viernes, 1 de mayo de 2009

DIOS HARÁ DE LAS RUINAS UN JARDIN: ESCRITOS DEL EXILIO EN BABILONIA


Durante el exilio en Babilonia surgieron importantes escritos como el de Ezequiel, el Segundo Isaías, partes del Levítico y de los Salmos. Ellos infundieron la esperanza del retorno, de un nuevo éxodo en el que Dios mismo iba a reunir a su pueblo como el pastor reúne a su rebaño (Is 40,10-11).


Tradición Sacerdotal: los sacerdotes animan a la comunidad que sufre

En el exilio de Babilonia los sacerdotes y teólogos, formados en Jerusalén, interpretaron a su modo las antiguas tradiciones patriarcales con la intención de infundir fe en los exiliados sometidos por la apatía y la dispersión. Las promesas de una numerosa descendencia y de posesión de la tierra se realizarían porque la Palabra de Dios es infalible.


En el contexto del exilio nació la Tradición Sacerdotal, la más reciente de los cuatro documentos que formaron el Pentateuco: las Tradiciones Yavista (por ejemplo, Gn 2,4b. 25), Elohista (por ejemplo, Gn 20,1-17) y Deuteronomista (Dt, Jos, Jc, 1 y 2 S Y 1 Y 2 R), seguidas por la Sacerdotal. Normalmente ésta es indicada por la abreviatura P (Priester = "sacerdote" en la lengua alemana). Un grupo de sacerdotes trabajó en esta tradición, cuyo interés se dirigió de modo especial hacia los textos legislativos que constituyen gran parte del libro del Levítico. Tuvo también interés por las genealogías que aparecen principalmente en Gn 1-11 y por los textos narrativos esparcidos en los libros de Génesis, Éxodo, Números y en algunos versículos del Deuteronomio y Josué.


La Tradición Sacerdotal tiene algunas características que la distinguen de las demás. El estilo es seco, el vocabulario es técnico, priman las cronologías, cifras, elencos, listas y genealogías no sólo del género humano, sino también del cielo y de la tierra (Gn 2,4). La obra tiene su origen en el exilio en Babilonia, cuando ya no existían las instituciones que hasta entonces fueron centrales, como el Templo, el sacerdocio, el culto, la tierra, el rey. No existía nada de esto. Los judíos estaban lejos de su tierra y buscaban en el pasado referencias para alimentar su propia fe. Los sacerdotes aparecen como animadores de la comunidad que incentivaban algunas prácticas como la circuncisión y el sábado, para indicar la pertenencia al pueblo de Israel, el pueblo escogido por Dios.


La reflexión del grupo sacerdotal quería ayudar a la comunidad desanimada e infeliz a entender los designios de Dios. Y procuró mostrar que la situación en la cual gran parte del pueblo se encontraba no contradecía las promesas divinas. También los patriarcas habían experimentado la migración (Gn 23; 33,18-20) y, aún así, la tierra había sido concedida a sus descendientes. El grupo sacerdotal tenía la preocupación de mostrar que Dios fue fiel a las alianzas que hizo con su pueblo en el pasado, desde Noé, Abrahán, Moisés... y continuará siendo fiel (Ex 19,3-8).


Levítico (8 -10; 17-26): la invitación a la santidad

El libro del Levítico en gran parte fue escrito en el período del exilio en Babilonia. Los capítulos que fueron redactados en ese período comprenden la parte que corresponde a la investidura de los sacerdotes (Lv 8-10), describen los pormenores de las ceremonias de investidura sacerdotal de Aarón y de sus hijos. Estos tres capítulos, en su origen, tal vez estuvieron a continuación del capítulo 29 del Éxodo, pues detallan las referencias sobre las prescripciones de la purificación, de la investidura y de la unción de los sacerdotes. Éstos aparecen como mediadores entre Dios y el pueblo; de ahí la exigencia de santidad, porque Dios es santo.


La función de intermediación entre Dios y el pueblo debía ser ejercida en la santidad de vida, por eso, el grupo sacerdotal que desempeñaba esa función estableció sus leyes de santidad (Lv 17-26), Todo indica que las leyes estaban inspiradas en la experiencia sacerdotal del Templo de Jerusalén, ya al final del período de la monarquía. Hay muchas semejanzas con algunos textos de Ezequiel, sacerdote, que presenta la santidad como atributo esencial del Dios de Israel. La idea primera es la de separación, de inaccesibilidad, de una trascendencia que inspira temor religioso (Ex 33,20).


El grupo sacerdotal tenía conciencia de la enorme distancia que hay entre la santidad de Dios y la indignidad humana. Creía que el ser humano no podía ver a Dios y continuar vivo (Ex 19,21), sino apenas oído (Ex 20,19). Como ejemplos tenemos a Elías (1 R 19,13) y Moisés (Ex 3,6) que cubren el rostro ante la revelación del Señor. En otros textos, el hecho de haber visto a Dios y no haber muerto llevó a las personas que pasaron por esa experiencia a una profunda gratitud (Dt 5,24-27) por la gracia recibida (Ex 24,9-11), en particular Moisés, que hablaba con Él cara a cara, como si lo hiciese con otro hombre (Ex 33,11).


La santidad se comunica a lo que se aproxima a Dios o le es consagrado, como los lugares (Ex 19,12), los tiempos (Ex 16,23; Lv 23,4), el arca (2S 6,7), los objetos (Ex 30,29; Nm 18,9), en particular las personas (Ex 19,6) y, especialmente, los sacerdotes (Lv 21,6). Éstos se relacionaban con Dios por medio del culto, por eso, observaban las leyes de santidad que, a su vez, estaban relacionadas con las leyes de pureza ritual. Los sacerdotes debían buscar todo lo que facilitase la comunión con Dios y evitar todo lo que, física o moralmente, colocase obstáculos a esa comunión vital. Por eso, no podían consumir sangre, porque era considerada la sede de la vida dada por Dios. Debían rechazar cualquier relación sexual anormal, aceptar a Dios como uno, respetar al ser humano como creatura de Dios, garantizar la dignidad del sacerdocio y de los sacrificios, celebrar fielmente las fiestas, los años santos y otras leyes menores.


Ezequiel: la certeza de que Dios es fuerte

Ezequiel en hebreo significa "Dios es fuerte". Poca cosa sabemos sobre su vida: era sacerdote, hijo de Buzi (Ez 1,3), casado y amaba a su esposa (Ez 24,16). Como Ezequiel recibió su misión profética en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar, hacia el año 593 a.C. (Ez 1,3), no se sabe a ciencia cierta si fue deportado a Babilonia en 597 a.C. con el primer grupo o en 587 a.C. Se sabe que estuvo en la ciudad de Tel Aviv (Ez 3,15) y que era propietario de una casa donde los ancianos de Judá se reunían (Ez 3,23-24; 8,1; 14,1; 20,1).


Las opiniones sobre la personalidad de Ezequiel son muy divergentes por causa de sus visiones, acciones simbólicas y gestos. Unos lo consideran con una personalidad enfermiza, otros un esquizofrénico, otros incluso lo defienden porque consideran que no fue entendido en su lenguaje y expresión simbólica y se ignoran los retoques posteriores hechos en la obra, como por ejemplo Ez 4,4-8. El profeta, como muchos otros, recibe visiones y realiza acciones simbólicas: bate palmas, danza, se acuesta y queda inmóvil en la plaza pública y pierde la voz con la muerte de su esposa (Ez 6,11; 4,4; 24,17-19).


En cuanto al lugar de su misión profética, las opiniones también divergen. Para muchos estudiosos Ezequiel nació en Jerusalén, fue deportado en 597 a.c., a Babilonia en donde, recibió la misión profética (Ez 1,3). Para otros, actuó como profeta en Jerusalén (Ez 2,1-3,9), después fue deportado y recibió nueva misión profética entre los exiliados (Ez 1,3). Es difícil llegar a datos más precisos, porque las fuentes son los propios escritos bíblicos. El libro de Ezequiel presenta la vocación del profeta (Ez 1,1-3,21), los oráculos contra Judá y Jerusalén (Ez 3,22-24,27), los oráculos contra las naciones (Ez 25,32), la restauración del pueblo aniquilado (Ez 33-39) y, en los últimos capítulos, la reconquista de la tierra y un plano de reconstrucción del Templo (Ez 40-48). Aparentemente es simple y lógica la presentación de la obra en esa estructura. Pero estudiándola más a fondo, es posible percibir que algunos oráculos no encajan bien en su contexto: Ez 3,2,2-27; 4,4-8; 24,15-27 Y 33,21-22. Muchos atribuyen ese trabajo a sus discípulos.


Ezequiel retoma cuestiones importantes de la historia de Israel como la de la tierra (Ez 47,13-48,35), del Templo en Sión (Ez 40-47,12), del Nueva Éxodo (37,1-27), de la Nueva Alianza (Ez 36,28) y del Nuevo David justo y dedicado al pueblo, sobre todo a los pobres (Ez 34), y otras que vamos a estudiar más adelante.


Segundo Isaías (40 -55): un camino florido en el desierto

El Segundo Isaías ejerció su misión profética entre los exiliados de Babilonia. Es un profeta anónimo del final del exilio. Muchos creen que él habría sido un orador oficial del culto, tal vez jefe de sinagoga durante las asambleas religiosas de los exiliados o incluso un cantor y heraldo en las celebraciones litúrgicas.


Comenzó a escribir entre los años 550 y 539 a.C., con la decadencia de Babilonia y la ascensión de Persia. Estos hechos favorecieron el optimismo del autor, que llega a llamar al rey Ciro "pastor" (ls 44,28) y "ungido del Señor" (Is 45,1-8), títulos que estaban reservados a los reyes de Israel. El título dado a los escritos del Segundo Isaías es "Libro de la Consolación de Israel", inspirado en el primer versículo del capítulo 40: "Consuelen, consuelen a mi pueblo", que es también el tema central de toda la obra. En esto contrasta con el Primer Isaías (1-39), lleno de oráculos amenazadores.


Es el primer profeta que habla de la salvación universal de todos los pueblos y no sólo del pueblo de Israel, en la primera parte de la obra, (ls 40,12-48,22), y de la reunión de todos los pueblos en Sión, en la segunda parte de la obra (49,1-54,17). Inicia con un prólogo (Is 40, 1-11) Y finaliza con el epílogo (ls 55,1-13).


El Nuevo Éxodo es uno de los temas centrales del Segundo Isaías. Él se realizará con la liberación traída por un rey pagano, Ciro Será nuevo: no una repetición del primer éxodo; sino su superación. Será triunfal, sin prisa como el primero, y no será guiado por un hombre, sino por Dios, que vencerá las dificultades como venció al Dragón en la creación. Será una "vía gloriosa" que atravesará el desierto de Babilonia y llegará a la tierra de Israel. A lo largo de ese trayecto florecerán las plantas de toda clase, brotarán las fuentes y nada se marchitará.


Nueva será también la restauración de Sión, que será salva primero y se tomará heraldo entre las naciones (ls 51,3-7). La Nueva Sión no será otra Ninive ni Babilonia, sino que en ella serán estables la justicia y el derecho. Israel será el misionero de esa justicia (Is,12,6-7) y deberá llevar la salvación a todos los pueblos (Is 42, 10ss), haciéndolos conocer al único Dios (Is 43,11). El resto de Israel es el "siervo del Señor" (Is 44,1), raza santa de Jacob (Is 44,3), el pueblo del Señor (ls 49,13), que tiene la ley en el corazón (Is 51,7) y que espera en el Señor (Is 40,31). Por esto, las naciones correrán detrás del siervo para conocer al Señor (Is 55,5; 45;14) y harán procesiones para subir a Sión (ls, 49,22-23; 52,1-2); por medio de Israel llegará la salvación (ls 42,10-13) y se someterán al Señor (ls 55,1-5).


El Segundo Isaías trae los cuatro cantos del siervo sufriente, que retratan la experiencia del pueblo de Israel. En ellos, la comunidad cristiana hace la relectura de la experiencia de Jesús, el nuevo siervo sufriente, y de todo aquel que se pone en su seguimiento.


Salmos 42, 43, 69, 70, 137: la nostalgia de Dios se vuelve oración

Los salmos eran la oración del pueblo, tanto de los que quedaron en la tierra de Judá como de los que fueron deportados. Estos salmos parecen retratar la experiencia del pueblo que fue al exilio. Los salmos 42 y 43 muestran la nostalgia del fiel "que vive exiliado lejos del Señor", lejos del santuario donde Dios mora y lejos de las fiestas que reúnen a su pueblo. Los salmos 42, 43, 69 y 70 son de oración individual. El fiel invoca el nombre del Señor, expone su situación, suplica y espera, confiando en ser atendido. El salmo 69 reúne dos lamentaciones, cada una formada por una queja y una petición. La primera (vv. 2-7 y 14-16) habla del tema del agua infernal y de los enemigos. La segunda (vv. 8-13 y 17-30) habla del grito de angustia del fiel víctima del propio celo. El salmo termina con un himno de carácter nacionalista (vv. 31-37). El salmo 70 igualmente lanza un grito de angustia porque el fiel se siente "pobre e indigente": "¡Oh Dios, date prisa, tú eres mi socorro y mi liberación, Señor, no tardes" (70,6).


El salmo 137 evoca la caída de Jerusalén en 587 a.C. y el exilio en Babilonia. Recuerda en el dolor los hechos vividos cuando los caldeos abrieron la brecha en los muros de Jerusalén, la invasión de los edomitas y la acción arrasadora de Babilonia. Al mismo tiempo que recuerda con nostalgia a Sión, desea venganza de los enemigos.


Conclusión

El exilio marcó profundamente al pueblo de Israel, aunque su duración fue relativamente corta: de 587 a 538 a.e. Israel no conocerá más la independencia. El reino del Norte ya había desaparecido en 722 a.C. con la destrucción de la capital, Samaria. y la mayor parte de la población se dispersó entre otros pueblos dominados por Asiria. El reino del Sur también terminó trágicamente en 587 a.C. con la destrucción de la capital, Jerusalén, y la deportación de parte de la población de Babilonia.


Tanto los que permanecieron en Judá como los que partieron para el exilio llevaron la imagen de una ciudad destruida y de las instituciones deshechas: el Templo, el culto, la monarquía, la clase sacerdotal. Unos y otros de forma diversa, vivieron la experiencia del dolor, de la nostalgia, de la indignación, y la conciencia de culpa por la catástrofe que se abatió sobre el reino de Judá.


Los escritos que surgieron en Judá en el período del exilio revelan la intensidad del sufrimiento y de la desolación que el pueblo vivió. Son los libros de Lamentaciones, Jeremías y Abdías. Los exiliados en Babilonia igualmente recordaron en el dolor lo que vivieron: "A la orilla de los canales de Babilonia nos sentamos y lloramos con nostalgia de Sión; en los sauces que allí había colgamos nuestras arpas. Allá, los que nos exiliaron pedían canciones, nuestros raptores querían alegría: ' Canten para nosotros una canción de Sión!' ¿Cómo cantar una canción al Señor en tierra extranjera?" (Sal 137,3¬4).


La experiencia fue vivida por los que quedaron y por los que salieron como prueba, castigo y reconocimiento de la propia infidelidad a la alianza con Dios. Poco a poco fueron retomando la confianza en Dios que puede salvar a su pueblo y los conducirá en el Nuevo Éxodo de vuelta a Sión, conforme afirma, el Segundo Isaías. Dios nuevamente devolverá la tierra al pueblo como la dio en el pasado (Ez 48).


De hecho, en el Segundo Isaías ya se entrevé la liberación del pueblo que vendrá por medio de Ciro, rey de Persia. Él será el nuevo dominador no sólo de Judá e Israel, sino de todo el Oriente. ¿Ciro será de hecho el "ungido' el salvador del pueblo de Judá y de los exiliados? Es lo que veremos en el próximo estudio.

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