viernes, 7 de noviembre de 2008

DAVID, DE PEQUEÑO PASTOR A GRAN REY (Aprox. 1010-970)

Vamos a conocer las diferentes lecturas de la llegada de David a la corte de Saúl, su vida y su reinado, sus conquistas, la expan­sión de su reino desde el Sur hasta el Norte de Israel, sus debilidades humanas y la reanudación del proyecto de Dios.

La historia de David

La historia de David es narra­da en el primero y el segundo li­bro de Samuel (1 Sam 16,1-30, 31; y todo 2 Sam) y en el primer libro de Reyes (1 Rs 1-2). Para facilitar la comprensión de la his­toria de David, vamos a clasificar las narraciones en tres grandes blo­ques: la historia de la subida de David al trono; las conquistas de David y su aclamación y corona­ción en Judá e Israel; y la historia de su sucesión en el trono de Da­vid.


La "historia"5 de la subida de David al trono: 1 Sam 16 - 2 Sam 4, 12

La historia de David comienza ya con la narración de su designa­ción y unción como rey, incluso antes de la muerte de Saúl. En la tradición de la monarquía en Is­rael, como vimos anteriormente, eran necesarias dos prerrogativas para que alguien fuera rey: la de­signación de parte de Dios, y la aclamación del pueblo. La primera narración sobre la designación de David de parte de Dios se encuentra en 1 Sam 16, 1-13.

David era hijo de Jesé, natural de Belén, de la tribu de Judá. Era el menor de ocho hermanos (1 Sam 16, l0-ll).De origen humil­de, era pastor de los rebaños de su padre. Dios envió a Samuel a casa de Jesé, en Belén, "porque ­le dijo- he visto entre sus hijos un rey para mí" (1 Sam 16, 1). Des­pués de que todos los hijos de Jesé pasaron delante de Samuel, Dios le indicó a quién debía ungir: "Levántate y úngelo: porque es él", David (1 Sam 16, 12; 2 Sam 2, 4; 5,3).

David fue aclamado inicialmen­te por las tribus del Sur, en Hebrón (2 Sam 2). Sólo siete años después fue reconocido como rey por las tribus del Norte (2 Sam 5). Pero desde la unción de David en su casa hasta su reconocimiento como rey pasaron muchos años. ¿Cómo es que este joven pastor fue a parar a la corte de Saúl?

Las narraciones bíblicas traen tres versiones diferentes sobre la presencia de David en la corte de Saúl. La primera dice que él fue invitado allí a tocar la cítara. Saúl pidió a Jesé que le permitiera al joven permanecer en la corte, para que, al tocar la cítara, aliviase su depresión. David se volvió, enton­ces, escudero del rey (1 Sam 16, 14-23). En esta función acompa­ñó al rey en la guerra contra los filisteos y tuvo gran éxito (1 Sam 17, 1-11).

La segunda narración (1 Sam 17,12-54) cuenta la historia de la llegada de David al campo de batalla donde Goliat, el filisteo, esta­ba desafiando a Israel. David in­tentó participar en la batalla por intermedio de sus hermanos, que servían en el ejército de Saúl, pero no consiguió nada. Alguien vio a David insistiendo en combatir con­tra Goliat y se hizo portavoz de su pedido donde el rey. Saúl lo llamó (1 Sam 17,31). David fue acep­tado, combatió contra Goliat y lo venció. Esta narración ignora el pedido de Saúl al padre de Da­vid, y afirma que éste se presentó ante Saúl y le pidió poder luchar contra Goliat, el guerrero filisteo. Y Saúl consintió en ello.

Más adelante, en el mismo ca­pítulo, se encuentra la tercera na­rración (1 Sam 17, 55 - 18, 5). Después de la victoria del peque­ño David sobre el gigante Goliat, Saúl le pregunta a Abner, jefe de su ejército: "¿De quién es hijo aquel joven?”... Saúl no obtuvo in­formación del general. Entonces mandó llamar de nuevo al héroe y lo tomó a su servicio. David co­menzó a proyectarse y a tener éxito en lo que emprendía: con eso le hizo sombra al rey. Saúl, entonces, pasó a perseguir a David, pues su estima por él se transformó en odio (1 Sam 18,6-16). Pero David lo­gró escapar de la muerte con la ayuda de su amigo Jonatan, hijo de Saúl (1 Sam 20).


Los textos manifiestan su preferencia para David

Está claro que los autores de los textos demuestran una gradual preferencia por David. Ellos lo presentan de una forma muy sim­pática, aunque no esconden sus debilidades y pecados. Lleno de bondad, de valentía en las con­quistas militares, dotado de cuali­dades humanas, artísticas y de liderazgo, afortunado, llega a ca­sarse con Mikal, hija de Saúl (1 Sam 22-30). Éste, por el contra­rio, es presentado como alguien incapaz en el plano político (1 Sam 31), indigno en el plano religioso (1 Sam 15, 10-31) Y desequilibra­do en el plano psíquico (1 Sam 19, 8-24), perdiendo gradualmente su prestigio inicial. El autor tenía la preocupación de resaltar la alian­za de Dios con el pueblo de Is­rael, el pueblo escogido y porta­dor de las promesas y del futuro Mesías, el cual vendría por medio de la dinastía de David, no de Saúl. Por eso, debemos leer estos textos con cuidado, para no caer en la ingenuidad de pensar que todo fue tan "limpio" para David como aparece en una lectura más superficial.


Las conquistas de David y su aclamación y coronación en Judá y en Israel: 2 Sam 5-8

Poco a poco David fue con­quistando su espacio y se impuso primero sobre las tribus del Sur y después sobre las tribus del Nor­te. Él había conducido una políti­ca personal, incluso antes de la muerte de Saúl. Gracias a su ha­bilidad, supo ganarse la simpatía de los diferentes clanes estableci­dos en el Sur (1 Sam 27,10-12; 30, 26-31). No participó en la batalla de Gelboé, que llevó a Saúl a la muerte, pero fue a Hebrón, donde fue reconocido como rey (2 Sam 2, 1-4). Después de la muerte de Abner, general del ejér­cito de Saúl (2 Sam 3, 22-39), y de Isbaal, hijo de Saúl (2 Sam 4, 1-12), los ancianos de Israel reconocieron a David como rey. David consiguió reunir la realeza sobre Judá e Israel.


Contexto histórico que pre­cede la subida de David al trono del reino del Norte

Isbaal, hijo de Saúl, fue pro­clamado rey por el general Abner sobre Galaad, Yizreel, Efraín y Benjamín y sobre otras regiones menores (2 Sam 2, 9-11). Por su parte, las tribus de Judá y Simeón, en el Sur, ya se encontraban bajo el gobierno de David.

Isbaal ordenó a Abner que marchase con sus adeptos para la Cisjordania, convocase su escol­ta personal y se confrontase con los mercenarios de David, liderados por Joab (2 Sam 2, 12 - 3, 1) en el territorio de Benja­mín. David consiguió negociar con Abner, quien pasó a estimular a los israelitas del antiguo reino de Saúl a aliarse con David, de manera que éste, ya como "rey" de Judá, con residencia en Hebrón, preparaba el camino para gobernar también a Israel. La respuesta de David a Abner la podemos leer en 2 Sam 3,13, y también el texto de 2 Sam 3,21 dice que "David despidió a Abner, que se fue en paz".

El problema no era entre Da­vid y Abner, sino entre Abner y Joab. Abner, general del ejército de Saúl, en la batalla de Gabaón había matado a Ashael, hermano de Joab (2 Sam 2, 22-23). Éste vengó la muerte del hermano ma­tando a Abner (2 Sam 3, 27)6. Da­vid quedó en una situación difícil. Ordenó que se hiciera un entierro solemne de Abner y él mismo si­guió el cortejo fúnebre y lloró la muerte del general (2 Sam 3,32 Y 38).

La muerte de Abner causó un fuerte impacto sobre Isbaal y los israelitas (2 Sam 4,1). Dos mer­cenarios de los seguidores de Saúl mataron a Isbaal y llevaron su ca­beza a Hebrón, esperando tener una recompensa de David, pero encontraron la muerte (2 Sam 4, 5-12), pues el rey los castigó por ese hecho.

David ya se había proyecta­do en Judá. Necesitaba a toda costa conquistar la confianza de las tribus del Norte, para no frus­trar sus planes. Los israelitas, a su vez, sin su rey Isbaal, sin Abner, jefe del ejército, y bajo la amenaza constante de los filisteos, se adhirieron a David, considerado el más fuerte del país (2 Sam 5, 1-3).


La unión personal de David con Judá e Israel

David se volvió rey de Judá e Israel. Su posición, sin embargo, no trajo cambios estructurales. Todo continuó como antes, aun­que el jefe de los dos grupos era el mismo. Era la unión personal de David con la casa de Judá y con la casa de Israel, sin englobar am­bas en un único nombre, el del rei­no de Israel. La unión personal es una forma de gobierno por la cual dos "naciones" –Judá e Israel- son política y administrativamente in­dependientes, pero tienen a un mismo soberano. Es una forma de gobierno conocida: hasta el siglo pasado, en 1939, Islandia y Dina­marca tenían esta forma de gobier­no. Cada nación tenía su propio poder legislativo, ejecutivo y judi­cial, pero las dos tenían al mismo soberano, el de Dinamarca. Lo mismo sucedió entre Portugal y España, alrededor del año 1550 d. C.

La ampliación del poder de David sobre las tribus del Norte fue el resultado de esta unión per­sonal. ¿Qué significa esto concre­tamente? Para Judá e Israel signi­ficaba mantener la personalidad política, conservando también la conciencia de su individualidad. Las tribus del Sur y del Norte no hicieron otra cosa sino someterse al poder supremo de David. No significaba aún un Estado totalmen­te unitario. Hasta entonces predo­minaba una estructura tribal. La monarquía estaba apenas en una fase inicial y embrionaria como una nueva forma de organización y de gobierno.

La unión personal que David creó entre las tribus del Norte y las del Sur nunca fue valorada suficientemente en su significado y en su problemática por las propias tribus, porque existía entre ellas la convicción de que Judá siempre había pertenecido a Israel, y vice­versa. Pero fue necesaria una alianza de Abner con David (2 Sam 3, 12-21) como punto de partida para que David fuera aceptado como soberano no sólo sobre Israel sino también sobre Judá.


Las estrategias políticas de David

David no fue un jefe ocasional como los Jueces, sino que desde un inicio fue un guerrero, apoyado en su propia tropa y en sus pro­pios éxitos, independientemente del control tribal y del reclutamiento militar. La monarquía de David te­nía en Judá una base firme y pro­metía duración. Hay indicios de que David buscaba ampliar sus metas políticas. Apenas fue ungi­do rey en Hebrón, buscó contac­tos con los pueblos vecinos (2 Sam 2, 7). No era una relación de guerra, sino de simpatía. Tenía re­cursos y poder, lo que le faltaba a Saúl. Poseía su tropa de merce­narios (1 Sam 22, 1-2) y tenía au­toridad plena sobre Judá (2 Sam 2,4). Conquistó la ciudad de Je­rusalén y en ella estableció su residencia. No necesitó del ejército de Judá ni del de Israel; sólo usó a sus mercenarios para conquistarla y ocupó la fortaleza de Sión, don­de se instaló (2 Sam 5,9). Por un lado, esto favoreció su neutralidad e independencia; por el otro, ex­cluyó toda posibilidad de reivindi­caciones y prerrogativas de parte de una u otra corriente de su reino.


La conquista de Jerusalén fue una acción estratégica, por ser frontera entre las tribus del Norte y las del Sur, y por estar relativa­mente aislada en lo alto de una montaña, lejos de la encrucijada de importantes vías de comunica­ción y separada geográficamente de la zona principal de la tribu de Judá. Debe su auge únicamente a la iniciativa de David. Él consiguió realizar lo que Saúl no logró: pa­sar de un Estado nacional/tribal a un Estado territorial, con fronte­ras más o menos estables y re­uniendo a las tribus bajo el poder del rey.


La población cananea y filistea del área rural situada en los terri­torios de las tribus del Sur y del Norte adhirió al dominio de Da­vid y fue tratada con derechos casi iguales a los de las tribus. La unifi­cación estatal fue un proceso len­to y progresivo hasta llegar a la madurez y autonomía política, con sus elementos étnicamente diver­sos. Al conquistar Jerusalén, Da­vid la transformó en capital de su reino. Compró la colina oriental, dándole el nombre de Ciudad de David, donde mandó construir un altar (2 Sam 24, 18-19); allí, más tarde, Salomón mandó edificar el Templo (1 Rs 6) y, anexo a éste en el lado sur, su palacio (1 Rs 7). La designación de Jerusalén y la compra de la colina de Sión fue­ron una acción estratégica, porque vincularon las tribus del Norte a la nueva sede del Arca, dándole a la ciudad una dignidad especial en el aspecto religioso. Jerusalén se vol­vió, a partir de entonces, el centro político, religioso y cultural del rei­no unido. David enfrentó muchos conflictos con los reinos vecinos para mantener esta unidad.


La expansión territorial en los tiempos de David

En los tiempos de David, el rei­no llegó a su máxima expansión territorial. Comprendía el área ocupada por las dos tribus del Sur y por las diez tribus de la región del Centro y del Norte. Sus habi­tantes eran esencialmente israeli­tas. El segundo contingente poblacional sometido al gobierno de David estaba constituido por los reinos conquistados, que le pagaban tributo: Edom, Moab, Ammón, Aram de Damasco y Aram-Sobá. En Edom y Aram de Damasco fueron establecidos go­bernadores israelitas, haciéndoles pagar tributos como súbditos de David (2Sam8, 1-14; 10, 18-19), mientras que los otros seguían con sus líderes locales, aunque bajo el control de la Corte de Israel. El tercer y último contingente poblacional sometido a la sobera­nía de David estaba constituido por los reinos vasallos de la Filistea (1 Cron 20, 4), GUeSur (2 Sam 3, 3; 13,37), Jamat de Siria (2 Sam 8, 9-10) Y Tiro, gobernado por Jiram (2 Sam 5, 11). Se trataba de un dominio complejo, desde el punto de vista administrativo, militar y político, pero hábilmente conducido durante el gobierno del rey David (2 Sam 3, 3; 13, 37)


El Estado de David: el poder comunitario se vuelve cen­tralizado

La formación de un gran Esta­do davídico es mérito personal de David, de su habilidad política y de su destreza militar. Algunas cau­sas favorecieron el crecimiento de la autonomía del reino. Egipto ya había perdido su hegemonía e in­fluencia sobre Canaán. Las ame­nazas de los filisteos, ammonitas, moabitas, edomitas y arameos de Siria fueron debilitadas por David, gracias a su capacidad diplomáti­ca y al apoyo interno que encon­tró en Judá y en Israel. Uniendo las fuerzas, constituyó un ejército profesional permanente. Constru­yó su residencia y organizó un Es­tado burocrático y autónomo.

En el segundo libro de Samuel (2 Sam 8,16-18; 20, 23-25), encontramos una lista de cargos distribuidos por David entre sus fun­cionarios: cargos militares que es­tán directamente bajo las órdenes del rey (las dos listas mencionan a Joab como comandante del ejér­cito, y a Benaías como comandan­te de mercenarios); y otros car­gos importantes, como los de he­raldo, sacerdote y secretario, tam­bién conocidos en su organización. Independientemente de las tribus, pero en su territorio, David orga­nizó un gobierno estatal entre los Estados de Judá y de Israel, un centro administrativo, un centro de poder que lleva en sí mismo su propia ley.

Las tribus lo permiten, pero dejan de influir sobre esta nueva evolución. Se apartan como portadoras de una formación política que, de ahí en adelante, es trans­ferida totalmente al rey y a sus fun­cionarios. La monarquía de David, desde el comienzo, fue diferente de la monarquía de Saúl. Éste ha­bía surgido de la tradición de los jefes carismáticos; fue un rey mili­tar sobre algunas tribus del Norte, pero sin apoyo seguro y perma­nente de todas las tribus, sin am­plia residencia y sin un cuerpo ac­tivo de funcionarios, como por el contrario ocurrió en el reinado de David.

La idolatría y la presencia profética de Gad y de Natán

Con David se inicia el llamado "sincretismo de Estado", que apuntaba a unificar también en el plano religioso a los varios pue­blos establecidos en el Estado. David quiso construir un templo para el Señor (2 Sam 7, 1-3). Natán aprobó la inspiración del rey, pero, posteriormente, lo des­aconsejó. El discurso giraba en tomo a la "Casa de David" enten­dida como estabilidad de su des­cendencia, y no en torno al Tem­plo.

En el discurso de Natán apa­recieron algunos elementos del culto cananeo que fueron incorpo­rados en la religión de Israel por medio del culto estatal: la ideolo­gía "regia"; la promesa de la di­nastía eterna (2 Sam 7, 15); la persona del rey adoptada por la divinidad (Sal 45, 7; 1 Rs21, 11­14); la pena de muerte para quien blasfema contra Dios y contra el rey (Is 8, 21); la vida eterna con­cedida al rey (Sal 21, 5); la supre­macía del rey sobre todos los se­res (2 Sam 23, 1); las funciones de protección y promoción social (2 Sam 21, 17; Lam 4, 20); su relación con la fecundidad de la tierra (Sal 72, 6-7.16); sus funcio­nes sacerdotales (como veremos más adelante, Salomón, al inaugu­rar el templo, hace oración por el pueblo y ofrece sacrificios).

David es duramente criticado a causa del censo promovido du­rante su reinado (2 Sam 24, 1). En la mentalidad religiosa del anti­guo Israel, todo era referido a Dios como causa primera. Hacer un censo de los que vivían o habían muerto era un derecho reservado a Dios (Ex 32, 32-33; 30, 12). Sólo Él tenía esta prerrogativa. Implícitamente, sin embargo, ha­bía el interés de actualizar la recaudación de impuestos, reforzan­do la explotación del rey sobre el pueblo, y evaluar la posibilidad de reclutamiento para el ejército. De ahí la recriminación del profeta. Por eso, David reconoce como un gran pecado la orden que ha dado (2 Sam 24, 10) Y pide perdón a Dios.

El profeta Natán reprende a David por otros dos pecados: ha­ber cometido adulterio con Betsabé, y haber mandado matar a Urías, marido de ella (2 Sam 12, 1-25). Al asumir este comporta­miento, David se portó como due­ño de la vida y de la muerte. Y este derecho sólo pertenece a Dios. Frente a una parábola que el profeta dirige al rey, éste se in­digna, no reconociéndose en ella. Cuando Natán señala el pecado del rey, David se arrepiente, y el profeta lee como castigo de Dios las desgracias que caerán sobre la Casa real (2 Sam 12, 10).

Ya de edad avanzada, David comenzó a enfrentar problemas a causa de la sucesión al trono. Absalón, su hijo mayor, fue el pri­mero en preparar el terreno para dar un golpe de Estado (2 Sam 15, 1-6). Condujo el reino de David a una verdadera crisis. David y toda la corte tuvieron que retirarse de la capital, Jerusalén, en la cual se quedó únicamente el harén (2 Sam 15, 13-23). Absalón llegó a proclamarse rey en Hebrónll (2 Sam 15,7-12). Sin embargo, la milicia de David logró poner en fuga a los rebeldes, y Absalón aca­bó siendo matado (2 Sam 18,1-32).

La segunda rebelión, capita­neada por Seba, fue provocada por la tribu de Benjamín (2 Sam 20,1), a la que pertenecía la fami­lia de Saúl. No aparenta ser una revancha de la familia de Saúl con­tra David, sino parece reflejar una enemistad entre Israel y Judá (2 Sam 20, 2). La rebelión fue dominada por la milicia de David. Seba fue muerto en una ciudad próxima a Dan, donde se había refugiado (2 Sam 20, 21-22).

Las circunstancias históricas que envolvieron la sucesión dinástica hereditaria en la casa de Da­vid no se dieron espontáneamen­te. La historia de la sucesión al tro­no de David es causa de muchas disputas entre los hijos del rey:


Absalón, como vimos arriba, Adonías (1 Rs 1, 5-7. 9-10) y Salomón (1 Rs 1,28-34). Ade­más de los hijos, otros pretendien­tes y partidos se formaron en la fase final de la vida de David, como: Joab, jefe del ejército; Abiatar y Sadoq, sacerdotes; y Benaías, jefe de los mercenarios. La historia de la sucesión está ro­deada de intrigas hasta la llegada de Salomón al poder, por la suge­rencia del profeta Natán a David y la insistencia de Betsabé con él (1 Rs 1, 11-40).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel