domingo, 26 de febrero de 2017

CRISTOLOGIA EN MARCOS IV

1. LA VÍCTIMA REIVINDICADA Y REIVINDICADORA:
Máscaras - Los Leprosos
EL REINO DE DIOS
Todo el evangelio de Marcos parece estar elaborado a partir de una pregunta, ¿quién es este Jesús?
La reivindicación de las víctimas
Acerquémonos a Jesús a partir de un par de textos del evangelio de Marcos.
a) Jesús fue una persona sumamente conflictiva debido a su opción radical por la defensa de la vida.
Es totalmente reveladora la actitud de Jesús ante las personas excluidas de su tiempo, veamos un hecho que nos presenta Mc 1, 3945:
Y recorrió toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice:
“si quieres, puedes limpiarme.” Encolerizado, extendió su mano, le tocó y le dijo: “quiero; queda limpio.” Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: “mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.” Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes (51).
Este relato contiene una fuerza que nos resulta difícil de entender en nuestra sociedad y cultura, pues expresa el empeño y el compromiso de Jesús por defender la dignidad de la vida y también la conflictividad que ello desencadena.
En efecto, en la actualidad, curar a un leproso es una acción buena y meritoria. En la sociedad en
que vivió Jesús, este asunto se veía de otra manera. En la Biblia y en el judaísmo de aquel tiempo,
la lepra era uno de los peores males que podían afectar al ser humano (Cfr. Lv 13; Nm 12),
conllevaba la exclusión total de la persona enferma. Quien tenía semejante desgracia era, no sólo un
enfermo incurable, rechazado, que vivía la soledad, marcado como amenaza para la vida del
pueblo (52) y repugnante (para los rabinos, curar a un leproso eran tan difícil como resucitar a un
muerto), sino además, y sobre todo, un impuro, un castigado por Dios (Nm 12, 9ss.; Lv 13, 45ss.; 2
Re 5, 27; 2 Cro 26, 16-21), ya que la lepra era “la hija primogénita de la muerte” (Job 10, 13), y el
que la padecía quedaba fuera, excluido del grupo, lejos de la gente, como un excomulgado y tenía
que vivir en descampado y tenía que gritar su estado de impureza para que nadie se le acercara,
pues la gente estaba temerosa de quedar físicamente contagiada y religiosamente contaminada (Lev
13, 45-46) (53)
En otras palabras, el leproso era no el marginado, sino el excluido total: física, social y
religiosamente. Ahora bien, Jesús liberó a este hombre de semejante exclusión, encolerizado e
indignado ante esta realidad tan humana, violando innecesariamente las prescripciones rituales de Pureza y lo liberó por completo, le devolvió la vida. Jesús le devolvió la salud y, sobre todo, le
restituyó la dignidad que la religión establecida le había quitado, ya que, las convicciones religiosas
le metían a la gente en la cabeza la idea de que Dios era el que, ante todo y sobre todo, rechazaba a
la persona desgraciada que padecía la lepra (54).
El relato no sólo afirma que Jesús liberó a aquel hombre de la exclusión, sino además que eso le
costó a Jesús pasar a ser él un excluido. ¿Por qué? La ley religiosa judía prohibía tocar a los
leprosos, de manera que quien los tocaba incurría también en impureza (Lv 5, 3; Nm 5, 23).
Y Jesús decidió curar al leproso tocándolo (Mc 1, 41). Además, en cuanto se vio sano y purificado, el
hombre se dedicó a pregonar, a los cuatro vientos, lo que Jesús había hecho con él. Es la expresión
de alegría porque Dios aceptaba y acepta a las personas que la religión y la sociedad excluye (55).

Jesús se vio inmiscuido en una realidad sumamente delicada y comprometedora, pues él bien
conocía la Ley. Estaba desautorizando las prescripciones de una religión alienada que oprimía y
excluía a las personas más desgraciadas, y asumiendo las consecuencias que le trajera el noexcluir.
La fuerte reacción de Jesús nos muestra lo importante que es para él esta práctica:
Jesús realiza un signo mesiánico con esa curación pero es un signo preñado de humanidad,
de quien se “mancha” las manos con el dolor del ser humano que sufre, a pesar de las
consecuencias socioreligiosas que eso le traiga. Pero sólo acercándose físicamente le puede
mostrar la cercanía de Dios y la invalidez de la ley de la Pureza, que “separaba” al ser
humano de Dios. La ira de Jesús muestra la ira del Padre contra esa injusticia. No sólo no
confirma la mecánica excluyente del sistema de la Pureza, sino que invalida su pretensión
de interpretar la voluntad de Dios (56).
La consecuencia inmediata: “Jesús ya no podía entrar públicamente en el pueblo; tenía que andar
por las afueras, en lugares solitarios.” El hecho de que Marcos esté sugiriendo que Jesús tenía que
quedarse en lugares solitarios, despoblados, en las afueras del pueblo, nos puede indicar hasta
dónde llegó la solidaridad de Jesús con las personas más excluidas de aquella sociedad. Jesús se
convirtió en un “leproso”, en un “impuro” y por ello debía correr la misma suerte del hombre que
padecía la lepra, que estaba excluido. Marcos está sugiriendo que Jesús quedó excluido para la
religión y la sociedad (57).
b) Un rasgo típico, exegéticamente comprobado, de Jesús, es su comida con las personas excluidas
y marginadas. En el mundo oriental el gesto de compartir la mesa, expresa una relación de
confianza total que se explaya en la paz, la fraternidad, y el perdón. A esto hay que añadir además
que, entre judíos, la comida implicaba una comunidad ante Dios. La literatura del Qumrám deja
muy claro que la comunidad de mesa, para los judíos, sólo estaba abierta a los “puros" (58).
“Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al
pasar vió a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: “sígueme.”
Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al
ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?” Al oír esto Jesús, les dice: “no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (59).
 El oficio de recaudar impuestos es considerado según los criterios socio religiosos, como un oficio “impuro”, y se les incluía dentro de los pecadores públicos, cuyo castigo era el ser segregado de la comunidad, es decir, ser excluido social, política y religiosamente. Este castigo les era dado por su colaboración con los romanos. Los recaudadores de impuestos estaban incapacitados para acercarse a Dios. Jesús le ofrece a Leví la alternativa de la esperanza.
Con esto, Jesús no estaría siendo ingenuo o acrítico, sin tomar una postura frente al pecado y la injusticia; Jesús pone al ser humano frente a la conversión y le invita para que abandone todo lo injusto que hay en su vida. El texto nos muestra la respuesta incondicional de Leví: él se levanta (nos da la idea de paso de la muerte a la vida) (60).
La invitación que Jesús hizo a Leví es provocativa, pues no sigue la lógica de la sociedad Judía,
pues lo lógico sería invitar a los buenos, los sabios, los puros, etc., no a los que están “al otro lado…
fuera de… ”. Jesús llama a los que están “caídos” o los han hecho caer, a los pobres tirados en el
polvo, los pecadores, los impuros.
Jesús nos enseña que la “vida no se protege permaneciendo aislado en el ámbito de los sanos, sino
comprometiéndose con la suerte de los enfermos… en cuya solidaridad se manifiesta la solidaridad
de Dios con los pecadores” (61)
Jesús realmente sorprende a todos al sentarse a comer con un “cualquiera”, en el sentido más
despectivo de la palabra. Nadie se ha de sentir excluido, su mesa está abierta a todo el mundo.
Solamente quedan excluidas las personas que no quieren sentarse a la mesa con un “cualquiera”. El
banquete de Jesús implica el comer con gente poco respetable, incluso por quienes están excluidos
social y religiosamente (62) “En el reino de Dios todo ha de ser diferente, la misericordia sustituye a la santidad… invitará a los que nunca invita nadie: “los pobres y lisiados, los ciegos y cojos”, gentes
miserables que no le pueden aportar honor alguno.” (63)
“¿Será así el Reino de Dios?.... ¿Una fiesta donde Dios se verá rodeado de gente pobre e indeseable,
sin dignidad y honor alguno?... Jesús responde con fe total: Dios es así… el gozo de Dios es que los pobres y los despreciados, los indeseables y los pecadores puedan disfrutar junto con él… ¡los que
no han sido invitados por nadie, un día se sentarán a la mesa con Dios!” (64)
Conviene dejar claro que Jesús no se solidariza con las personas excluidas por razones éticas. Jesús
se ha puesto a su lado, no porque sean mejores o menos pecadoras, sino simple y sencillamente,
porque “están fuera”, porque están excluidas de las condiciones de vida digna, y porque Dios actúa
así.
Como se ha dicho muy bien, “se produce así una subversión teológica: los que piensan pertenecer
por propio derecho al pueblo de Dios y excluyen de él a otros, quedan fuera del Reino, mientras los
excluidos por ellos son admitidos en él. El Reino de Dios y la institución y ley judía son
inconciliables” (65)
En conclusión, ante la pregunta ¿Quién es este Jesús?, nos remitimos a decir que fue la víctima
rechazada, excluida, que fue destazada en la cruz. La cruz y la muerte no revelan el fracaso de
Jesús, que no consiguió convencer a nadie de la verdad y la posibilidad del reino de Dios, como
completa liberación. No olvidemos que la cruz es el símbolo real del reino de los hombres y las
mujeres. Es por ello que, a Jesús, que vivió a partir del Reino de Dios, la cruz le pareció repugnante
y totalmente absurda (Cfr. Heb 5, 7). La cruz significó abandono total (Mc 1534), con lo cual sólo queda una posibilidad: el vacío como posibilidad de la acción de Dios en la realidad humana (66).
Dios levantó de entre los muertos a Jesús, comunicándole vida en plenitud. El reino de Dios se
realizó en la persona de Jesús crucificado. Aquel que fue desechado, excluido como el leproso,
considerado pecador e inmerecedor de Dios, como Leví, fue puesto en pie. Jesús es la piedra
angular que de desecharon los piadosos, los más religiosos y conocedores de la Ley.
Al igual que con Jesús, la víctima crucificada, la resurrección acontece en la realidad humana
siempre que el Reino de Dios irrumpe en su historia. “La resurrección se da, pues, como
experiencia de liberación cuando se supera toda cerrazón opresora, cuando se rompe la cáscara de
huevo que impedía surgir a la nueva vida” (67).
Con la resurrección de Jesús, se da pues el banquete del reino de Dios, en donde todos los
excluidos de la historia se sientan a la mesa y celebran la vida. Dios hace justicia a las víctimas.


Nota: este es un material de estudio preparado para uso interno de la Escuela Bíblica 3r año.
51 Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée De Brouwer. Bilbao España. Edición Española 1998. Mc 1, 3945.
52 Cfr. Op Cit BRAVO GALLARDO, Carlos. Pg 92.
53 Cfr. Castillo, José M. El Reino de Dios, por la vida y la dignidad de las personas. Editorial Desclée de Brouwer, S. A. Bilbao, España. 1999. P. 90.

54 Cfr. Gnilka, J. El evangelio según san Marcos. Volumen I, Editorial Salamanca. España. 1986.
55 Cfr. Castillo, José M. El Reino de Dios, por la vida y la dignidad de las personas. Editorial Desclée de Brouwer, S. A. Bilbao, España. 1999. P. 91.
56 Op.cit BRAVO GALLARDO, Carlos. Pg 92.
57 Cfr. Op.Cit. Castillo, José M. pg 91
58 Cfr. Aragó M.; Joaquín, M. Apuntes de Cristología. Publicaciones de la Facultad de Teología, Universidad Rafael Landívar. No. 2. 1998. P. 41.

59 Op. Cit Biblia de Jerusalén. Mc 2,1317
60 Cfr Op. Cit Bravo Gallardo, Carlos. Pg 97101
61 Ibid pg 101.
62 Cfr. PAGOLA, José Antonio. Jesús: aproximación histórica. PPC, Editorial y distribuidora, SA. Madrid, España. Séptima Edición, 2008. Pg 202.
63 Ibid. Pg 202-203.

64 Ibid Pg 204
65 Mateos, J., Camacho, F. El Evangelio de Marcos. Volumen I, Córdoba, España. 1993. P. 236.
66 Cfr. BOFF, Leonardo. Jesucristo y la liberación del hombre. Ediciones cristiandad. Madrid España. 1981. Pg 262-263.
67 Ibid. Pg 263.

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