo. Esta versión es sólo un poco diferente de la que se encuentra en Ex 20, 2-17. Moisés continúa hablando al pueblo, exhortándolo a poner en práctica los preceptos de la Alianza. En Dt 6, 4-5 encontramos la famosa exhortación que se convirtió en una oración obligatoria, una especie de “profesión de fe” para Israel, conocida como shemá. Esta oración fue retomada y perfeccionada por Jesús como resumen de toda la Ley, incluyendo el amor al prójimo (Mt 22, 37).
Deuteronomio 28: Este capítulo es la secuencia natural de Dt 26, 16-19 y 27, 9-10, en el cual el Código Deuteronómico había sido presentado como el documento del trato entre el Señor e Israel. El capítulo habla sobre las bendiciones (Dt 28, 1-14) y las maldiciones (Dt 28, 15-46), que caerán sobre los que cumplan o no los preceptos de Dios. Dt 28, 46-68 desarrolla más las consecuencias que caerán sobre el pueblo, si se vuelve infiel al Señor, y refuerza la llamada a cumplir los preceptos.
Algunos proverbios: Prov 10 – 22 y 25 – 29: Esta colección parece ser la parte más antigua del libro y es llamada la “colección salomónica” tal vez por su antigüedad, que podría remontarse al tiempo de Salomón, famoso por su sabiduría.
Algunos salmos: Salmo 64 tiene como tema el castigo de los calumniadores. Refleja la visión de la ley del talión, pidiendo para los calumniadores el mismo “rechazo” que ellos lanzaron contra el justo (v. 4).
Salmos 46 y 48: Los dos salmos son cánticos de Sion, himnos que reflejan la predilección del Señor por la ciudad de Jerusalén (Sion).
Salmo 31: Es una súplica en la prueba. Podría muy bien haber sido compuesto a partir de las “confesiones de Jeremías”, donde la temática de la confianza en el Señor queda salva.
Salmo 80: Es una oración por la restauración de Israel. Recuerda con detalles la invasión y la destrucción de la “viña” (el pueblo) del Señor y la desolación en la que la tierra quedó.
Salmo 81: Es un himno para la fiesta de las tiendas. Corresponde al fervor religioso de observancia de la Ley, que nació en el pueblo con las reformas de Josías.
Los escritos sobre la época:
1 Reyes 14 a 2 Reyes 25: Estos capítulos fueron escritos sobre la época del reino de Sur, pero no son de la época. Son muy posteriores. El conjunto trae un resumen bien esquematizado de los reyes de Judá y de Israel.
2 Crónicas 10 – 36: Después de la división en dos reinos, sólo haba del Sur, mostrando su irresistible preferencia por lo que es del reino “davídico”.
Eclesiástico 48, 17 – 49, 7: Recuerda algunos personajes importantes del pasado del pueblo. Evalúa negativamente el conjunto de los reyes de Judá, con excepción de David, Exequias y Josías (49, 4), que son elogiados.
Conclusión
Lo que más nos llamó la atención fue el daño que causó al pueblo la sacralización del poder, por una parte, y la manipulación de la religión, por otra. El ritualismo acentuado también hace al pueblo olvidar las exigencias éticas de la propia religión. Sin practicar la justicia, el pueblo y sus líderes fueron transformando la religión en una ideología legitimadora del poder opresor, el culto es una adulación de la divinidad, el Templo en un fetiche con poderes mágicos. El propio Dios quedó reducido a un ídolo, un baal más.
Los reyes, por regla general, manipularon la buena fe del pueblo. Algunos de esforzaron por mejorar las cosas, promoviendo algunas reformas. Pero, como toda reforma nunca cambia lo que es esencial (las estructuras), el esfuerzo fue inútil para evitar la catástrofe.
Por lo visto, ningún rey de en Judá a realizar la síntesis perfecta entre esas dicotomías. De un modo o de otro, todos ellos, incluso los buenos reformadores, como Exequias y Josías, vivieron la relación del Estado con la religión como un “matrimonio en régimen de comunión total de bienes”, pero con los papeles bien definidos: los “bienes” quedaron con el “marido” (el Estado). Los bienes fueron el pueblo y todo lo que él tenía y producía. El Estado utilizó el trabajo de la “esposa” (la Religión) para legitimar su dominio y la posesión de los “bienes”.
Neutralizando, pues, las exigencias éticas de la religión yahvista, el Estado monárquico de Judá aniquiló la única posibilidad de construir una sociedad según el proyecto del Dios de la vida, basado en la justicia. El destino de una sociedad sin ética es la destrucción total, para daño de todos, rey y pueblo. Fue lo que mostró, infelizmente, la experiencia de Judá.
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